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♦ Capítulo 14 ♦

Drew

Examen

El trayecto en coche desde la consulta hasta casa lo hicimos en silencio, como esperaba. Solo quedaban unas pocas horas más, una noche de sueño, y mi trabajo habría acabado.

Después, Jing-Jing sería solo un recuerdo.

Empecé a preguntarme cuáles serían sus planes en cuanto a mí, Andrew, pero «implicarte no es el objetivo, operativo». O volvía a contratarme en el futuro, o nunca más tendría que pensar en ella ni en sus padres. Me reí por dentro al reparar en que, igual que el doctor Wang, yo también tomaba notas en el trabajo, solo que lo hacía para que no se me olvidase nada en caso de que volvieran a llamarme.

Había contado con tener un rato para relajarme, pero, cuando llegamos, el señor Wang se sentó en el sofá, el único espacio de la casa que era temporalmente mío, y no fue un gesto inconsciente.

«¿Ahora qué?».

Creí que tal vez daría unas palmadas en el asiento, a su lado. En vez de eso, cruzó las manos en el regazo y esperó a ver qué hacía.

Con una sonrisa no muy entusiasta, me senté junto a él. Apoyé el tobillo izquierdo en la rodilla y el brazo derecho en el respaldo del sofá; una postura relajada pero preparada y dominante.

—¿Crees que conoces a Jing-Jing? —Sus palabras eran preocupantes, pero mostraba una actitud tranquila.

—Por supuesto que sí. —«Diría que mejor que tú, aunque supongo que he hecho trampa».

El brillo de sus ojos que reconocí con facilidad me alertó de que había llegado la hora del examen. No era el primero.

—¿Sabes cuál es su comida favorita? —preguntó.

«Los nachos con kimchi del restaurante de cocina fusión coreana que hay cerca de la universidad, acompañados de caldero chino».

—Los dumplings de su madre.

—¿Película?

The Butterfly Lovers —respondí, aunque en realidad era Monstruos S. A.

Se alargó un rato más y casi todas las preguntas tenían dos respuestas.

—Esto no demuestra nada —dije al cabo de un tiempo, cuando ya había dejado claro que conocía las respuestas, y porque lo pensaba de verdad, no solo para salir del paso—. Cualquier desconocido que hubiera leído los datos en un papel podría memorizarlos y repetirlos como un loro.

Era una jugada peligrosa, pero sabía que daría resultado.

—Entonces, ¿cómo sé que no eres un desconocido que los ha memorizado? —preguntó.

—Porque la conozco de verdad. Sé que está nerviosa por estar en casa y porque yo esté aquí, y sé cuánto quiere complacerlos. No puedo demostrarlo, claro, pero creo que es evidente, incluso para usted, que la conozco mejor que Hongbo, tanto de forma superficial como de la forma que importa.

La puerta se abrió en el momento perfecto, así que me despedí del señor Wang con un movimiento de cabeza y me levanté corriendo para saludar a Jing-Jing y a su madre.

—Hola —dije mientras la ayudaba a cargar las bolsas, que desprendían un olor delicioso. Me sonrió.

Las dejé en la cocina y volví rápidamente para ayudar también a la señora Wang. En cuanto tuvo las manos libres, se las puso en las caderas.

—¿Has visto, lao gōng? —le gritó a su marido—. ¡Esto es un auténtico caballero!

El señor Wang no se movió de donde estaba.

—Cuando Andrew tenga mi edad, también se quedará sentado.

Se agarró la espalda con dramatismo y se rio.

Cuando su madre salió de la cocina para preguntarle a su marido por los pacientes, Jing-Jing me miró con las cejas levantadas y, con una inclinación de cabeza, me preguntó cómo habían ido las cosas con su padre.

No quería que supiera lo cerca que había estado de echarlo todo a perder, así que me concentré en la conversación que tuvimos después de taladrar el canal radicular de Fangli. Juro que normalmente era mucho mejor en mi trabajo.

—No sabía que tu padre era mayor que tu madre.

Desató las bolsas de plástico con cuidado para reutilizarlas.

—¿Por qué te ha contado eso?

—Quería explicarme el porqué de lo de Hongbo. Me ha dicho que, a estas alturas de la vida, quería asegurarse de que estuvieras bien.

Dejó de desenvolver la comida.

—Eso no es propio de él.

Me encogí de hombros y me acerqué para encargarme de los platos.

—Parecía muy preocupado por mis ingresos potenciales. Es consistente con tu teoría de por qué adoran a Hongbo.

Asintió, distraída, y, por primera vez, no conseguí adivinar lo que le rondaba la cabeza. Me aventuré a adivinarlo y dije:

—No te preocupes. Creo que me las he arreglado y he avanzado un par de pasitos hacia nuestro objetivo. —Cuando me estiré para colocar la caja más grande en una parte vacía de la encimera, la rocé con el brazo.

Se miró el codo, donde nos habíamos tocado.

—¿Ya hemos superado la incomodidad de anoche? —preguntó en voz baja, sin alzar la vista.

—No estaba incómodo —mentí. Sin embargo, mis habilidades interpretativas eran menos efectivas con ella, quizá porque sabía desde el principio que estaba actuando.

Se acercó uno de los envases de comida a la cara, la olió y me la puso delante de la nariz. Dumplings de sopa. Manjar de dioses.

—Escucha —dijo—. Anoche estaba metida en el papel y, como a mí no me han preparado como a ti, solo me queda confiar en el método de prueba y error. Lo siento si me pasé de la raya. Aun así, pasara lo que pasara después, ¿puedes centrarte? Mis padres son más perspicaces de lo que parece, sobre todo, en lo concerniente a nosotros. Quieren que lo de Hongbo funcione a toda costa, así que nos vigilan de cerca.

Por supuesto, ya lo sabía. Sin embargo, después de aquel gesto y todos los pensamientos posteriores, me puse tan nervioso que lo único que se me ocurrió fue fingir que ella no estaba allí. Pero mi trabajo dependía de que fuera más cariñoso, así que tenía cierta libertad, ¿no? Era más importante que unos límites arbitrarios. Además, tenía claro dónde estaban esos límites. Juguetear con ellos de vez en cuando era parte del trabajo, incluso si nunca me había pasado antes.

¿Verdad?

—No tienes nada de qué preocuparte —mentí de nuevo.

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