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♦ Capítulo 11 ♦

Chloe

Hasta el fondo

28 de noviembre

Al día siguiente, me dormí por culpa de haberme quedado despierta hasta muy tarde dándole vueltas a por qué Andrew había fingido dormir cuando bajé alrededor de la medianoche. ¿Lo que había hecho era peor de lo que pensaba y lo había molestado? ¿Tenía miedo de que me gustase su falso yo y había decidido distanciarse para arreglarlo? ¿Había sentido también algo real? Enseguida me convencí de que la última opción era altamente improbable.

¿Acaso creyó que engañaba a alguien con ese intento ridículo de respiración acompasada?

Cuando aparecí en la cocina a primera hora de la tarde, solo encontré a mi madre comiendo arroz congee en la mesa. Casi hubiera preferido que fuera el chico del «te quiero» de Teoría del Juego en vez de mamá Wang y sus críticas porque no usaba suficiente maquillaje.

—¿Dónde está Andrew? —pregunté mientras encendía el hervidor de agua para prepararme un té verde.

—Han llamado algunos pacientes con emergencias y babá le ha pedido a Andrew que lo ayude para que tengamos un poco de tiempo a solas.

Se me fue la mano y fallé al enchufar el hervidor.

—¿Qué? ¡No!

No había pagado un dineral para que Andrew se pusiera a succionar en las pulpotomías de mi padre. Además, si iba a pasar el día con alguien, debería haber sido con mi madre, no con mi padre. Si conseguía que mamá cambiara de opinión, ya lo tendría hecho con el cabeza de familia de los Wang.

Mi madre agitó una mano.

—Deja de preocuparte. Solo van a pasar un rato de camaradería masculina.

—Ya. Tal vez después vayan a un club de estriptis.

Mi madre soltó una risotada y, para mi sorpresa, me reí con ella.

—Siempre has sido graciosa—dijo con un tono más suave. Me ardían los ojos y la nariz. Era tan cruel cuando había otras personas cerca que a menudo olvidaba que a veces era diferente si estábamos solas. A veces. ¿Fingía con los demás o conmigo?

—¿Así que en ocasiones soy graciosa y en otras esas mismas bromas son irrespetuosas?

Dio un manotazo al aire.

—Eres irrespetuosa cuando me desafías, con o sin bromas. ¿Por qué lo haces? Sabes que solo quiero lo mejor para ti.

—Quieres lo mejor para mí de acuerdo con tus magníficas prioridades, como encontrar un marido que tenga dinero y doble párpado, lo cual me llevas repitiendo desde los cinco años.

—Andrew tiene las dos cosas —dijo con una sonrisa—. Ya me imagino los bebés preciosos que tendréis. Con doble párpado.

—¿Es posible ser más superficial? —«¿Y cómo has pasado de cero a sesenta mil millones en un segundo?». Había estado desesperada por que aceptara a Andrew y, de pronto, se ponía a hablarme de bebés.

Mi madre tiró la servilleta.

—¿Quieres que se burlen de tus hijos? ¿Quieres que sufran más racismo del que ya van a sufrir? Si tienen doble párpado, eso los ayudará a integrarse un poco mejor.

No era lo que me esperaba. ¿Por qué me sorprendía? Siempre que estaba a punto de plantarle cara o de que ya no me importara su opinión, encontraba la manera de dejarme con la boca abierta. ¿Era pura manipulación o era sincera? ¿Acaso importaba? Porque siempre me lo tragaba, hasta el fondo. A veces, me preguntaba si las cosas serían diferentes si tuviera a alguien en quien apoyarme, o al menos más amigos, aunque probablemente no cambiaría mucho; siempre sería mi madre y ese vínculo tenía más peso que ninguna otra cosa.

Dejó la cuchara y se acercó a la isla de la cocina para prepararme el té de una manera que odiaba: mezclando el té que ya llevaba horas a remojo con agua tibia. Le daba miedo que me quemase la boca y no le importaba que fuera imbebible.

—¿No dices que el tejido de la boca se regenera en pocos días? —pregunté en voz baja—. ¿Tan horrible sería si me quemase el paladar?

—¿Tan horrible es querer que mi hija esté lo más cómoda posible? Siempre lo dejo en la encimera cuando estás en casa. —Señaló el asqueroso té amargo.

No me opuse más y, como de costumbre, acepté la taza y le di las gracias.

—¿Sabes, Jing-Jing? —dijo con un gesto para que me sentase con ella a la mesa, y así lo hice—. Empiezo a sentir que no hay nada que enseñarte. Dejaste de necesitarme hace mucho tiempo. El mahjong era lo último que me quedaba por ofrecerte, pero ya ni siquiera me necesitas para eso.

«¿Eso no es bueno?», me pregunté sin poder evitarlo.

Tamborileó los dedos contra su taza de té no amargo.

—Estaba convencida de que Andrew y tú todavía estabais en la fase de luna de azúcar. No. Ya sabes a qué me refiero, ¿cómo era?

—Luna de miel —murmuré y me sentí un poco mal, aunque ella me lo hubiera pedido.

—Sí, la fase de luna de miel. Casi me pareció que actuabais hasta que os vi anoche junto al fregadero. No sé por qué, pero fue la primera vez que sentí que había algo real. Pensaba advertiros de que la fase de luna de miel es demasiado prematura para saber qué nos deparará el futuro, pero tal vez ya la habéis superado.

Mierda. Era mucho más perceptiva de lo que creía. Me empezaron a sudar las axilas pensando en cómo me estallaría en la cara si veía algo que no debía. La verdad, no lo había pensado antes porque tenía la sensación de que mis padres apenas se fijaban en mí, pero la realidad era que solo se fijaban en lo que ellos querían y, al parecer, el problema estaba en que considerábamos importantes cosas diferentes. De hecho, si tenía en cuenta la creencia de mi madre de que los granos incipientes eran una catástrofe y la «prioridad número uno», entonces debía reconocer que era la persona más perceptiva del mundo y veía mis espinillas incluso antes de que yo reparara en su existencia.

—Sé que eres lista, Jing-Jing, pero apenas has salido con chicos, así que creo que me queda una última cosa que enseñarte: todas las relaciones tienen problemas. Lo que importa es cómo los resuelves. —Se rio y suspiró—. ¡Tengo mucha experiencia al respecto!

Dio dos palmadas.

—¡Bueno, ya está bien! Aprovechemos que los chicos no están. Termina rápido de desayunar, vamos a hacernos una limpieza de cutis y a comprar ropa nueva.

En el fondo, sabía que quería ser generosa, que era bueno que pasásemos un rato juntas y que era su manera de demostrarme que me quería, pero me era imposible ignorar que siempre hacíamos lo que a ella le gustaba, lo cual, a menudo, tenía que ver con mi apariencia, y estaba muy cansada.

—Me muero de ganas, mamá.

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