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♦ Capítulo 2 ♦ Drew Otro día más

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Me incliné para posar con delicadeza una mano en el hombro de Jing-Jing antes de apartarle la silla con un movimiento sencillo, sin florituras. La agencia había clasificado a sus padres como tipo C en lo relativo al afecto, así que el gesto sereno, amable y que no suponía una demostración pública de cariño les encantó. En circunstancias de tipo A, le habría dado un beso en la cabeza o en la mejilla; de tipo B, le habría puesto una mano en la espalda; y de tipo C-2, habría sido un poco más exagerado a la hora de mover la silla.

La señora Wang asintió y me dedicó una sonrisa genuina de madre, de esas que arrugan los ojos y no aprietan los labios de forma crítica.

Casi era demasiado fácil.

Jing-Jing se quedó un poco sorprendida al principio, aunque no tardó en recomponerse. Menuda novata, era evidente que era su primer alquiler.

—Andrew, siempre eres un caballero.

Había elegido el nombre de Andrew porque se parecía lo bastante a mi nombre real para evitar posibles lapsos, pero, al mismo tiempo, era lo bastante diferente para que, cada vez que lo oyera, recordara el papel que interpretaba. Además, por supuesto, era un nombre que sonaba a chico educado y como Dios manda, que tiene las cosas claras y esas mierdas; un montón de palabrería importante. Me hacía gracia el peso de dos letritas de nada, pero lo tenían. Esa simple sílaba activaba un interruptor en mi cerebro, mientras que en el verdadero yo era simplemente Drew, hasta la médula. Siempre les decía a mis padres que, si tan poca gracia las hacía que fuera artista, no deberían haberme llamado como el verbo dibujar en inglés. Bueno, solía decírselo; no nos habíamos dirigido la palabra en años.

De ahí aquel trabajo. Un buen sueldo y unas prestaciones geniales, incluido el seguro dental, aunque, después de ver a los doctores Wang babear por mis dientes recién blanqueados, comprendí que eso suponía una inversión beneficiosa para la agencia.

Le sonreí a Jing-Jing y la montura de las gafas se me clavó en las mejillas, otro recordatorio sutil del papel que interpretaba. Las gafas no estaban graduadas y su única función era darme una apariencia inteligente e inofensiva ante unos padres con una personalidad de categoría 1, aunque sí les había añadido un filtro de luz azul; ya que tenía que llevarlas, que sirvieran para algo. Miré al supuesto amor de mi vida, la segunda de la semana, después a sus padres, y dulcifiqué la mirada al pensar en los pinceles nuevos que iba a comprarme con la comisión de ese trabajo. Igual que les mentía a todos ellos, me mentía a mí mismo al autoconvencerme de que los pinceles eran lo único que me faltaba y que me acercarían un paso más a mi sueño, el de verdad, no los que siempre cambiaba y les contaba a los padres de las clientas. La realidad era que Drew, el artista triunfador, solo era otro personaje que interpretaba, y el que peor se me daba.

Los Wang nos indicaron por señas que empezásemos a comer, así que le serví unos fideos zhàjiàng a Jing-Jing antes de pasarle el cuenco a sus padres. Hacía muchísimo que no me encontraba con ese aroma dulce y picante. Era a lo que olía la cocina después de que los chicos Chan —perdón, los «hombres Chan», como mi padre siempre me corregía— volvieran de jugar un partido de baloncesto sudoroso e hipercompetitivo. Mientras el olor me envolvía, recordé su voz ruda y reconfortante, aunque también amenazadora: «¡Tienes que ganarte los fideos!».

Odiaba el baloncesto. Tampoco era el momento de pensar en él, sobre todo, cuando se suponía que tenía otro padre diferente, ficticio y cariñoso del que contar anécdotas.

Más platos pasaron por la mesa, los cubiertos tintinearon y Jing-Jing me sonrió con nerviosismo. Le devolví una sonrisa tranquilizadora y asentí; hasta el momento, la situación había sido bastante corriente. De hecho, el silencio era reconfortante, tal vez porque me recordaba a mi niñez y a unos cuantos otros trabajos que había hecho para El Novio Perfecto en el último año y medio. Sin embargo, mientras me servía un poco de kōng xīn cài y la salsa de ajo de las verduras goteaba por el plato, una vocecita retumbó en un rincón de mi cabeza, como un puñetero parásito: «En tu familia tenéis un montón de problemas por culpa del silencio».

De repente, el cuello de la camisa me ahogaba, pero tocarlo no era una opción, así que me obligué a pensar en otra cosa. En qué sería lo primero que pintaría con los pinceles nuevos, en el olor de la comida que tenía delante, que era bastante espectacular; los Wang habían tirado la casa por la ventana. En… ¿A quién pretendía engañar? Lo único en lo que pensaba era en que me costaba respirar y las paredes se encogían a mi alrededor. ¿Qué cojones hacía allí?

Me concentré en el picor, lo cual solo empeoró las cosas. Nota mental: pasar de esa marca y volver a Tommy Hilfiger, a pesar del precio mucho más alto. A lo mejor, si le explicaba a la agencia cómo había estado a punto de poner en peligro mi tapadera, me cubrían el gasto.

Jing-Jing me tocó la mano, quizá porque se había dado cuenta de que me estaba poniendo histérico desde su posición privilegiada. ¿Cómo? Ni idea. A lo mejor tenía un don y debería buscarle un puesto en El Novio Perfecto. Cuando la miré, me dedicó otra cálida sonrisa que le llegó a los ojos, y yo se la devolví de nuevo sin pensarlo.

Vale. De vuelta al campo.

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