Читать книгу Rent a boyfriend - Gloria Chao - Страница 22

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♦ Capítulo 13 ♦

Chloe

Tanga al aire

—¿Qué tal este?

Mi madre me enseñó un sujetador de encaje casi transparente con un tanga a juego que te garantizaba una infección de orina y una candidiasis.

—¿Recuerdas que hace un par de años me prohibías salir con chicos? —dije mientras apartaba su mano y ese desagradable conjunto—. Lo prefería.

—Para que quede claro, todavía no debería haber ningún tipo de ñiqui-ñiqui, pero, si en algún momento se te ve el tirante del sujetador o la costura de las braguitas, mejor que sea esto y no esa cosa sosa y con agujeros que te empeñas en llevar.

Mi madre quería que se me viera el tanga.

Mamá, llevo la misma ropa interior que compré en Taiwán hace años porque es lo único que me queda bien. —Agité las manos en el aire para señalar la tienda—. Mi cuerpo no encaja con nada de esto. Tengo la caja torácica demasiado grande y los pechos demasiado pequeños, así que… —Me encogí de hombros.

Me vibró el móvil. Gracias a Dios.

Busqué un asiento vacío y me alejé para descansar un rato de mi madre, la defensora del exhibicionismo. Creía que seguiría ocupada mientras reponía munición para avergonzarme, pero entonces dijo:

—¿Por qué sonríes así?

Levanté la vista del mensaje de Andrew y me encontré a mi madre con un amago de sonrisa y un puñetero corsé en la mano. ¿Todavía se fabricaban esas cosas?

—Por nada —respondí y envié una última respuesta—. Deberíamos irnos pronto.

—¿Por qué? No hemos encontrado nada porque eres una cabezota. ¡No te has probado ni una sola prenda! —Me lanzó el corsé rosa.

Se acabó. Tal y como le había dicho a Andrew, yo era mi propio caballero andante. Señalé el móvil.

Babá dice que te echa de menos. —Me miró sin responder—. Es broma. Andrew me ha preguntado qué hay de cena. ¿Vas a cocinar?

—¡Tiān āh! ¡No lo sé! —Colgó el corsé en el perchero más cercano—. ¡Tenemos que preparar la cena! ¿Me ayudarás?

Aunque sabía que pasaría, me sentí fatal por explotar una parte triste y sexista de su vida. Aunque era socia igualitaria del Palacio Dental Wang, siempre había tenido que encargarse de hacer la comida y ocuparse de todo lo relacionado conmigo.

Le puse una mano en el hombro.

—Pidamos comida para llevar.

Abrió la boca, pero me adelanté a lo que iba a decir.

—De un restaurante chino, para babá, y que nos pille de camino a casa, para que no tardemos mucho.

Asintió y me recompensó con una pequeña sonrisa; después se marchó en dirección a la caja registradora.

—¡No quiero nada! —grité.

Sacó tres bragas de abuela extragrandes de la bolsa de la tienda.

—Necesito ropa interior nueva. ¡A algunas no nos gustan los agujeros!

Pensé en preguntarle por qué usaba ropa interior tres tallas más grande. ¡Si apenas pesaba cuarenta y cinco kilos! Pero decidí que prefería no saberlo. ¿Cambiarían los estándares de belleza que me aplicaba cuando me casara, o existía una extraña doble moral entre nosotras que se me escapaba? Por ejemplo, ¿pensaba que yo tenía tantos defectos que debía compensarlos de ciertas formas por las que ella no tenía que preocuparse?

Le di un manotazo al corsé mientras iba hacia la salida. Incluso el apestoso pasillo adyacente al baño más concurrido del centro comercial era preferible a seguir allí dentro.

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