Читать книгу Te vi pasar - Guillermo Fárber - Страница 8
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En los años transcurridos desde aquel encuentro providencial, Martín los visitó con cierta frecuencia, siempre mediante invitación expresa y siempre procurando sepultar entre cinismos e indiferencias —y él invariablemente temía que sin éxito— las frenéticas turbaciones que la cercanía de Fernanda le despertaba sin remedio.
A lo largo de esas visitas, paradójicamente, amistó con Rogelio y se estrelló con Fernanda. Él lo dejaba llegar; ella se parapetaba en su disfraz —que cada vez Martín sospechaba más falso y endeble— de señora-joven-tonta-pero-insulsa.
En el decurso de ese paciente y solapado cortejo, varias veces la observó mientras estaba desprevenida y advirtió en ella algunas reacciones espontáneas, palabras sueltas, gestos distraídos, reveladores de una realidad abismalmente distinta de la máscara anodina que mantenía por educación, por costumbre, por recelo, quién sabe por qué. Al instante retomaba ella su careta de insípida profesional, pero él fue guardando esos indiscretos atisbos en su memoria como indicios de que la hermosa mujercita no se agotaba en la trivial apariencia. Poderosas corrientes se agitaban en el fondo de ese aparente lago suizo, y el tufo abominable del desperdicio vital se insinuaba en Dinamarca.
En virtud de esas señales dispersas —que él fue coleccionando cual codicioso gambusino de promesas enmascaradas, aparentando en todo momento una indiferencia que le producía un extraño deleite—, al cabo estuvo Martín convencido de la existencia, en las honduras de Fernanda, de un hervidero de ansiedades en espera de una grieta en la costra para derramarse como lava por la superficie del decoro y la formalidad.
Eran esas ansiedades, quiso él creer, el origen de la orden escueta: “Ven”, y quiso en ese momento, extasiado, creer que en efecto:
Si nos dejan,
haremos un rincón
cerca del cielo.