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I. Entre Afrodita y Ares

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El terrorismo ha existido desde los albores de la humanidad, y desde luego, mucho antes de que se formulase como concepto. El término es el nombre latino de Deimos uno de los dioses menores hijo de Afrodita (Venus) y Ares (Marte). El Terror, no por casualidad, se nos presenta así como un hijo de la Belleza y de la Violencia; y además es hermano gemelo de Phobos, el Miedo. Los tres son acompañados de la diosa Enio, hermana de Ares, la “destructora de ciudades”, en cada batalla.

Esta combinación, no es ni extraña ni casual, sino por el contrario muy real y humana. Son las bases de la morbosidad, lo que Shelley denominaba el “turbulento encanto del terror,” un poderoso factor de atracción mediático. El terrorismo, en esta lógica, dispone de la calidad de lo inesperado, de lo horrible, de lo irrestricto.

La palabra fue recuperada por Robespierre para designar a un periodo revolucionario que lideraba. Su nombre quedó consignado en un célebre discurso que pronunciara ante la Asamblea Nacional en el que se asociaba virtud y terror: “la virtud sin la cual el terror sería funesto, el terror sin el cual la virtud sería impotente”.

De este modo, la ideología –la virtud– quedaba indisolublemente asociada a los medios –el terror– en una peligrosa simbiosis que equiparaba a ambos. Por ello tal combinación precisa de una delicada gestión para evitar que la ideología se vea contaminada por la violencia que difícilmente puede ser conseguida. Se sirve así de una idea apuntada por Glucksmann, “aquel que no retroceda ante ningún derramamiento de sangre llevará ventaja sobre su adversario”1.

El terrorismo moderno comienza a finales del siglo XIX con la llegada de los medios de comunicación de masas; estos garantizan la difusión de sus actuaciones y con esta su impacto. Los ataques de la organización E.T.A. en nuestro país se producían a las 0800 de la mañana para estar en las noticias de las 0900 y ocupar las de las 1500, manteniendo el impacto por la noche y con ello ganando el día completo para su causa, mediáticamente hablando. Cuando España ingresó en la UE en 1985 E.T.A. asesinó a 5 personas en tres atentados distintos tratando de cambiar la agenda informativa del día, y con ello de desinformar.

De todo lo cual se deduce que el terrorismo, o mejor dicho, el terror, es fundamentalmente una estrategia de comunicación. Es más, por la primacía de lo mediático que este encarna el terrorismo es, o puede plantearse, como una forma de posverdad.

La guerra es un choque de poderes de todo tipo y condición, dotado de medios no necesariamente militares. El maquiavelismo de la estrategia confunde fuerza con poder lo que constituye un relevante error. Ares, la encarnación de la violencia, la forma más plástica y expresiva de poder, es derrotado siempre mitológicamente por Atenea, la diosa de la Inteligencia y de la Palabra, porque lo que subyace tanto detrás de la guerra y del terrorismo es la política.

Es más, sí la guerra es básicamente un acto de comunicación que incorpora un suplemento de violencia, el terrorismo es una actividad política que se escenifica mediáticamente a través de un cierto derramamiento de sangre. A la contra la violencia forma parte del terrorismo, pero el terrorismo no es sólo violencia; de hecho, la violencia, su metodología, no es lo más importante del terrorismo, sino el discurso al que este sirve o cuya promoción busca y que encarna una propuesta eminentemente política.

La lucha contra el terrorismo en el marco del sistema de seguridad nacional

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