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IV. La narrativa terrorista

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La política, y con ella el terrorismo también, se encuentra consignada a la gestión de la palabra primero y de su significado después. El lenguaje es capital en el terrorismo y, consecuentemente, en la lucha contra él.

Para comenzar, los nombres no son neutrales, escogerlos adecuadamente permite partir desde una posición de ventaja. A fin de cuentas, el lenguaje es uno de los primeros y principales terrenos de enfrentamiento; con él se define el marco y se fijan las reglas con que se desarrolla el conflicto. Imponer el lenguaje, señalar las palabras que han de utilizarse y apropiarse de las más importantes resulta capital. Y más aún cuando la batalla se desarrolla en términos de legitimidad. Un detenido puede ser un soldado, un delincuente, un narco o un terrorista según el nombre que se dé al conflicto o que la comunidad internacional acepte.

Narrar es seducir, describir la realidad desde un punto de vista subjetivo; son emociones presentadas racionalmente. No hay un profundo trabajo académico detrás de unas propuestas por lo demás inconcretas, construidas con argumentaciones poco elaboradas, cargadas de lugares comunes y frases inacabadas cuya argamasa es la voluntad; intentan dar rigor a una realidad intuida con idéntico simbolismo al de una canción, de un himno, lo que da pie a lo heroico

Una narrativa es una selección de hechos que conduce a un imaginario preestablecido. Una conjunto hilvanado de ideas, no falso pero sí incompleto; puede ser una ideología, una religión… pero siempre una selección de hechos, puntos de referencia, un equilibrio entre realidad y ficción.

Las narrativas son conceptos substanciales para la comprensión de los conflictos; estos cuentan con un carácter discursivo y condicionan la lectura de los sucesos. Sirven para hilvanar la violencia con sus causas dando coherencia al proceder y capturando la imaginación del grupo. En este sentido, el terrorismo es una narrativa sangrienta.

Los atentados no son actividades aisladas sino que concurren sobre un discurso que dota de dirección y sentido a la violencia. La narrativa terrorista incorpora así acción, mensaje y causa. Es su dimensión espiritual, la espina dorsal el lugar de conjunción de elementos materiales e inmateriales. El medio forma parte del mensaje; al decir de Schelling “se comunica mediante actos más que mediante palabras, o mediante actos que se añaden a las palabras y la acción se convierte en una forma de comunicación”.

No son un hecho neutral ni objetivo. Es un acto de creación, de voluntad, que incorpora elementos racionales e irracionales, un puente entre lo tácito y lo explícito15. Estamos ante un mecanismo de construcción de identidad, un instrumento de socialización. Por eso no es inmutable en su forma. Cambia para mantener inalterable el fondo; evoluciona y se adapta incorporando algunos elementos del presente que enlazan con su propuesta de futuro. Cuentan con capacidad para reinterpretar los hechos e incluso a sí mismas con tal de mantener una coherencia emocional con los fines.

Son románticas pero no universalistas ni racionalmente simétricas; parten siempre de una arcadia feliz que permite explicar el futuro utilizando el pasado; o, para ser más exacto, reescriben el pasado en nombre del futuro. Sí una referencia no sirve, se busca otra; lo importante es preservar el espíritu movilizador, la dinámica: “El principal mecanismo para la difusión y absorción de ideologías es la narrativa. Una narrativa es un conjunto organizado de ideas expresado en forma de historia (cuento). Las narrativas son fundamentales para la representación de la identidad… Las historias (cuentos) sobre la historia de una comunidad proporcionan modelos sobre como actos y consecuencias están relacionadas y a menudo son la base para el diseño de estrategias de actuación y para la interpretación de las intenciones de otros actores”16

Y es que las narrativas no describen la realidad sino que la crean, generando como decíamos el espacio ético necesario para la violencia. La narración es así un producto “de uso interno a pesar de sus pretensiones de universalidad, no vale más que para el campo que la defiende con el objeto de fortalecer su hostilidad”17. Se presentan como religiones seculares cuyas propuestas por reconcentradas podrían clasificarse de milenaristas. Es un poder, una herramienta de persuasión política muy difícil de desactivar, precisamente por no ser racional.

Las narrativas son la virtud de la que hablara Robespierre, el tronco del discurso al que se adhiere el terror con lo que su solidez determina la propia solidez del terrorismo en sí.

Así, el problema del yihadismo es que encarna una propuesta ideológica enraizada en la tradición islámica a través del salafismo moderno, que es el que le dota de raíces doctrinales al terrorismo, contribuyendo a su vertebración y pervivencia al tiempo que legitimando la violencia que practican. Y además cuenta con un anclaje social importante en el mundo islámico así como con el crédito milenario de toda una tradición espiritual, de cuyo nombre se han adueñado para sus fines. El salafismo resulta un concepto clave para entender el yihadismo y es la razón de su fortaleza.

Pero sí hay un elemento característico de las narrativas es la gestión de los silencios. El acento que pone sobre algunos aspectos y las sombras en que sume a otros. Las narrativas llevan consigo la capacidad para identificar y ensalzar lo importante y su perspectiva. En el caso del yihadismo, por ejemplo, los versículos coránicos que mueven a una menor radicalidad no se citan.

En palabras de Freud: “la ideología no trata de saber si, por ejemplo, hay una contradicción entre el ideal de libertad y el de igualdad: excluye como enemigos a los que plantean una cuestión parecida… el deseo de exclusión es incluso un carácter típico de la ideología, pues ésta sienta plaza de criterio de verdad, una verdad aparente que se funda esencialmente en la disimulación de las dificultades o de las incompatibilidades teóricas y prácticas”18.

Su función es hacer inteligible la realidad a través de una intencionada simplificación que le dotan de una gran capacidad de comunicación y crean una determinada percepción, en apariencia libre. Y la política se construye desde percepciones. Así se dirigen “al sentimiento, incluso a la pasión y a la imaginación en pos de lo maravilloso. Encuentra su alimento en las grandes palabras y las grandes ideas con una connotación escatológica, tales como la libertad, la igualdad, la justicia, la felicidad o la paz, sin que jamás se precise el contenido de estos conceptos y sin que se especifiquen las condiciones de su actualización, posible con la acción política y económica concreta e inmediata…no tiene nada de pensamiento individual y crítico formado por la duda y una información metódica”19.

La narración permite una aproximación omnicomprensiva al hecho que explica mientras rechaza cuanto queda fuera, proporcionando al hombre las exactas referencias que precisa. Como sostiene Munckler “la concentración en las fachadas ideológicas… satisfacía al mismo tiempo la necesidad de abarcar fácilmente con la vista el panorama y verlo con facilidad”20.

Su simplicidad, la reiteración machacona y una escenificación indubitativa le otorga ventaja desde la perspectiva de la comunicación política. La verdad, un poco atractivo prosaísmo o un conjunto de datos nada sugerentes, no son el criterio definitivo de valoración, sino la emoción de una propuesta ilusionante por poco realista que pueda ser.

El resultado de esta conjunción es un bucle melancólico, como lo denomina Jon Juaristi21, en la medida en que es incapaz de cerrarse y, perdida en el narcisismo, resolver su propia dinámica. Desencadenan un proceso que no solventan, porque la resolución es racional mientras el planteamiento emocional, con lo que la convergencia de ambos planos es infrecuente. Cuenta con los componentes de una idea dinámica, autorreferente y tautológica, que puesta en marcha sirve para su autojustificación. Perder para ganar al decir de San Pablo.

No puede resolver los problemas a los que atiende; no obstante, su reconocida naturaleza no científica hace aún más difícil su crítica. Es el monstruo que se devora a sí mismo. “El contenido del fin, aquello mismo en que la patria al fin conquistada consiste, no es sino la lucha que sirvió para conquistarla, el nombre, la memoria y la gloria de aquellas mismas batallas, de esas mismas hazañas que tenían como objeto de conquista el propio cofre que al fin no tiene otra cosa que ellas”22.

La lucha contra el terrorismo en el marco del sistema de seguridad nacional

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