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VII. Conclusiones

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El terrorismo ha sufrido todo un proceso de normalización desde su aparición a finales del siglo XIX con el surgimiento de los medios de comunicación de masas, y puede considerarse una constante con la que conviven las sociedades desarrolladas. No existe consenso internacional sobre su definición en la medida en que supondría la fijación del fiel de la balanza jurídica con independencia del poder de las partes, algo a lo que el más poderoso –y más si sostiene un conflicto vivo– difícilmente se avendría.

La batalla que plantea el terrorismo es emocional no racional. Los hechos son sólo importantes por su impacto en el plano psicológico. La verdad no es relevante, la emoción es el hecho decisivo. La posverdad y el terrorismo plantean un grave riesgo para la Seguridad Nacional al tensionar tanto a la sociedad como al aparato que la soporta y que es golpeado para favorecer su debilitamiento. El ciudadano a través de las redes sociales ha quedado sobreexpuesto a la influencia de actores, –entre ellos los terroristas– con intereses particulares que instrumentan las reglas y la conciencia moral de la sociedad

Las narrativas hilvanan ideas pero también, y sobre todo, gestionan el silencio limitando los debates que pueden desarrollarse y los temas que han de ser tratados. Las narrativas, no son Historia pues construyen el pasado en función del futuro pretendido. Estas sirven por su carácter omnicomprensivo para el control mental de un sector amplio de la población que es simultáneamente el objeto y objetivo de esta lucha. El hecho de que toda la población sea un blanco potencial lo propicia. Esto se consigue generando una incertidumbre que es fruto de la calculada arbitrariedad terrorista y que lo hace de difícil previsión.

En el siglo XXI la palabra paz es un tótem ante el que prosternarse, cuando realmente tiene un significado muy impreciso, vacío, que conviene rellenar para que realmente signifique algo; la paz es algo más que la ausencia de violencia. Aun diría más, la paz se ha transformado en objeto de confrontación porque el que se adueñe de la palabra asociándola a su proyecto político alcanza la victoria.

En los conflictos del siglo XXI, la sustitución de la victoria por la paz es prueba de la pérdida de autonomía de la guerra. La guerra es complementaria y no opuesta a la paz que aúna medio y fin. Guerra y paz son, parafraseando a Clausewitz dos instrumentos de la política entre los que existe una contradicción dialéctica, no hay guerra sin paz ni viceversa. El fin político de toda guerra es la paz.

La paz pertenece a la política mientras la victoria implica el logro de los objetivos militares. No hay una exacta correlación entre victoria y paz (bien lo recuerda la guerra de Argelia) aunque la parte vencedora siempre trate de construir la paz desde su victoria, lo que por otra parte, puede convertir a la paz en una continuación de la guerra por otros medios. La diferenciación entre victoria, el acto militar y la paz, el acto político, es imprescindible. Otro tanto sucede con la justicia que, contra el dictado de Kant, la experiencia muestra que, al igual que la verdad, queda subordinada al vencedor.

La justicia transaccional no es aplicable en sociedades democráticas, sino en crímenes de masas y siempre desde la condena de las ideologías y de sus principales responsables. La violencia simbólica del terrorismo tiñe de sangre sus símbolos. El discurso de las partes no puede equipararse no sólo porque es un riesgo inaceptable sino porque resulta una imperdonable deslegitimación hasta de la democracia como concepto; la legitimidad de la paz, su marco, es la justicia.

En este sentido, las víctimas se anclan en los corazones de las democracias y deben ser objeto de los máximos niveles de protección porque la legitimidad de las democracias y su propia humanidad se encuentran ligadas al trato que se dispense a las víctimas que han quedado constituidas también en símbolos de estas.

El relato propio, la memoria, debe ser protegida, porque está ligado a las víctimas y se asienta sobre la legitimidad de sus muertes. No puede cederse ese patrimonio inmaterial porque la guerra es, recordémoslo, una actividad del espíritu. Es allí, y no en la realidad, donde anida la derrota.

La lucha contra el terrorismo en el marco del sistema de seguridad nacional

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