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El año del Cordobazo

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Por una cuestión geográfica, ir al Nacional era una forma de acercarse a la política. El colegio está pegado a la facultad de Ingeniería y atrás están Arquitectura y Ciencias Exactas, que antes estaba dividida en Química, Farmacia y no sé qué más. El patio de recreo daba al anfiteatro de Ingeniería, donde se hacían las asambleas estudiantiles más combativas; por los ventanales de calle uno solíamos ver los carros de asalto de la policía, preparada para reprimir las manifestaciones. Y ese año hubo muchas, a fines de mayo estalló el Cordobazo y en todo el país los universitarios salieron a la calle con la consigna “Obreros y estudiantes, unidos y adelante”. Era la misma simbiosis del Mayo Francés, pero con otro contenido y otros objetivos. No era “La Imaginación al Poder”, sino el poder para la clase obrera y el pueblo para la construcción del socialismo. A nosotros todavía, sin embargo, no nos había empezado a interesar; lo veíamos de lejos, como espectadores neutrales de un juego cuya finalidad no entendíamos ni nos importaba. Aunque, de alguna manera, nos estuviésemos acercando. El Baby me mostraba el otro día una nota, firmada por alumnos de otra división, designando delegados al Centro de Estudiantes que se estaba gestando.

Segundo año no fue muy distinto, pero tuvimos posibilidades de acercarnos un poco más, al menos entre los varones, y no todos. Omar y el Pato, sin cruzarse una palabra, siguieron viajando en colectivo juntos, aislados del resto de la división. Joaquín se mudó al departamento de calle diez, enfrente del Teatro Argentino, y así obtuvo cierta aceptación social entre los del centro y eso le permitió integrarse un poco más. El también empezó a sentirse más seguro al ver convertida su casa en el punto de reunión de los grupos de estudio y en objeto de admiración. El departamento, que sigue igual que entonces y seguramente lo seguirá por cien años más, ocupaba el piso entero, con una proliferación asombrosa de habitaciones y baños y un balcón enorme que daba al viejo teatro, esa maravilla de la arquitectura de principios de siglo arrasada primero por el fuego y después por el mal gusto de los militares. Llegaron también el Vasco, Alejandro y Henry, a quien el Pato bautizó de entrada como “el Chino” por sus ojos tan orientales. Así se reforzó el bloque gimnasista de la división, principalmente por el Vasco, que era muy ingenioso y me volvía loco con las cargadas. Tanto que cuando Estudiantes perdió con Gimnasia al otro día falté al colegio. La única vez en los seis años que falté. El resto fueron todas faltas por llegar tarde.

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