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El Baby

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Ese año los cambios se dieron dentro de la división y también afuera. Al producirse el cambio de turno las divisiones se reestructuraron y en lugar de los compañeros que se quedaron a la tarde se incorporaron otros; en ese paquete vinieron el “Baby” y el “Lacio”. Al Baby ya lo conocíamos, en realidad todo el mundo conocía al Baby. Con una carita angelical y una sonrisa permanente, el Baby era un pequeño burgués prototípico, un perfecto platense del centro: venía de la Anexa, sus padres estaban relativamente bien económicamente y vivía en el Barrio Norte, que era ya entonces una especie de remedo, reducido y adaptado, del Barrio Norte de capital. Pero el Baby, sin embargo, tenía un abanico de relaciones que no reparaba en prejuicios de clase ni en todas esas aprensiones de los chicos “del centro”. Se daba con todos y siempre estaba contento. Se convirtió, así, en una especie de nexo entre los grupos de la división y de toda la división hacia fuera. Sus amistades más cercanas frecuentaban un bar en calle ocho entre cuarenta y nueve y cincuenta que se llamaba “Papiros”, donde se concentraban algunos grupos del Nacional y chicas del Liceo que se habían hecho la rata o tenían hora libre. El ambiente de Papiros era “selecto”, pero el Baby no era selectivo, y no tenía problemas de aparecer acompañado por cualquiera de nosotros. A través de él fui conociendo más de cerca ese mundo de los “chicos del centro” que hasta entonces me había parecido tan distante. Con los temores del marginado que aspira a integrarse, me convertí en un cuasi “habitué”, a la espera de que esa llave me permitiese abrir la puerta de ese mundo; con sus fiestas y sus mujeres, que eran, en definitiva, lo que más me importaba. En mi afán de integración indiscriminada intenté arrastrarlos hasta allí al Tortuga y al Pato; pero el Pato tenía las fronteras de clase muy claras y no estaba dispuesto a hacer concesiones. Él sentía que no tenía nada que hacer ahí, entre esa gente. Mucho más pragmático, Tortuga iba si tenía ganas.

Papiros era distinto al Troas, mucho más “selecto” y superficial. Sus habitués no tenían, ni llegaron a tener, otra preocupación más que la de guardar las apariencias; para tener éxito con el sexo opuesto y prestigio entre los pares. Los de Papiros, en cambio, casi todos terminaron acercándose a la política. Los temas de conversación en las mesas fueron cambiando lentamente, y llegó un día en que nadie hablaba de otra cosa.

Por algo habrá sido

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