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Los primeros trabajos

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Lentamente, la música, la política y las vacaciones iban haciéndose un lugar entre nuestras inquietudes, aunque sin desplazar del todo al fútbol. Las salidas de los fines de semana yo las alternaba entre algún programa con los compañeros de Alfredo, las incursiones por las confiterías bailables con Ruben y alguna salida con Julio y con el Pato. Analizándolo en perspectiva, mi vida no era nada sacrificada; estaba enteramente dedicada a las obligaciones del estudio, que no eran muchas: me limitaba a ir al colegio, siempre tarde, y a Educación Física, también tarde, para ser coherente. Hacía las tareas imprescindibles como para cumplir y estudiaba cuando tenía ganas, a las apuradas; aún así, mis notas eran bastante satisfactorias, recién me llevé una materia a examen en tercer año: matemáticas. La profesora era una mujer gorda, muy seria, que me tenía conceptuado como un vago, lo cual se ajustaba bastante a la realidad. El día del examen me fui con el traje negro de casimir inglés que nos había hecho hacer mi padre en su segunda visita en seis años. El traje era impecable, a medida, pero yo tenía el pelo larguísimo, todo enrulado y una pinta de zaparrastroso terrible. Así que la profesora cuando me vio dijo: “Asuaje, si no se peina no entra a dar examen”. Y yo accedí. Me mojé bien la cabeza y entré. Debí haberme negado, ella no tenía derecho a prohibirme dar examen, pero en ese momento ni se me ocurrió rebelarme. Cuando me tocó dar fui tan rápido y tan preciso que me pusieron diez y la profesora me preguntaba asombrada: “Asuaje, ¿cómo hizo?”.

A esa altura mi vieja ya insistía cada vez más conque “vos te tendrías que buscar algún trabajito, con una sola entrada no se puede”. Y yo entré a buscar trabajo, realmente estaba dispuesto a laburar. Alfredo y sus compañeros me habían invitado a ir de vacaciones a Mar del Plata en carpa, dos cosas que yo nunca había hecho: no conocía Mar del Plata y nunca había vivido en carpa. Para poder ir necesitaba plata y mi vieja no podía dármela, así que dependía de un trabajo. Pero no tenía suerte, a los avisos que iba por una cosa o por otra no me tomaban. Hasta que un día me avisa mi vieja que Julio me andaba buscando, el padre tenía un trabajito para nosotros. Me puse más contento que cuando aprobé el examen. ¡Tenía ganas de laburar!

Pero el laburo no era fácil, el padre de Julio había empezado a tomar trabajos de electricidad por su cuenta y le había salido hacer las instalaciones eléctricas de toda una planta avícola. A nosotros nos tocaba hacer canaletas en la pared, a martillo y cortafierro. Fueron pocos días, pero aunque el trabajo era matador, terminamos felices. Unos días después ya estaba con Pancho y con Alfredo haciendo dedo en el cruce Echeverri. Después de siete años volvería a ver el mar.

La experiencia de la carpa en Punta Mogotes fue interesante, aunque de mujeres ni hablar. La avenida Constitución, donde están todos los boliches bailables, quedaba demasiado lejos de nuestra carpa y de nuestros bolsillos. Y no teníamos cancha como para encarar mujeres en la playa o en el centro. Pero sirvió para conocer más de cerca a los compañeros de Alfredo y terminar construyendo con algunos de ellos una amistad que sería eterna.

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