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Luisito

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En esas movilizaciones de los secundarios había un personaje infaltable. Sin él, parecía que estaba prohibido hacer una asamblea, un acto o una marcha. Con los ojos clarísimos y grandes, el pelo rubio disciplinado rigurosamente con una tonelada de fijador, y el cuerpo cubierto por un sobretodo azul larguísimo, Luís López Comendador tenía siempre en uno de sus bolsillos el teléfono de Sergio Karakachoff, el abogado, para llamarlo si alguno caía preso.

La mayoría no lo conocíamos a Karakachof, pero sabíamos que ante cualquier emergencia había que llamarlo a él. Hasta eso momento éramos casi todos independientes y no estábamos organizados para ese tipo de eventualidades. Tal vez porque no pensábamos seriamente en la posibilidad de caer presos. Pero Luisito parecía estar de vuelta. Tenía una conciencia mucho más desarrollada y un manejo de las teorías revolucionarias que era inaccesible para quienes nos estábamos iniciando.

Aunque Luís no iba al Nacional sino a Bellas Artes, durante esos años nos encontramos docenas de veces, en cuanta actividad política hubiere. Al salir del secundario casi nos perdimos el rastro. Yo me enteré de su caída al volver del exilio, por César, su íntimo amigo, y unos años después conocí a su hermana. Tiene sus mismos ojos, aunque con una tristeza que Luís nunca llegó a conocer, cuando era un adolescente con sueños de revolucionario.

Por algo habrá sido

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