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Un viejo y extraño miedo

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Cuando era muy chico, calculo que entre los cuatro y los seis años, una tarde fuimos con mis viejos al puerto. Ese día no quería mirar hacia el agua porque me daba miedo, no el agua sola, sino los barcos sobre el agua. Desde ese día le tuve pánico a los barcos. No a subirme, sino a verlos. Y a pesar de que después de eso viajé varias veces en barco, nunca les perdí el miedo, siempre me dieron pavor. Esa misma sensación de angustia la sentí un día cuando intenté cruzar a nado desde el Yacht hasta la otra orilla. Yo nunca fui un buen nadador, pero la distancia no era muy grande y el agua estaba tranquila; al principio nadé sin dificultad, pero en la otra orilla estaba anclado otro barco abandonado y cuando estuve más cerca en un momento me volvió a dar aquel viejo terror. Tuve que volverme. No pude resistir el miedo que me infundía esa carcaza enorme y negra sobre el agua. Y aún hoy, cuando los veo a veces en fotos o en televisión, los barcos en el agua me siguen dando miedo. Quizás por eso me imagino cayendo un día hasta el fondo del mar, en mi propio viaje final, yendo a buscar a mis compañeros que están en el agua. A los que tiraron desde los aviones

Por algo habrá sido

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