Читать книгу Por algo habrá sido - Jorge Pastor Asuaje - Страница 78

Charlas de café

Оглавление

Como un jugador de ajedrez que disputa simultáneas, en esos años yo mantenía varias discusiones políticas e ideológicas al mismo tiempo. Por un lado estaban las discusiones formales con Julio, que tenían un desarrollo sistemático, pero además discutía con Joaquín, con el Lacio y con el Pato.

Con Joaquín y con el Lacio a veces discutíamos los tres juntos. En las horas libres, cuando otros se iban a dar vueltas por el centro, a “hacer facha”, a mostrarse ante las chicas de los colegios “selectos”, dando vuelta por las escasas dos o tres cuadras del microcentro platense, nosotros, nos íbamos al Parlamento o al Escorial a discutir durante horas. El Lacio era la teoría y el racionalismo puro, Joaquín la pasión y la acción. Con cada uno de ellos también tenía discusiones individuales. Es que en realidad, nos pasábamos todo el tiempo discutiendo, cada encuentro era la oportunidad para una nueva discusión. Con el Lacio tenía la sensación de estar analizando las cosas en una perspectiva futurista, como si estuviésemos imaginando el devenir histórico de las próximas décadas de la humanidad, imaginándonos como protagonistas; pero de una manera casi tangencial a la realidad. Como desde un laboratorio filosófico.

Con Joaquín la sensación era otra. Con él solía irme conversando a la salida de la escuela y llegábamos hasta el Teatro Argentino: él se quedaba en su departamento y yo me tomaba el sesenta y uno. En ese trayecto él ya empezaba a mostrar los esbozos de un peronismo incipiente que a lo largo del año se fue haciendo cada vez más evidente. El origen de esa influencia podía detectarse en su hermano mayor, Iñaki, a quien prácticamente no conocíamos, apenas si lo habíamos visto alguna vez en el departamento de la calle 10. Sabíamos, sí, que había sido un pertinaz Don Juan en Corrientes, un fugaz estudiante de periodismo acá en La Plata, un pintor ocasional de brocha gorda un tiempo y un estudiante de algo( posiblemente sociología) en Buenos Aires. Joaquín hablaba con admiración de las hazañas eróticas de sus hermanos y en especial de las de Iñaki, con su proverbial tendencia a la exageración.

Aunque lo conocíamos poco, Joaquín nos había transferido algo de su admiración por Iñaki, que reapareció en La Plata por una circunstancia infausta: el padre de Joaquín casi se muere de un ataque (un derrame cerebral o algo parecido). Esa circunstancia hizo que Joaquín pasara a ser el centro de atención de la división. De repente todos nos aglutinamos en derredor suyo como compitiendo a ver quien le daba más apoyo.

Hacía poco días los Areta habían sacado de la concesionaria un Falcon flamante, de un azul verdoso oscuro, al que Iñaki hacía doblar casi en dos ruedas alrededor de las plazas de La Plata, demostrando una habilidad conductiva forjada en actividades mucho menos superfluas. Aunque no lo sabíamos, en ese momento ya tenía una militancia intensa y medianamente extensa en las F.A.R. (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y más de una vez había sido chofer en alguna operación militar.

Como para consolidar la admiración que despertaba entre los amigos de Joaquín, incluso hasta de los apolíticos, como Bocha, Iñaki tenía una novia que era toda una “mujer”. Si, porque por más buenas que estuvieran, las chicas del Liceo, del Normal, del Eucarístico o cualquiera de las culo roto que frecuentaban los ambientes del Nacional, todavía no eran mujeres; no tenían ese aire de seducción que solamente se adquiere a partir de cierta edad. Y Mirta, Sandra, era una mujer hermosa y sensual, aunque se vistiera con la austeridad de las militantes.

Por algo habrá sido

Подняться наверх