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El setenta y dos Profesora Comandante

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En el 72 estábamos en quinto año y entre nuestros profesores estaban de los más reaccionarios a los más revolucionarios. En sicología teníamos a Scasso, un materialista dialéctico acérrimo con el que yo me trenzaba en vanas e interminables discusiones filosóficas. No coincidía con muchas de sus posturas, pues chocaban con mi cristianismo místico, y trataba de rebatirlo sin muchos fundamentos, pero había hasta casi una cuestión de piel: me resultaba chocante su excesivo racionalismo, me parecía el modelo perfecto del intelectual marxista de laboratorio. Sin embargo, muchos años después me lo encontré y vine a enterarme de que siempre había sido peronista. De cualquier manera, tenerlo como profesor era importante porque nos obligaba a elevar el nivel de nuestra discusión teórica, a partir de su vasto caudal de conocimientos.

En filosofía, en cambio, las conversaciones eran mucho más concretas. La profesora era Beatriz Quiroga y teníamos unas discusiones apasionadas que abarcaban desde las concepciones existenciales más profundas a las cuestiones más circunstanciales. Aunque nunca tuvo una actitud proselitista y escuchándola era difícil discernir cuál era su definición política, indudablemente era de izquierda. Beatriz ejercía una gran influencia sobre nosotros a partir de un carácter vital y simple; tenía un aspecto muy particular, era muy austera en su forma de vestir, tenía una nariz larga y redonda que le achicaba los ojos y unas piernas musculosas y bien torneadas en sintonía con la energía de su figura.

El día de la masacre de Trelew justo teníamos clase con ella. La esperamos con impaciencia, queríamos que nos explicara. Y nos explicó, sin develar para nada su encuadramiento político, supo dejar bien en claro el sentido de ese fusilamiento.

Ese verano comprobaríamos, por los diarios, que la energía de Beatriz no tenía una utilidad superflua. La noticia decía que las fuerzas de seguridad habían frustrado un ataque con explosivos a la base de submarinos de Mar del Plata y habían sido detenidos los miembros de una célula de las Fuerzas Armadas Revolucionarias; uno de cuyos integrantes era Beatriz Quiroga.

Cuando la soltaron, se encontró con algunos de mis compañeros de clase, y les preguntó por mí; creo que me apreciaba y le gustaban además mis definiciones sobre la filosofía, pero la desconcertaban algunas de mis posiciones políticas. Nunca se imaginó, creo, que unos meses después me encontraría en un ámbito de la organización político militar. Ella era nada menos que la responsable de la enorme columna La Plata y yo estaba orgulloso de tenerla como jefa máxima, por eso metí la pata hasta el cuadril. En una reunión de ámbito, delante de todos, dije que ella había sido mi profesora, rebelando un dato de ella que los otros no debían conocer. Pero no se enojó ni me dijo nada, conociéndome habrá pensado “Este Pastor..”.

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