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La tía Tomasa

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Para mí era muy importante encontrar un punto de confluencia entre el marxismo y el cristianismo, porque pesaba mucho más en mí la concepción humanista cristiana y el ejemplo de Jesús en la cruz como el acto máximo de amor, que todas las afirmaciones científicas del materialismo dialéctico. Y una de las personas que más me ayudó a aceptar que la militancia por el socialismo era una forma de cumplir con ese precepto cristiano fue la tía Tomasa. Ella era, es todavía, por suerte, la tía por parte de madre de Julio, el Tortuga, y de Carlos. Santafesina, como toda su familia, Tomasa desarrollaba su vocación en una isla del Paraná, cerca de Santo Tomé, donde la evangelización estaba muy politizada. La masacre de Trelew había contribuido en mucho a soliviantar los ánimos de los jóvenes allegados a la congregación, que reaccionaron indignados ante la burda patraña esgrimida por el gobierno. Tomasa me habló de todo el movimiento que se estaba dando a nivel nacional para derrotar a la dictadura y para construir un socialismo que sería lo más parecido a lo que predicaba la Biblia como ideal de la vida comunitaria entre los hombres.

Para que yo pudiera comprender mejor por qué el socialismo no estaba enfrentado con el cristianismo, sino todo lo contrario, la tía Tomasa me recomendó que leyera el libro “En Cuba”, de Ernesto Cardenal. Significó toda una revelación: en ese momento la revolución cubana estaba en su apogeo y el texto de Cardenal describe una sociedad en construcción, donde todo, todavía, es esperanza. Ese libro fue determinante para decidirme a encarar la militancia como un apostolado; como una misión que exigía todos los renunciamientos. Lo tomé como algo parecido a encerrarme en un convento, suponía que a partir de empezar a militar se me terminarían todos los delirios de pequeñoburgués con sueños de play boy y recursos de jornalero. Tenía que despedirme de ir a bailar a los boliches del centro, a los bailes de Universitario y ni hablar del Jockey; también tenía que olvidarme de las vacaciones en Villa Gesell, Pinamar o cualquier otro lugar “bien” de la costa, esos a los que iban las mujeres que salían en las revistas. Más aún, al abrazar la militancia creía estar condenándome poco menos que al celibato. Por eso tomé una decisión drástica: ese verano debía perder si o si mi cuasi virginidad, sometiéndome a un tratamiento intensivo de sexo desenfrenado que me sacara las ganas por varios años. Y para eso, el lugar indicado era Brasil.

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