Читать книгу Historia del poder político en España - José Luis Villacañas Berlanga - Страница 20
POR FIN, UN REY RICO
ОглавлениеY así se puede decir que la ventura de Fernando I significó un antes y un después para la historia política de España. Su reinado es uno de los más exitosos porque estuvo en condiciones de mantener una hueste unitaria. Eso fue una noticia que las ciudades taifas no podían pasar por alto. Ya no podían contratar a condes según su discreción. Ahora, la hueste castellana podía encargarse de mantener despejadas las vías de comercio entre las ciudades musulmanas a cambio de un impuesto adecuado. Fernando se distanció de la forma en que Almanzor había ejercido el poder. Paz a cambio de impuestos, comercio con garantías a cambio de dinero, esa fue su fórmula. Puesto que las taifas no tenían capacidad de mantener un poder unitario, pagaban a un árbitro externo al sistema de ciudades. Fue el tiempo de las parias, los impuestos o tributos, que no tienen nada que ver con la fidelidad, sino con la extorsión, y que no están ordenados por juramentos, sino por la capacidad coactiva de la hueste que viene a cobrarla.
Fernando, rey de León y de Castilla, al sustituir el arbitraje califal, privó a Pamplona de su interlocutor secular y, al taponar su zona de expansión, dejó a Navarra reducida a un reino pirenaico. Por su parte, fue el primer ejemplo de rey castellano rico. Ello se notó en sus joyas, en sus vestidos, en su disposición simbólica y en su capacidad de representación. En el tumbo de la catedral de Santiago se encuentra adornado con túnicas, provisto de cetro y de leyes, o de cetro y espada, a veces sobre un trono que tiene a sus pies una ciudad, sin duda León, pues Castilla no las tenía. Cuando se observan los rudos grabados de los reyes astures, se aprecian las diferencias. Ahora, Fernando y su esposa, Sancha, se representan adornados con ricas túnicas al estilo romano y tocados al modo musulmán. Por la caída de los vestidos se aprecia la seda y el refinamiento. La estancia queda adornada con ricos cortinajes de seda. Toda la atmósfera nos ofrece una idea de su aspiración a la riqueza ornamental. La producción del famoso Beato de Fernando I y doña Sancha es uno de los más bellos que se conservan de este magnífico libro. Por lo demás, la construcción del panteón de San Marcos ya es una obra de cierta consistencia, aunque sigamos sin tener una idea precisa de su forma originaria.
La nueva riqueza tuvo su influencia en las relaciones internacionales, que se forjaron entonces de forma más nítida que las impulsadas hasta la fecha por Navarra. Se trata de un primer paso en este camino de internacionalización de Castilla, que será decisivo. Tanto Fernando como su esposa, Sancha, estuvieron en condiciones de entrar en contacto con el nuevo poder que se estaba formando en los campos franceses, en Cluny, el faro religioso y nobiliario que irradiaba su luz sobre toda Europa. No fueron los primeros contactos, pues su padre, Sancho, ya había introducido el rito romano en Pamplona, con obispos catalanes, abandonando la liturgia mozárabe. Como tal, Fernando siguió anclado al rito mozárabe visigodo, se mantuvo en el derecho canónico visigodo que rehabilitó en un sínodo en Coyanza, e intentó recomponer el sistema episcopal godo, renovando la sede de Palencia. Pero la presión de Cluny no iba a dejar que Castilla mantuviera ese cristianismo propio.
Lo que él creía ser se mostró en el epitafio de San Marcos de León: era el rey de toda Hispania, el hijo de Sancho, quien solo había sido rey de los Pirineos y de Tolosa. No se dice que fuera rey de Castilla y de León. Tampoco reconoce que Pamplona tuviese una unidad. Su padre había sido rey de los Pirineos del norte y del sur, desde los valles del Bearn hasta la ciudad de Tolosa. Él era rey de toda Hispania. Y sin embargo, sus ciudades más importantes eran León, Burgos y Palencia, nada comparable a Pamplona o Tolosa. Su sistema de poder ordenaba los condados gallegos y leoneses y el condado de Castilla, reunificado de nuevo. ¿Era eso «tota Hispania»? ¿Es que los Pirineos no eran Hispania? ¿Qué quería decir este rey al titularse así? Algo que se conoce por su testamento. Sus territorios eran una mezcla de herencia propia —Castilla— y de herencia de su esposa, la hermana del último rey en León. Pero no se consideraba rey de algo unitario, sino de una tierra, Hispania, incluida la de los moros que habitaban en ella, tierra que se podía repartir entre sus hijos. Lo que él ha unido es su obra personal y no tiene un objeto político sustantivo. Ser rey de toda Hispania quiere decir que es el señor político de la tierra hispana, que cobra impuestos y parias en ella. Su único título para esto lo dice en su tumba: «Éste [Fernando] peleando hizo sus tributarios a todos los Moros de Hispania». Es rey de Hispania porque ha hecho tributarios a los moros.
Por eso, a la muerte del rey, los hijos reciben las tierras repartidas. El mayor, Sancho, el primogénito, de forma ineludible, recibe el núcleo mismo de su patrimonio, Castilla, ahora con título de rey. El segundo, Alfonso, recibe León, también con título de rey; y el tercero recibe Galicia, que desde antiguo tenía una base condal y episcopal propia. Pero cada uno de ellos redondea sus derechos con parias de las taifas musulmanas correspondientes: el rey de Galicia es también señor de las parias de Badajoz; el rey de León es señor de las parias de Toledo, y el rey de Castilla es señor de las parias de Zaragoza. ¿Es eso toda Hispania? Es lo que en el imaginario del rey constituye la totalidad de la tierra.
Es el año 1075 y la época que ha pasado al imaginario popular como los tiempos del Cid, el gran cobrador de tributos de la época. Por su parte, los hijos de Fernando I no saben muy bien los límites de la entidad que gobiernan y se entregan cada uno por su cuenta a aumentar su poder tanto como sea posible, como acción personal suya. No hay una idea de unificar la tierra de Hispania. No se excluye que este sea un resultado, pero lo será como consecuencia de la fuerza, la astucia, la inteligencia, la diplomacia o la fortuna del poder. Institucionalizar la unidad es algo que nadie quiere en el fondo, pero es posible que tampoco se sepa ni cómo hacerlo ni cómo impedirlo. No hay un concepto de lo que sería esa unidad, pero no por eso se busca menos. Su beneficio sí se conoce: cobrar impuestos de todas las ciudades para mantener la hueste y poder seguir cobrando impuestos.
Fisco y ejército es la fórmula de Almanzor, pero con la oferta de paz en lugar de la seguridad de la guerra. No es un giro azaroso. Las taifas pueden comerciar y los castellanos cobrar, pero no a la inversa. La mentalidad que se expresa en el Poema de Fernán González no es otra: «aquella es mi seña y ellos mi mesnada», dice su conde. Su hueste, su pendón, su botín, su caldera. Su comida. Hay unidad, desde luego, la que tienen los que de forma ancestral se enfrentan unidos a la muerte en la batalla, los que reciben la paga del mismo capitán, se reúnen alrededor de la misma caldera para comer. Castilla, así, es la única tierra dotada de algo parecido a un espíritu común, el espíritu de la guerra que mantuvo a la gente unida a sus caudillos, una guerra que, como deja claro el Cantar de Mio Cid, es una forma económica, una forma de vida.