Читать книгу Historia del poder político en España - José Luis Villacañas Berlanga - Страница 22

4 DEL EBRO AL GUADIANA EL CAOS ES EL SEÑOR

Оглавление

Las privilegiadas relaciones de Roma con Navarra y Aragón no cesaron de incrementarse: los obispados de Roda y de Jaca son ya de liturgia romana. Huesca, conquistada en el 1096, también. La base de unión de los hispanos desde Oviedo hasta Toledo, el cristianismo mozárabe, comenzó su retroceso hasta la desaparición de una cultura de la que no quedará rastro alguno. Las consecuencias para la historia de los pueblos hispanos son incalculables. Alfonso VI se entregó a mejorar el Camino de Santiago, acogiendo un flujo emigratorio que dotó a Castilla de artesanos, comerciantes, maleantes, todos peregrinos capaces de poblar nuevos centros urbanos y monasterios renovados. Logroño se fundó entonces. Sahagún, hasta ese momento un centro de mozarabismo, fue transformado y entregado a Cluny, que impuso su señorío eclesiástico y que reclamó hablar en francés, pues tal era la índole de sus pobladores. Santiago, en el centro de los conflictos nobiliarios gallegos, se entregó a Urraca, que dejó su administración al luego obispo Gelmírez, el constructor del prestigio de la sede que culminaba el camino europeo. Castilla, que miraba hacia el Ebro, con sus infanzones, deseaba la expansión hacia Zaragoza y Valencia, pero Alfonso sirvió a los intereses francos con este cordón umbilical con el mundo europeo.

Cuando Alfonso VI desapareció (1109), tras la terrible decepción de la batalla de Uclés, donde murió el heredero Sancho, el reino se entregó al caos más completo. La población que se había forjado bajo aquella política indecisa no estaba unida por lazo alguno. La base popular del reino ya era compleja y caótica. Los centros de cultura mozárabes perseguidos, los libros árabes y judíos circulando hacia Europa, los nobles vinculados a Cluny y a la liturgia romana, que nadie respetaba ni sentía como suya, entregados a las intrigas propias de un escenario de crisis; los emigrantes francos del Camino de Santiago sometidos a unos impuestos exagerados por sus abades; los burgos de frontera, como Sepúlveda, dominados por caballeros pardos o villanos, que hacían de la guerra su forma de vida económica; y el pueblo cristiano despojado de sus ritos litúrgicos comunitarios, carente de todo liderazgo firme. Sobre este caos, la reina Urraca, viuda e impotente, abandonada por los nobles e infanzones castellanos, enraizada en Galicia, se enfrentaba a los caballeros aragoneses dirigidos por Alfonso I el Batallador (c. 1073-1134), pronto su esposo en un matrimonio impuesto por un bando de aristócratas castellanos. Era un acuerdo imposible. Y la violencia estalló por doquier, la violencia más intensa que había conocido la tierra cristiana en la nueva historia.

Alfonso I de Aragón es el caudillo de una nueva forma de guerra y está bendecido por los decretos papales de cruzada. Los nobles castellanos y sus infanzones independientes, deseosos de la expansión hacia Zaragoza y Valencia, se enfrentan a los nobles gallegos, con Gelmírez y Traba a la cabeza, anhelantes de nombrar rey al futuro Alfonso VII, el hijo de Urraca y Raimundo, la cabeza visible de los intereses borgoñones. Ajenos a estas tramas aristocráticas, los pueblos se organizan en conventi o hermandades contra esos nobles e imponen su ley a sangre y fuego, destruyendo a su paso el orden aristocrático siempre que pueden, sobre todo los pergaminos de los contratos y de las fundaciones. Todo este conjunto abigarrado de intereses no encuentra un principio de orden. La consecuencia fue una lucha de todos contra todos, una guerra ingente, cruel, traumática, que durante los primeros años del siglo XII destruyó casi todo lo que de civilizatorio se había logrado en el reinado anterior, pronto añorado en cantares y romances como una verdadera edad de oro, en la que los vecinos de los pueblos podían dormir con las puertas de las casas abiertas, mientras los campos florecían pacíficos.

Los comentarios del Anónimo de Sahagún a los disturbios de 1112 son apocalípticos. Y sin embargo, poco a poco van surgiendo los principios de un nuevo y frágil orden católico romano. En ese momento de dispersión se observa la diferencia, la pluralidad, la heterogeneidad, la dificultad de la nueva batalla por la hegemonía, inevitable en el futuro, la que llevará a Alfonso VII a definirse de nuevo como emperador, cuando logre imponerse por un instante al principio de dispersión.

Historia del poder político en España

Подняться наверх