Читать книгу Historia del poder político en España - José Luis Villacañas Berlanga - Страница 25
ALGO MÁS QUE UN CONDE EN CATALUÑA
ОглавлениеLa invasión de los almohades y la descomposición del poder almorávide fue un hecho de relevancia. Ante todo, se aprovechó para desplazar la frontera. Nadie pensaba realmente estabilizar la toma de Córdoba y no se pudo mantener Almería. De hecho, en 1150 se volvió a intentar, pero los almohades mostraron una gran capacidad de resistencia. Al menos se logró algo decisivo: tomar Calatrava y desplazar la frontera al Guadiana. Estabilizada esta línea, Alfonso VII empleó sus últimos años en regular las relaciones entre los propios poderes hispanos. La necesidad de resistir a los almohades determinó el mapa de lo que sería la futura Hispania. Lo más relevante de este paso fue la firme alianza del emperador con Barcelona. Los intereses de controlar el mar dieron relevancia a la Ciudad Condal. Este hecho es de un significado fundamental. El poder de Alfonso vio que no se controlaba la situación desde tierra. Sin esta mirada, la idea del Batallador de hacer de Cataluña una Navarra oriental se habría cumplido. Pero el mar lo hizo inviable.
Por ello, el paso del emperador de casar con la hija de Ramon Berenguer III tendrá una profunda repercusión sobre el futuro de los reinos hispánicos. Barcelona no tenía rival en su dominio del mar. Con ello, aportó al sistema de poderes cristianos un foco de estabilidad y de fiabilidad. Todo lo demás, la división de la tierra, era frágil. Por ejemplo, en 1137 Portugal estaba aliada con Navarra para dirigirse, respectivamente, contra Galicia y Castilla. Sin embargo, el emperador estuvo siempre en condiciones de imponer alguna forma de paz. Esto se vio en 1144, cuando casó a su hija Sancha con García de Navarra. Puesto que García era nieto del Cid, en esas bodas se escucharon quizá por primera vez en la corte los versos del Cantar. El cronista ha dejado un relato de las bodas lleno de candor, brutalidad y contento. Es la primera noticia de una corrida de toros a caballo de que se tiene constancia, pero las costumbres de fiesta popular son grotescas y crueles. Sin embargo, Navarra no era fiable. Por eso el emperador creó el reino de Nájera, para taponar su poder expansivo.
El esfuerzo por estabilizar la relación entre Castilla, Aragón y Cataluña, y así deshacer de forma duradera la obra del Batallador, llevó al matrimonio de Ramon Berenguer IV con Petronila, la hija de Ramiro el Monje, y solo un año después al Tratado de Tudilén, del 27 de enero de 1151, primer intento de estructurar las relaciones entre reyes y reinos, ya ámbitos territoriales definidos. Las repercusiones de este tratado constituyente son decisivas, y aunque sus cláusulas serán corregidas en el futuro, su espíritu ya será definitivo. Tudilén no reparte las tierras presentes, sino que compensa las diferencias del presente con las tierras conquistadas en el futuro. Este hecho permite comprobar que se organiza la tierra desde el punto de vista de lo que todavía es de dominio musulmán. Así, el tratado genera expectativas. La frontera del Moncayo dividiría las tierras de Castilla y de Aragón, pero desde Valencia hasta Murcia sería zona de conquista aragonesa. Sin embargo, el emperador recibirá homenaje por estas tierras e impuestos de ellas en proporción a su participación en la conquista.
El imperio de Alfonso estabilizó la pluralidad, no la unidad. En estas condiciones, su hegemonía no era estable. Cuando el rey moría, en 1157, las presiones de Portugal, León y Galicia por un lado, y de Castilla por otro, hicieron imposible la unidad. Aquí los intereses de la gran nobleza de Galicia y de Castilla, los Traba y los Lara, a favor de reyes débiles, resultó imbatible. El hijo Sancho se hizo con Castilla, que aspiró a bloquear la expansión de Galicia y León hacia el sur y ocupar la Ruta de la Plata; mientras que su hermano Fernando II, rey desde Galicia y León hasta Salamanca, aspiraba a descender por los valles de Cáceres hacia Sevilla. La unidad del emperador se disolvió porque no tenía soporte institucional alguno. Ya nadie ejerció el ritual de la coronación que llevaba implícito un pacto del rey con el reino. Sin embargo, desde la sede de Nájera, el monarca organizó una práctica jurisdiccional que tendría una dimensión mítica para toda la zona central de Hispania. Las sentencias del rey conformarán el horizonte del ordenamiento de Nájera, escenario de estabilidad que será percibido con nostalgia por toda la época posterior. Su falta de nitidez, sin embargo, hizo que sus invocaciones estuvieran sometidas a imprecisiones y dudas. Estas sentencias y ordenamientos difusos forjaron el derecho señorial castellano, determinaron los hábitos de los hidalgos, organizaron el específico formato del feudalismo castellano de benefactorías, así como la administración de merinos, el sistema de multas y los casos de obligada decisión regia. Pero no lograron disciplinar a la nobleza, ni vincularla a la obediencia regia, ni dotarla de un ideario del honor institucional. La crónica comprende el tiempo excepcional de Alfonso VII de esta forma.
La insigne Castilla, ávida de cruelísimas guerras, apenas quiso doblegar la cerviz ante rey alguno. Vivió en rebeldía mientras brilló la luz del cielo. La buena estrella del emperador la domeñó en todo momento. Él solo domó a Castilla como una asnilla, imponiendo nuevos pactos legales a su indómita cerviz.
Parece claro que se trató de una buena estrella pasajera.
Otras realidades hispánicas se organizaron con más solidez que una buena estrella. Así lograron entrar por la senda de la fundación. Es el caso de Alfonso Enríquez y de Teresa de Portugal, quienes, contra todo pronóstico, lograron fundar un reino a partir de un condado feudal. Sin duda, la creación de Portugal tenía la misma función que el reino de Nájera: detener el potencial expansivo de la conflictiva nobleza gallega, taponar la dimensión expansiva del espacio gallego, tan influyente y tan rebelde. Alfonso confiaba más en la fidelidad de sus parientes portugueses que en los nobles gallegos, pero cuando él desapareció cada parte entendió las cosas a su manera. En todo caso, su cohesión y capacidad política se demostraron más intensas que la complejidad gallega, con su lucha permanente entre la nobleza, la sede de Santiago y los demás obispados, conventi y hermandades. Por eso Portugal sobrevivió como reino.
Pero, al margen de Portugal, nadie como Ramon Berenguer IV es un verdadero fundador, porque generó un poder capaz de reunir una comunidad de pueblos, aceptada de forma voluntaria, desde el manejo de intereses conscientes y compartidos. Por eso será un paso irreversible, constituyente. Antes de él no se observa nada concreto que anuncie ese paso. En el acto de la fundación tampoco se aprecia un designio especial. Casar al conde de Barcelona con una niña de dos años, hija de un rey monje camino de regresar a su convento, no es un acto verosímil de fundación, sino una brusca decisión de Ramiro, presionado por Roma, para no acabar disolviendo su reino ante el poder imperial de Alfonso VII. Por ese matrimonio entre Ramon Berenguer y Petronila, consensuado con sus nobles, los aragoneses vieron al conde de Barcelona como salvador del reino, y el conde vio en Aragón la oportunidad de expandirse por tierras hispánicas y de deshacer la obra del Batallador.
Ramon Berenguer, con fuerzas genovesas, aragonesas y catalanas, logrará lo que Alfonso I no logró: tomar Tortosa. Luego, cumplió uno a uno los anhelos del Batallador: conquistar en 1149 Lleida y Fraga. Ramon Berenguer hablará de ellas como «marcas», como ciudades propias de un dux. Todavía no se habla de la Cataluña nueva, frente a la vieja y condal. La patria para este hombre decisivo es Barcelona. Su gesta es la de un conde de Barcelona, el más grande porque también es rey. Y sin embargo, su relevancia es tal que el papa Eugenio III autorizará la transferencia a sus manos de las temporalidades de Tarragona, que entonces era un dominio laico normando. No hay una idea cerrada de Cataluña en la mente de Ramon Berenguer. En tanto esposo de la pequeña Petronila, sin duda asume por filiación de Ramiro el señorío regio de Aragón —«sicut per regem debent tenere», dicen los diplomas— y se convierte por eso mismo en el patrón del rey Lobo de Valencia y Murcia. Pero decide aprovechar las relaciones ultrapirenaicas de Alfonso VII y establece firmes lazos con Tolosa y con Provenza. Los escenarios de la historia catalana adquieren la fisonomía característica gracias a este rey consorte, rey de pleno derecho para la Iglesia de Roma.
El acuerdo de Aragón y Cataluña fue la forma de resistencia de Aragón contra la presión de Castilla, y resultó aceptable para el emperador Alfonso VII porque Ramon Berenguer IV era un aliado fiable. No fue una unión o confederación de coronas, porque no se podían separar —«perennhi et secula», dicen los diplomas—; pero tampoco una unión de pueblos, porque cada uno siguió su propia etnoformación. Fue la construcción de un poder unitario sostenido por el acuerdo de las élites y de los pueblos de los dos territorios. Pero también, y ante todo, un acuerdo de las aristocracias con Roma, que así consintió que la herencia de Aragón no fuera a parar a las órdenes militares. En el fondo, cuando Ramon Berenguer se dirija a Adriano IV en 1156 se llamará «homo, miles, servus» del Papa. Era su vasallo y Aragón volvía a ser un reino que reconocía la jurisdicción romana, contra la inquieta, independiente y ambiciosa dimensión imperial de León. Por último, firmó un acuerdo con el emperador Federico I Barbarroja, que puso Provenza —una tierra oficialmente imperial— bajo la órbita de Barcelona. Como contrapartida, Génova, ciudad imperial, ayudaría a los catalanes en la toma de Mallorca, si llegaba el caso. La influencia del nuevo rey-conde es tal que los hijos del emperador Alfonso, Fernando y Sancho, reconocerán su legitimidad, no dirigirán sus tropas contra él y mantendrán los Pactos de Tudilén. Por su parte, el heredero de Ramon Berenguer, ese joven a quienes los catalanes llaman Ramon y los aragoneses Alfonso, y que pasará a la historia con el nombre de Alfonso II, solo tendrá una obligación vasallática con Sancho, el hijo mayor del emperador: acudir a su coronación teniendo en su presencia una espada desnuda. De forma muy precisa, Ramon Berenguer IV situó la línea de unión de sus dos pueblos en Monzón y en Lleida, uno como plaza militar y otro como capital administrativa, sellando las tierras del Segre y del Cinca. El escudo eran las barras del conde de Barcelona, pero la enseña la llevaría siempre un rico hombre de Aragón. De este modo, la realeza de los condes de Barcelona unió aristocracias e identidades.
Dentro de esa búsqueda de equilibrio, todos ven en Castilla el poder que puede convertirse en dominante. El Pacto de Ágreda de 1162 vinculó León y Aragón, y el de Sahagún, en 1170, estableció la paz perpetua entre esos dos poderes hispánicos. La minoría de edad de Alfonso VIII, nieto de Alfonso VII, secuestrado por los Lara y luego por los Castro, permitió que Aragón recuperara su influencia sobre la frontera de Soria, tomando Caspe, Calanda, y entrando hasta Alfaro y Tarazona. Luego, Alfonso II presionó la frontera de Cuenca, tomando la sierra de Gúdar y dejando para Aragón la espina escarpada de Albarracín, que estabilizó con la fundación de Teruel, buscando la línea del Turia. Aunque no pudo hacerse con ella, Alfonso II ayudó a la hueste castellana a la toma de Cuenca y de Alarcón, en 1177, buscando el Júcar. Este momento de buenas relaciones fue aprovechado por Alfonso II para explorar la toma de Mallorca con ayuda de Sicilia. Al final, los tiempos de Alfonso VII se olvidaron en el Tratado de Cazola, que mejoraba el de Tudilén, en la medida en que ya reconocía a las dos potencias como plenamente autónomas, sin que pudieran establecerse vínculos de jerarquía feudal entre ellas. Aragón rompía todos los lazos feudales con el rey de Castilla. A cambio, perdía Murcia como área de expansión aragonesa y fortalecía a Castilla con el dominio del río Segura. La frontera de Valencia, en efecto, se dejaba en la línea que va desde Denia hasta Biar. Sin embargo, Aragón ya era un reino de plena potestad frente a Castilla. Si Cataluña se avino a estos pactos, que limitaban la expansión hispana de Aragón a favor de Castilla, fue porque tenía por delante un programa compensatorio de expansión hacia el Mediterráneo.
Sin embargo, todavía era necesario contener a Castilla. Este fue el sentido de que, en 1190, Alfonso II pactara en Daroca con Navarra, y todavía un año después en Huesca se llegó a acuerdos con León y Portugal. Zurita nos dice que el rey de Aragón era «muy confederado y aliado» del rey de León. Castilla quedaba aislada. Su política, que aspiraba a disputar las tierras leonesas entre el Cea y el Pisuerga y a morder las tierras de Navarra, tuvo que controlarse y así se llegó a pactar en Tordehumos la devolución de tierras hasta los límites anteriores. Por el tratado, todos los litigios debían ser presentados ante el tribunal de la Iglesia. Sin embargo, Castilla no se amilanó. Deseosa de mantener ella sola la batalla contra los almohades, presentó batalla en Alarcos, una avanzada de la repoblación de Ciudad Real. El desastre desestabilizó a Castilla de forma radical. Calatrava cayó de nuevo en manos islámicas. La incipiente colonización de las tierras del Guadiana con órdenes militares muy frágiles se disolvió. La frontera retrocedió hasta Toledo, que fue sitiada, como Madrid y Guadalajara. El poder almohade no podía disimular que deseaba recuperar Cuenca. Pero la ciudad de las hoces resistió, aunque el poder almohade arrasó todo el espacio desde Extremadura hasta Toledo.
Esta situación inclinó a León a dar un paso arriesgado y difícil. Su rey Alfonso IX (1171-1230) había sido obligado a reconocer la superioridad del monarca castellano Alfonso VIII (1155-1214). León comprendió que el equilibrio de los reinos hispánicos no podría mantenerse si no se hacía entrar al poder almohade en la relación de fuerzas. Así se forjó una alianza entre León y los almohades sevillanos, que aseguraba la zona de expansión leonesa por el oeste andalusí. Fue un error de cálculo radical. Todos los actores presentían que se estaba en una situación crucial. León reaccionó asociándose con Navarra, y ambos reforzaron la alianza con el poder almohade. Cada poder hispano aspiró a adueñarse de los territorios que Castilla mantenía en sus manos: uno la Tierra de Campos, y otro la frontera de Soria. Los almohades, por su parte, atacaron año tras año, mientras al-Mansur estaba operativo; rodearon Toledo, arrasaron las tierras de Madrid, Alcalá, Oreja, Uclés, Huete y Alarcón, manteniendo operativas las líneas con Valencia. Nunca como entonces Toledo fue un islote. Y sin embargo, ni una sola ciudad importante fue tomada. Los almohades, que disponían de una magnífica fuerza de caballería ligera, no podían detenerse mucho tiempo en un asalto para el que no disponían de medios de supervivencia, lejos de sus bases. Así que Castilla volvió a los viejos tiempos de resistencia. Y lo hizo de nuevo sola. De este modo mostró su posibilidad de dominación. Así, tan pronto se firmó la paz con los almohades, Castilla se volvió furiosa contra León y le impuso la boda de Berenguela con su rey Alfonso IX en 1197. Por mucho que Roma no viera bien ese matrimonio, que implicaba la absorción de León por la casa castellana, y por mucho que obligara a su disolución tan pronto pudo, había quedado ya un fruto, Fernando, reconocido como sucesor de León. Hacia 1204, una Castilla fortalecida recomponía la colonización de la tierra del Guadiana repartiendo los espacios entre las órdenes de Alcántara, San Juan, Santiago y Calatrava. Tras quedarse sola, Castilla había reconstruido todas sus líneas y podía hacer frente al poder islámico más al sur del Guadiana, avanzando hacia la próxima línea, que ya para todos estaba en el paso de Despeñaperros.