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DESTRONADO

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Lo que entonces sucedió no fue una burla, sino la tragedia de 1274. Los andalusíes de Granada, aliados de los nobles rebeldes, esperaban ese momento para iniciar las hostilidades. La rebelión fue general en todo al-Ándalus y en las gentes mudéjares. La guerra se llevó por delante al infante Fernando de la Cerda, pero también a don Sancho, el hijo de Jaime I. El rey Alfonso tuvo que regresar de Lyon, «molt yrat e malaut», como lo vio Muntaner, que lo hospedó en su casa. Mientras la guerra estallaba, se quedó en Camarena durante semanas, melancólico e impotente. Fue el momento en que el infante Sancho se hizo con la herencia del reino, apoyado por Aragón, frente al hijo de Fernando de la Cerda, el niño Alfonso, apoyado como heredero por Francia y por los Lara, muy hostiles a Jaime. El rey Alfonso se entregó a la furia y eliminó de forma cruel a su propio hermano don Fadrique y a otros nobles, acusándolos de homosexualidad. Las Cortes de 1277 fueron un fiasco total. La esposa, Violante, lo abandonó. El legado papal Pedro de Rieti llegaba a España con un memorial con todas las quejas de los obispos, y se mostraba dispuesto a examinar la opresión regia sobre los súbditos. Desde luego, decretó que la orden de caballería de Santa María de España, fundada en 1273, no tenía legitimidad, dando la razón a Jaime, que no la aceptó porque monopolizaba a favor de Castilla el honroso nombre de España. De la investigación del legado podía seguirse la excomunión del rey.

Cuando se convocó a los pueblos a juzgar sobre su opresión, no acudieron. Las ciudades se habían organizado en hermandades y los obispos se mostraban dispuestos a defenderse por su cuenta. Sancho IV, sin clara legitimidad, pero con el apoyo de Aragón, con quien había firmado la paz perpetua, cediendo Requena a Valencia, controló la situación de la frontera. Mientras, sumido en la impotencia, la crueldad del rey Alfonso conoció un nuevo brote con la muerte de Çag de la Malea, el contable judío de Sancho. Cuando la situación se estabilizó, Alfonso volvió a llamarse «rey de romanos», semper augustus, y prometió enviar ayuda a Italia. Sancho, de forma realista, ya comprendía que su tío Pedro (hijo de Jaime I y marido de Constanza de Sicilia) era el que dirigía los asuntos italianos. Todos vieron cómo Alfonso se aliaba con la Francia enemiga de Aragón en un clima de abierta crispación y rebelión del pueblo, que no podía olvidar, como dice la Crónica «quántas muertes y quántos desafueros e quántos despechamientos avía fecho el rey».

El 20 de abril de 1282, en unas Cortes de Valladolid, se despojó al rey de todos sus poderes y su hermano don Manuel leyó la sentencia. Era una deposición en la que coincidieron «todos los de la tierra», pero no surgieron acuerdos que dotasen al reino de instituciones y de Cortes con funciones normativas. Alfonso utilizó el último recurso: aliarse con el rey benimerín Abu Yusuf, con la razón de que «los cristianos» eran violadores del derecho y la fidelidad. Nadie de Francia fue en su socorro. Murcia y Sevilla eran lo único que tenía y le quedaba. Con ayuda de los musulmanes derrotó a Córdoba y desheredó a su hijo Sancho, ahora «digno de la maldición paterna». El Papa, al ver que Sancho se había aliado con su enemigo Pedro de Aragón, puso en entredicho al infante, sin duda bajo la presión de Francia, que deseaba imponer como heredero al infante Alfonso de la Cerda. Al final, se llegó a un acuerdo y el rey Alfonso volvió a reinar. Su último testamento sembraba la semilla del caos futuro, pues mantenía los derechos de Alfonso de la Cerda a disponer de un reino en España. De haber vivido más Alfonso, la posición del infante Sancho se habría convertido en muy delicada. Sin embargo, el rey moría en Sevilla en 1284. El siglo de hierro de Castilla comenzaba entonces. Sería también el de la hegemonía catalanoaragonesa sobre España.

Historia del poder político en España

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