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El Mercedes azul agua

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Plaza de San Sebastián

Antequera

1 de julio de 200_

La tienda del Gitanillo no abría hasta las diez y media, así que Matt pensó que lo mejor era ir a verlo al café de Chicón, donde desayunaba todas las mañanas rodeado de un grupo de opinantes. Política, actualidad, ferias, toros y cante. Luis casi no abría la boca durante sus desayunos, salvo para la pura ingesta de los churros o el mollete correspondiente. Y los opinantes hacían exégesis de sus gestos y degluciones como verdaderas diatribas cargadas de sentido y grave significado. Y pasaba su tiempo, dejando que así fuera, ya que lo único que tenía que decir, lo decía cantando.

—Hola, Luis.

El cantaor levantó la muñeca lo suficiente como para elevar la pesada cadena de oro que llevaba en ella y volver a dejarla caer haciendo el ruido necesario para dejar claro al oyente la verdadera calidad del metal.

—¿Qué haces, Matías? ¿Cómo se lleva el blu?

—Supongo que igual que tú llevas a todos estos a tu alrededor. Con rezinación y musho arte…

—¿Cómo llevas lo del tren ese del Blues?

Se refería al sueño. Montar un tren en Andalucía, que recorriese la geografía, para traer a bluseros de toda España y Europa a tocar aquí. Antequera Blues Express. Y todo en un documental para cines. Un sueño.

Media hora más tarde, Matt le entró a Luis con lo del posible viaje a Inglaterra, con las precauciones del caso. El Gitanillo escuchó la propuesta con educación y calma. Luego de un largo minuto de silencio, con las manos entrelazadas y tocándose la nariz con ambos pulgares, Luis dio respuesta a la proposición de Matt.

—Matías, yo soy cura de parroquia y no canto misa en el Vaticano. No sé cómo me irá en esos sitios tan lejos de lo nuestro.

El Luis le llamaba Matías, nada de Matt, para conservar lo cristiano de su nombre, en este mundo tan raro adicto a cosas de afuera. Y hablaba siempre sentencioso Luis, tal y como siempre le habían hablado a él todos los que le rodeaban, dando por sentado que a pocas palabras, los buenos entendedores asentían. Por tanto, Matt se temía que quería negarse en redondo al viaje y que Canales ya le había advertido sobre el asunto.

—Pero si yo ni hablo inglés, ni lo entiendo, ni ná, Matías. Qué pinto yo allá, ¿me lo quieres decir?

—Pues que el mundo da muchas vueltas, Luis. Hoy estás aquí y mañana arriba, Luis. Y esa gente son los que manejan el cotarro de la música. Hazme caso. Sabe Dios a quién podrías encontrarte allí. Ya sabes, estar en el sitio adecuado con el tío adecuado a la hora adecuada...

Luis no hacía más que menear la cabeza, pero no se sabía si lo que quería decir era que se negaba —fehacientemente— o que desconocía cómo deshacerse de Matt sin ofenderlo mucho.

—Luis —dijo Matt mientras se limpiaba las manos después del mollete con aceite—. Quiero hablarte de otra cosa ahora.

Luis le miraba con una sonrisilla condescendiente.

—Escúchame, tío. No. Lo que quiero es que veas una cosa.

Luis se volvió para mirarle directamente a los ojos, mostrando interés por cualquier tema que le alejara de la insistencia de Matías. Pero reconociendo el percal, como los viejos toreros miraban desde la barrera a un morlaco recién salido del chiquero.

—Sólo quiero que veas algo que tengo en el estudio.

—Me das miedo, Matías. Cuando me llevas allí y me enseñas las fotos del Tomate y el Camarón en tu estudio me ablandas —dijo Luis sin haberle retirado los ojos de encima a Matt por primera vez en el desayuno. Era pulcramente considerado el Luis.

—No. No son fotos lo que quiero que veas. Es otra cosa. Cuando puedas, me llamas y vengo a buscarte.

Antequera Blues Express

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