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Córdoba querida

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Lunes, 5 de julio de 200_

—Venga, Matt. Tiene que parecer que pesa mucho, tío.

El Gitanillo parecía tomarse su papel con oficio. Era artista de la interpretación el cabrón, después de todo. El paquete que metían en la furgoneta medía lo que el efebo de Márquez. Llevaba la forma del efebo, querían que aparentara pesar lo que el efebo, solo que sin el efebo. Estaba claro que el paripé iba destinado a los de la moto. La caja llevaba un logotipo enorme de FedEx, que estaban metiendo en la furgoneta de “Er Juani”, el corsario de más solera entre los mochanos, antequeranos de estirpe.

La pretensión era la de llevarse a los espías y apartarles un rato de la nave, mientras Luis y Matt salían con el efebo bueno hacia la tienda de sus primos de Córdoba. Y, al parecer, había funcionado, al menos por un rato. Juani no había llegado ni a la rotonda del Romeral. Allí la Laverda le adelantó hasta ponerse a su altura. El que iba sentado detrás le dio a Juani unos golpecitos en la chapa de la puerta para enseñarle el arma, y ordenarle que se arrimara al arcén y se detuviera.

Fueron ocho valiosísimos minutos que sirvieron a Matt y a Luis para escamotear la figura en el maletero del Mercedes y salir como una exhalación a la ciudad del califato.

En la carretera de Medina Azahara, el primo Ángel tenía una tienda de antigüedades que servía como escaparate de un patio interior que haría sonrojarse a los ricos herederos de Gulbenkian. El efebo podría ser ocultado sin muchos problemas precisamente entre otras joyas de valor incalculable. Pilastras de mármol, pilas de piedra roja o fuentes sacadas de algún impluvium, losas de vía romana y bustos, mezclados con pinturas, tapices o alfombras y vidrieras. Material procedente de derribos o reformas de palacios e iglesias sin demasiado valor artístico o histórico, en su mayoría.

Todo lo demás, falso como la “falsa monea que de mano en mano va y ninguno se la quea”. Pero permitiría esconder el bronce de manera segura durante el tiempo necesario para buscarle destino.

—¿Qué me traes, primo?

—Todavía no sé qué decirte, Ángel. Espero que me ayudes tú —le comentó Luis a su primo cordobés, doctorado en excavación ilegal, con master en marketing arqueológico.

—¿Es lo que me imagino?

Matt vio cómo Luis y su primo se metieron en el despacho del que no salieron antes de media hora. Mucho había de qué informar y mucha tela que cortar para treinta minutos. Desde luego, una eternidad para alguien tan poco elocuente y tan reservado como Luis. Por descontado que no se habían hablado de la familia. En apenas treinta minutos el Luis puso a su primo al corriente de la situación. Abrió la puerta y fue entonces cuando se dio cuenta de que había dejado fuera a Matt. No le pidió disculpas porque el rockero ya perdonaba a su amigo las indelicadezas y éste tenía a bien ahora tomarle por el codo para meterle en la conversación. Seguía hablando con su pariente califa como si nada hubiera pasado. Lo único llamativo de la situación era que el cordobés no conseguía cerrar la boca del asombro.

—No sé, primo, lo que nos viene ahora, pero te aseguro que es el momento. Mi padre me lo había contado a mí y creo que también se lo contó al tuyo. Éste es el primero en salir. Y puede que después de éste, se sepa dónde andan los otros dos.

—¿Otros dos? ¿Qué me dices, primo?

—Lo que oyes. Tu padre estaba al corriente porque el mío se lo había contado. Y a él, se lo había contado la abuela. Porque el abuelo Juan jamás tuvo tiempo para abrir la boca, salvo para contárselo a su mujer. Bueno, a su novia.

Dos efebos más a la cuenta no agravaban la cuestión. Ya era por sí un asunto grave. No ya por el valor. No ya por la de números que había que hacer y la de teléfonos a los que llamar con discreción y urgencia. No. Era la historia del abuelo Juan y el abuelo Manuel, la que se habían callado unos a otros durante una eternidad, pero todos sabían. O intuían. Pero, sin duda, era la vuelta atrás permanente. Era empezar otra vez con la soleá que tuvo a la abuela vieja Socorrilla llorando por siempre, todo el tiempo que le quedó hasta morir.

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