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El regalo de Canales
ОглавлениеViernes 2 de julio de 200_
10:00 de la mañana
En la Plaza de San Sebastián, junto al quiosco, Luis se subió al Mercedes azul agua de Matt. Aún tuvo que saludar a los tres jubilados que le habían entretenido la espera bajando la luna de la ventanilla y casi bendiciéndoles urbi et orbe. Tardaron ocho minutos en llegar al polígono de la Azucarera, y aparcaron a la sombra de la chimenea. Desde hacía un rato, Luis percibía claramente que Matt se comportaba de un modo extraño. Saltarse las señales de stop, ir en tercera con el motor a punto de echar las bielas por el costado, no eran su costumbre. Ni mascullar ininteligiblemente todo el rato. Matt tuvo que esquivar un coche oscuro, un Opel Astra azul, que no le sonaba de los habituales de la zona, como comentaba entre dientes sin que el Luis alcanzara a entender. También dijo algo de una moto aparcada allí que el día anterior le había adelantado, saliendo de la nada, allí mismo junto a su nave. Cuando se bajaron del coche, Matt miró hacia los lados de la calle, tratando de otear otras presencias antes de entrar, solo que esta vez no era una inclinación peliculera, sino algo más palpable, más real y, por ello, temible.
Bajaron del coche con poco disimulada aprensión, que Matt había conseguido contagiar a Luis. Matt sacó las llaves e hizo sonar su manojo con destreza hasta que localizó la llave. Cuando la giró para abrir, se dio cuenta de que la puerta estaba tan solo encajada con su pasador. Entraron sin hacer mucho ruido, como si Matt temiera que hubiese alguien dentro. A veces, Canales le pedía las llaves del estudio para traerse alguna de sus amiguitas casi adolescentes, muchas de ellas hijas o sobrinas de conocidos, a los que el calé no quería ofender. Por eso no se las llevaba a hoteles ni a pisos, porque quería evitar encuentros desafortunados. Matt imaginó que el Opel bien podía ser de alguna de las niñas, así que entró haciendo el menor ruido posible, y se lanzó a comprobar si estaban solos. Le bastaba con mirar la persiana del cuarto de arriba, en el que Matt tenía su habitación, con una cama amplia, una pequeña cocina y una mesa de oficina que ejercía de refectorio o despacho y lo que hubiera menester. Según estuviese echada o no la persiana, averiguaría si Canales estaba allí. Al comprobar que estaba abierta, dio un suspiro de alivio y dejó a sus piernas y a su aparato respiratorio en libertad de movimientos.
Descorrió varias cortinas, y la nave se llenó de luz. Y de las cortinas se echó a volar una nube de polvo. Matías no tenía problemas por la acumulación, pero Luis lo detestaba. Los rayos de sol se solidificaron con la nube de polvo marcando casi una pirámide de luz en el centro del estudio de grabación. Y el cantaor empezó a estornudar como un poseso. Se dio la vuelta para acercarse a la puerta de la calle, huyendo del polvo. Entre estornudo y estornudo, Luis se tapaba la cara con el pañuelo. Y en su camino hacia la puerta sintió el empujón que acabó por tirarle al suelo. Un hombre había salido a la carrera desde las sombras, justo donde se hallaban los paneles que ocultaban el cuarto de limpieza. No tuvieron tiempo de ver su cara ni sus ropas, Matt por estar bajo el halo de luz y Luis por su ataque de alergia. Tan sólo fueron capaces de oír la moto al arrancar.
Luis había ido a caer encima de un montón de cajas de cartón vacías, destinadas a empaquetar discos compactos. Cuando Matt se acercó a él para ayudarle a levantarse, traía una llave inglesa en la mano, y no dejaba de mirar hacia la penumbra desde la que había salido el hombre, no fuera que hubiese aún más compañía aparte de aquel. Luis solamente pudo hacer un gesto de interrogación con ambas manos, sin poder contener otro estornudo.
—Me parece que tengo un problema —fue la lánguida contestación de Matías.
— ¿Has visto quién era? ¿Le conoces de algo? —quiso saber el Gitanillo.
Negó con candidez y se pasó la mano por la nuca mientras recorría la nave con la mirada desde el fondo hasta el portalón.
— ¡Ay, Matías! ¿En qué andarás tú metido?
—No sé. Quiero que me lo digas tú.
— ¿Yo?—preguntó el Luis, conteniendo una risa que no venía a cuento después de presenciar la huida de aquel intruso.
—Ven. Te voy a enseñar eso.
Matt pidió ayuda a Luis para apartar un poco más el tablero que tapaba la entrada del cuarto de limpieza y desde el que había salido el hombre. Cuando abrió la puerta y encendió la luz, vieron que la figura que Matt escondía allí, estaba totalmente descubierta del envoltorio en el que la habían traído. El papel estaba en el suelo, cubierto por unos cuantos terrones de los que se iban desprendiendo del efebillo y al fondo la manta que le pusiera Matt.
Luis, embelesado, se apartó el pañuelo de la cara, y lo fue dejando caer a medida que la gravedad le iba tirando de la mano hacia abajo. Mientras tanto, no podía quitar sus ojos de aquella aparición. La bombilla cenital se había aliado con el papel y con la manta en el suelo, para crearle a la figura un ambiente posmoderno, que hubiera encajado sin desentonar en el Thyssen.
— ¿Y esto? —preguntó asombrado el Gitanillo.
—No sé, Luis. Me lo trajo tu pariente Canales. Me dijo que le escondiera esto aquí unos días —dijo Matt como si el parentesco le alejara de su situación crítica.
— ¿De dónde lo sacó? ¿Te dijo dónde apareció esto?
—Venía muy nervioso. Yo no había visto así a Canales nunca. Lo sacamos del coche, y lo metimos aquí. Me pidió que no dijera nada a nadie y añadió que ya vendría por él.
—Bueno. La pieza es llamativa, pero Canales sabía de esto algo y no creo que se pusiera nervioso por eso...
—Luis —dijo Matt con mucha formalidad—. Fue anteayer. Canales venía blanco como la cera y sudando. Traía mucha prisa y casi no me dejó ni hablar.
El teléfono móvil de Luis empezó a sonar. Lo sacó del bolsillo y se lo llevó con urgencia al oído.
— ¿Sí?
Pasaron unos diez segundos antes de que Luis hiciera algún sonido como contestación al interlocutor.
— ¿Canales?... ¿Qué me dices, Juan?...
Luis se tapó la boca con la mano y empezó a estrujar los labios, buscando palabras en un gesto de pausa reflexiva.
—Vale —dijo por fin el Gitanillo con la segunda sílaba más lacónica que pudo articular y cortó la llamada. Se acercó a la figura y le palmeó la pierna de bronce. Se volvió hacia Matt y dijo:
—Pues sí que tienes un problema. O lo tenemos, no sé —dijo Luis ahogando la pena con su nudo en la garganta—. Canales ha muerto. Le han dado dos tiros.