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El chinche de escudo verde

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El chinche de escudo verde (Palomena prasina) aparece de improviso: en un balcón, junto al río, en un claro del bosque. A veces también entra en las casas. Llega volando, camina un poco sobre tu pecho o por la manga de tu camiseta, con las patas que tienen las puntas doradas. Alguien le ve allí plantado y grita: «¡un chinche!». Algo parecido sucede con las mariquitas. Pero las mariquitas, que a menudo van solas, también forman grupos: puedes encontrar una planta colonizada por seis o siete mariquitas. En cambio, no he visto nunca una colonia de chinches de escudo verde, porque es un insecto individualista. Dicen que al tocarlo expulsa unas gotas de cianuro, que es lo que provoca el olor desagradable. Por eso lo llaman bernat pudent (‘bernardo apestoso’). Los chicos de mi calle en Arbúcies le habían cambiado el nombre catalán, y en lugar de bernat pudent lo llamaban merdac (‘mierdaca’) para que no quedara duda alguna de que era una asquerosidad.

Como algunos saltamontes, como la mantis religiosa más común (las hay también amarillas, marrones y negras), el chinche de escudo verde es de color de tallo tierno: color chicle de menta. Pero a diferencia del saltamontes y la mantis, que son largas, con grandes patas y antenas, que les permiten pasar disimuladas cuando trepan en una mata de hinojo, el cuerpo de la Palomena prasina es un pentágono macizo, como una placa de policía. Es algo jorobada y frente a la chepa tiene una cabeza pequeñísima con dos ojos como agujas. Es una cabeza que no quiere que se sepa que es cabeza. No sé si Roger Caillois, cuando se documentaba sobre el mimetismo de los insectos para escribir su libro Méduse et Cie, se fijó en la manera de andar de la Palomena prasina. Puede andar hacia adelante, claro, pero cuando le molestas con el dedo o con una ramita, camina de lado y gira en redondo. Entonces no sabes en cuál de los cinco lados está la cabeza ni si tiene cabeza. Si nos volviéramos muy pequeños y nos lo encontráramos entre la hierba, nos parecería la cabeza de un gran animal. También puede parecer un escudo que cubre el cuerpo de un indígena que danza para invocar vete a saber a qué o a quién.

Como la mariquita, el chinche de escudo verde (en general todos los pentatómidos, pero este quizás más que otros, de color tostado o a rayas) es un gran escalador de dedos. Se deja sostener un rato en el dorso de la mano, sin parar de moverse hacia adelante y hacia atrás, hasta que empieza a subir por el costado del dedo índice, de ahí pasa al dedo medio y trepa hasta su extremo. Los niños quieren seguir jugando y que tontee un rato más por brazos y manos, pero al mismo tiempo les gusta sentir el cosquilleo del riesgo: «Ay, ay, que va a volar». Realiza una de sus rotaciones en la yema del dedo, divisa el entorno, se para un momento, abre las alas, se da un impulso con el trasero y sale volando. Mientras se aleja, mira al chaval que no ha sido capaz de retenerlo. «Ahí te quedas, majo».

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