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El bicho de jormolín
ОглавлениеLa Agelastica alni, el escarabajo de los alisos, es redondo, metalizado, negro con un reflejo azul oscuro. Se come las hojas del aliso con una voracidad sistemática: muerde el dorso de la hoja hasta traspasarla. Entonces empieza a deshacer hiladas y forma un gran agujero, con diferentes lóbulos. Del dorso pasa a la parte soleada, o más soleada, porque los alisos crecen en las umbrías, donde no toca mucho el sol, con las raíces en remojo en un arroyo o una acequia. Las hojas tiernas brillan y el escarabajo del aliso, que también es brillante, parece una piedra para engastar en un anillo. Un pequeño diamante, un pequeño brillante, habría dicho mi madre, que suspiraba por ellos. Las hojas tiernas son las almohadas de seda en las que reposan los anillos y se enroscan los brazaletes de los escaparates. El escarabajo de los alisos nunca descansa. Pasa por encima del nervio de una hoja y encuentra otra hoja tierna a la que hincar el diente. O tropieza con otro escarabajo y se le monta encima. Quizás se siente lleno y por eso parece dormido. Viene el chaval, lo empuja con el dedo. Empieza a caminar por la hoja medio roída. Es un insecto sociable. No he visto ninguno que salga volando de la mano de un niño. Si no ve claro ir caminando por la palma, se apresura a darle la vuelta al dedo y pasar al dorso de la mano. Si giras la mano para verlo caminar por el dorso, busca otra vez la palma. Puede estar horas pasando de un lado a otro de las manos de la gente.
Cuéntale a un niño que no sabes cómo se llama el escarabajo que cada semana ves en los árboles de la fuente. «Sí: el bicho de jormolín». «¿Qué quiere decir de jormolín?». Se enfadaba Pau porque creía que todos debíamos comprenderle y lo exteriorizaba estrepitosamente. «¡De jormolín!». No salía de ahí. Pero señalaba la Agelastica alni y nos entendíamos. Tenía alguno más de estos nombres inventados de animales. Por ejemplo, los manosés. No había manosés en los árboles cerca de nuestra casa, y nos llevó años enterarnos de qué bestia se trataba. Un día, estábamos viendo la versión de dibujos animados de El libro de la selva y llegamos a la escena de los buitres que quieren zamparse al moribundo Mowgli. En la versión española los buitres hablan con acento andaluz: «¿Qué vamo a hasé?». Uno, dos, tres, cuatro manosés en una rama.
Estamos en el piso de Barcelona. Cris, convaleciente, duerme desde hace rato. Le pregunto a Pau, que ya tiene veinte años, de dónde sacó lo de los famosos bichos de jormolín. «De una película de Astérix». Insisto hasta que me enseña el fragmento en YouTube. Es una escena de Astérix y Cleopatra. Astérix, Obélix, Panorámix y el perro Ideafix están en medio de un desierto comiendo gachas. Obélix cierra los ojos y sueña con lagos de cerveza, salchichas y quesos. Es una escena de alucinación, inspirada en el episodio de los elefantes rosas que acompañan la borrachera de Dumbo. En un momento del sueño aparecen unas piernas de jabalí asadas que andan solas. «¡Es aquí!». Nos fijamos a ver si en la letra de la canción aparece alguna palabra francesa que el niño hubiera podido entender como jormolín. No encontramos ninguna. «Mira, papá, lo pongo en jormolín»: le daba un empujoncito con el dedo y el escarabajo de los alisos arrancaba a caminar, bonachón, ignorante de los peligros de la vida.