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El escarabajo rinoceronte

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El escarabajo rinoceronte es un escarabajo callejero. Seguramente viven más escarabajos rinoceronte en los bosques y en los campos que en las calles, y menos aún en esas calles de ahora, aunque sean calles de pueblo. Pero recuerdo que rompía la monotonía del anochecer, como la golondrina que se descolgaba del nido, el murciélago que caía al suelo o la mariposa nocturna, estática sobre una fachada inalcanzable: parecía una salpicadura de cemento que había formado una costra en la pared. O como la típula, un mosquito de largas patas desgarbadas, co­­mo las antenas que se instalaban sobre los televisores: patas delante y detrás del abdomen, cada una marcando una hora. Cuando todos estaban en la calle tomando el fresco, la típula entraba en el bar buscando la luz. Subía y bajaba por la pared pintada de color crudo. No creo que se acercara a los fluorescentes, sujetos a las bovedillas con una estructura de madera pintada. En casa era impensable colgar solo el fluorescente: un carpintero les había ensamblado un mueblecito. Al llegar al pueblo, los chavales me contaron que cada cosa tenía su tiempo: la época de jugar a bolas, la temporada del trompo, la época del churro, media manga, mangotero. El escarabajo rinoceronte aparecía en julio, las hormigas aladas anunciaban la lluvia de la virgen de Agosto, la mantis y la típula asomaban a finales de agosto y a principios de septiembre. Después los tiempos se mezclaron.

El escarabajo rinoceronte tiene una apariencia contradictoria. Parece fuerte, acorazado, el macho luce un cuerno en la nariz. Parece un tricerátops de cromo de dinosaurios, con la placa ósea que le rodea el cuello y sobre el cuerno, otro cuerno más pequeño. Nunca le vimos volar. Aparecía tumbado boca arriba, con una pata que movía poco y de manera automática: maquinilla sin servicio de reparaciones. Cuando lo sostenías en la mano, el caparazón parecía de película fotográfica. Le venía corto y no alcanzaba a taparle la tripa. Por debajo, sobresalía un fleco de pelos abdominales de color rojo orangután o color de patillas de gran bebedor de cerveza. Pesaba poco. A veces se sostenía en un espolón de las patas traseras, agarrotadas, muy estiradas. Lo veías volcado junto al bordillo, siempre le faltaba algún fémur o una tibia.

Mucho tiempo después en Llançà, en un pino de la playa de Canyelles, debía haber un nido en la copa, porque siempre encontrábamos a los pequeños, alrededor del tronco, con el cuerno que era apenas un granito. He leído que tardan años en hacerse mayores. El escarabajo rinoceronte es uno de los animales más fuertes que existen. Ningún otro animal puede mover, como él, el equivalente a su peso en piedra. De ahí el nombre en latín: Oryctes nasicornis, el excavador del cuerno en la nariz.

Para nosotros siempre fue un muerto. Un muerto ilustre, agotado de ir cargando grandes cantidades de extraños cementos para construir quién sabe qué palacios. Con unos ojos pequeños, como faros antiniebla de un coche de rally, sobre la narizota inútil. Una excavadora que, en el momento más prometedor del verano, se bloquea, vuelca y queda a merced de niños y gatos.

Mariposas de invierno

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