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Así averigüé por qué funcionaba el plan alimentario

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Mi investigación para el doctorado me llevó a consultar revistas profesionales y libros de texto académicos sobre nutrición, endocrinología, psicofarmacología y psiquiatría, y también sobre las adicciones. Aprendí sobre el amplio abanico de efectos del azúcar en sangre y el potente impacto emocional de ciertas sustancias ­químicas cerebrales, que pueden desequilibrarse a causa del consumo excesivo de azúcar.

Una de estas sustancias químicas del cerebro, la serotonina, estaba adquiriendo cierta popularidad gracias a la aparición del Prozac, un antidepresivo que aumenta los niveles de serotonina y brinda sentimientos de optimismo, creatividad y tranquilidad. Para mi sorpresa, la otra sustancia química cerebral sobre la que me estaba informando, la betaendorfina, era tan crucial para el bienestar emocional como la serotonina, pero nadie hablaba de ella fuera de los círculos científicos. Mis lecturas me mostraron que la betaendorfina tiene un impacto directo en la autoestima, la tolerancia al dolor (incluido el dolor emocional), la sensación de conexión con los demás y la capacidad de asumir la responsabilidad personal de actuar. Más adelante te lo contaré todo sobre esta sustancia química cerebral tan increíble. Antes quiero relatarte el final de mi historia.

Mientras trabajaba en el doctorado, descubrí que todos los hechos bioquímicos que estaba aprendiendo coincidían con los resultados que había visto en mi centro de tratamiento, y que ello permitía narrar una historia bien escrita y convincente. Mi investigación confirmó mis sospechas y el nombre que le había dado a la historia de lo que vi: algunas personas eran realmente sensibles al azúcar, y la sensibilidad al azúcar tenía una base científica rigurosa. Me sorprendió que nadie se lo estuviera contando a la gente.

Para mi tesis doctoral, realicé un estudio con el fin de medir el efecto de mi plan alimentario con los participantes más difíciles que pude encontrar: los conductores ebrios reincidentes. Se trataba de personas, en su mayoría hombres de mediana edad, que no habían podido mantenerse sobrios a pesar de las grandes sanciones judiciales que se les habían impuesto y de la formación y el asesoramiento intensivos que habían recibido. Todos ellos habían pasado por un programa completo de cuarenta horas destinado a individuos que habían delinquido por primera vez, habían pagado miles de dólares en multas y honorarios, y ahora se les había quitado el carné de conducir durante dieciocho meses.

Trabajé con un grupo de treinta alcohólicos de estas características, «casos perdidos» aparentemente, durante cuatro meses, y al final de mi programa de tratamiento ambulatorio, que combinaba la nutrición con el tratamiento tradicional, el 92 % de ellos habían alcanzado la sobriedad y se habían mantenido sobrios. Ya no bebían. Por primera vez en su vida, a la vez permanecían sobrios y se estaban recuperando. Los encuesté dieciocho meses después, y solo unos pocos habían vuelto a beber en serio. El resto se habían mantenido sobrios o habían reducido significativamente su ingesta de alcohol en comparación con sus hábitos anteriores. Se siguieron obteniendo estos mismos resultados cuando el programa se expandió para atender a cerca de doscientas personas.

Mi éxito con la sensibilidad al azúcar fue mucho más allá de la ayuda a quienes querían dejar de beber. Al mismo tiempo que trabajaba con los conductores ebrios, mi consulta privada se llenó con varios perfiles de pacientes: mujeres y hombres con sobrepeso o que comían compulsivamente; hijos adultos de alcohólicos que se sentían cansados, perturbados y deprimidos, y exadictos y exalcohólicos que, aunque estaban curados y sobrios, todavía no se sentían bien.

Me llegaron a conocer como «la dama del último recurso». Cuando la gente lo había intentado todo y seguía encontrándose muy mal, acudía a mí. Les enseñaba cómo funcionaban sus niveles de azúcar en sangre y su química cerebral, y cómo usar mi plan alimentario. Cuando probaban dicho plan, experimentaban el mismo cambio milagroso que los conductores ebrios y yo habíamos experimentado. No es sorprendente que se corriera la voz. Cada vez más personas de todo el país me pedían ayuda. Prometí que escribiría un libro sobre la sensibilidad al azúcar y el papel determinante de la química cerebral.

Más patatas y menos Prozac es ese libro. Desde su primera publicación en 1998 se han vendido cientos de miles de ejemplares, y me han escrito personas de todo el mundo. Los mensajes son notablemente similares:

«Este libro me cambió la vida».

«Lloré cuando lo leí».

«Me vi en cada página. Parecía como si usted estuviera en mi cabeza».

La idea original que tenía mientras trabajaba con mi pequeño grupo de conductores ebrios ya la han puesto en práctica y aplaudido hombres, mujeres y niños de Australia a Londres, de Suecia a Chipre y de todos los estados de Estados Unidos.

Más patatas y menos Prozac te ofrece un programa sencillo para contrarrestar los efectos de la sensibilidad al azúcar y te muestra cómo hacer que este cambio milagroso tenga lugar en tu propia vida. Podrás hacer esto sin seguir otra dieta basada en la privación. No tendrás que tirar los alimentos que adoras. No te verás obligado a efectuar cambios radicales que te vayan a volver loco.

El programa de siete pasos que te enseñaré es un proceso suave y simple que respeta tu forma de ser y tus necesidades. Aprenderás a «leer» tu cuerpo y a diseñar un plan de alimentación que funcione para ti. Durante este proceso, te ayudaré a comprender la causa de sensaciones que nunca habías podido resolver. Llegarás a comprender lo que sabías intuitivamente pero no podías nombrar. Encontrarás la respuesta que has estado buscando. Y podrás aprovechar los treinta años de experiencia de nuestra comunidad para gozar de una recuperación alegre y efectiva.

Escribí este libro para todos los hijos de alcohólicos y para todos los hombres y mujeres que están cansados de presentar un buen aspecto mientras se sienten mal por dentro. Los destinatarios de esta obra son todos aquellos que están atrapados en la adicción, la depresión, la baja autoestima y el comportamiento compulsivo. Este libro es mi historia y es tu historia. Es la historia de todos los que hemos esperado tanto tiempo y nos hemos esforzado tanto por liberarnos de esos sentimientos y sensaciones perturbadores y de nuestros comportamientos «doctor Jekyll y el señor Hyde».

Más patatas y menos prozac

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