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PRÓLOGO

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Aunque pensamos que el azúcar es un alimento, en realidad es una droga, una sustancia externa que actúa, en el cerebro y el resto del cuerpo, sobre los receptores celulares diseñados para recibir una sustancia química interna llamada glucosa. Dado que la glucosa suele ser el único combustible que el cerebro puede usar y es fundamental para la claridad mental, los estados de ánimo y la liberación controlada de energía en el organismo, me asombra la generosidad con la que ponemos su sustituto inferior, el azúcar, en todo, desde la comida que va a ser el desayuno de nuestros hijos hasta el kétchup. Si se quisiera introducir el azúcar en el mercado en la actualidad, probablemente sería difícil que superara los requisitos establecidos por la Administración de Medicamentos y Alimentos estadounidense (FDA, por sus siglas en inglés).

Al igual que muchas drogas que actúan a través de receptores, el azúcar tiene un efecto paradójico caracterizado por dos fenómenos. En primer lugar, cuanta más droga se ingiere, menos producen el cerebro y el resto del cuerpo el análogo interno de esa droga. En segundo lugar, los receptores del azúcar o de cualquier otra droga se vuelven menos sensibles, y a veces disminuyen en número, como protección contra esa sustancia que los bombardea. Es fácil que nos volvamos físicamente dependientes del azúcar exógeno para estimular el estado de ánimo, pero nuestro hábito ahora nos induce depresión en lugar de bienestar y nos produce agotamiento y ansiedad en lugar de proporcionarnos una explosión de energía. Hace tiempo que sospecho que el aumento de la depresión clínica en nuestra sociedad está relacionado con el incremento del consumo de azúcar.

Por tanto, experimenté una gran emoción cuando conocí los esfuerzos de Kathleen DesMaisons para desarrollar una hipótesis de trabajo sobre la sensibilidad al azúcar y su papel en el comportamiento adictivo. He estado al tanto de su trabajo durante muchos años. Su visión, su calidez personal y su compromiso apasionado con la búsqueda de respuestas siempre me han conmovido. Ahora, con Más patatas y menos Prozac, traslada su visión a una guía concreta y específica que lleva sus habilidades clínicas a un público más amplio.

La doctora DesMaisons tiene un don único para tomar ideas muy complejas y hacerlas accesibles para las personas normales que intentan sentirse mejor. Su tesis es persuasiva. Su combinación de experiencia clínica, honestidad personal y curiosidad científica ha aportado verdaderos beneficios a sus pacientes. Si bien los casos siguen siendo anecdóticos desde una perspectiva científica, son potentes. Como sugiere la doctora DesMaisons, algo está sucediendo en la relación entre la alimentación y el comportamiento, algo que está más allá de lo que las investigaciones científicas ya han demostrado sobre la relación entre la bioquímica y el estado de ánimo.

Como científica, nunca podría considerar que el tamaño de la bolsa para los dulces de Halloween que llevaba de niña pudiese tener algún significado. Pero como mujer que ha lidiado con algunos de los problemas de los que habla la doctora DesMaisons, no descartaría sus ideas con tanta rapidez. A veces, la ciencia se ve impulsada por pioneros que organizan los estudios de nuevas ­maneras y hacen preguntas desde perspectivas inesperadas. Los aspectos científicos se pondrán a prueba en el laboratorio, pero el impacto diario de Más patatas y menos Prozac se comprobará en los corazones y los cuerpos de aquellos que responden al perfil que la doctora DesMaisons ha descrito tan bien.

Los alimentos pueden actuar como drogas, y debemos ser conscientes de cómo nuestros estados de ánimo y nuestra fisiología –mental y física– están tan inextricablemente entrelazados que lo que comemos y cómo lo comemos puede tener un enorme impacto en nuestra vida. Recomiendo encarecidamente Más patatas y menos Prozac, pues creo que contiene información novedosa e importante para todos, desde el nutricionista más perfeccionista hasta el individuo de a pie que está comenzando a darse cuenta de que lo que comemos y la forma en que comemos ayuda a explicar por qué nos sentimos como nos sentimos.

CANDACE B. PERT (1946-2013)

Autora de Molecules of Emotion: Why You Feel the Way You Feel [Moléculas de la emoción: por qué te sientes como te sientes].

C. B. Pert fue neurocientífica y farmacóloga, profesora de investigación del Departamento de Fisiología y Biofísica del Centro Médico de la Universidad de Georgetown

Más patatas y menos prozac

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