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¿ERES SENSIBLE AL AZÚCAR?

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A estas alturas es probable que ya te estés preguntando si tú también eres sensible al azúcar, y hasta qué punto lo eres.

Hay dos formas de determinar esto, y uso ambas con mis pacientes. Algunas personas prefieren el enfoque informal; a otras les gusta usar la lista de verificación que se incluye más adelante en este capítulo. Empecemos con el procedimiento informal. Cuando un paciente viene a verme víctima de la ingesta compulsiva, empiezo por hacerle una sencilla pregunta:

Imagina que llegas a casa y vas a la cocina. En la encimera hay un plato de galletas calientes con chispas de chocolate, recién salidas del horno. Su olor te impacta cuando entras. No tienes hambre. No hay nadie cerca. ¿Qué vas a hacer?

¿Te hace sonreír esta pregunta? Puedes pensar que la respuesta es obvia, pero las personas que no son sensibles al azúcar responden diciendo «voy a comprobar si tengo mensajes en el teléfono» o «subo las escaleras y me pongo el chándal». Algunas se detendrán y pensarán si van a comer una galleta. Otras pensarán, sin ninguna carga emocional, que podrían probar una. Quienes no son sensibles al azúcar tampoco tienen una respuesta emocional ante la idea de oler galletas con chispas de chocolate recién horneadas.

Las personas que sí son sensibles al azúcar se ríen cuando les hago la pregunta. Su cuerpo responde de inmediato a la sola idea de las galletas. Saben que devorarían una galleta; ¡probablemente más de una! De hecho, podrían comerse todo el plato, incluso sin tener hambre. En el caso del individuo sensible al azúcar, la motivación no es el hambre; lo que le suscita el deseo de comer es el olor de las galletas, la anticipación de las sensaciones que producirán en su boca y el calor y la dulzura del chocolate derretido. Incluso la sensación de tener una galleta en la mano le inspirará una asociación potente. Esas galletas significan amor y consuelo; son amigas y amantes.

Las personas que no son sensibles al azúcar piensan que esta respuesta a la pregunta de las galletas es extraña, tal vez incluso estúpida: «¿De qué demonios estás hablando? ¿Por qué iba a comer una galleta sin tener hambre?». Pero las sensibles al azúcar siempre saben perfectamente lo que significa esa pregunta.

Les he hecho esta pregunta a muchísimos grupos, y en todas las ocasiones he recibido las mismas respuestas. Mientras que una parte del grupo está esperando la frase final tras haberles preguntado si comerían una galleta, todas las personas sensibles al azúcar ya se están riendo. Su cuerpo está respondiendo a la imagen del plato lleno de galletas calientes que hay en la cocina. Haz este experimento con tus amigos y observa qué tipo de respuestas obtienes.

Esta es otra pregunta que hago, también muy potente:

Cuando eras pequeño y tomabas arroz inflado para desayunar, ¿comías el cereal por sí mismo o lo hacías para poder llegar a la leche y el azúcar que había en el fondo del tazón?

Las personas que no son sensibles al azúcar piensan que la leche y el azúcar que hay en el fondo del tazón son desagradables; en cambio, las que son sensibles al azúcar sonríen. Recuerdan que su verdadero objetivo era llegar al residuo de leche y azúcar. Conseguían su «subidón» al inclinar el tazón de cereales hacia su boca y tomar el azúcar acumulado en el fondo.

Tu respuesta a estas dos preguntas tal vez te sirva para confirmar lo que ya sabías. Algunas personas están muy apegadas a los alimentos dulces, y es posible que seas una de ellas.

Hay muchas otras formas en las que puedes obtener pistas sobre tu sensibilidad al azúcar. Puedes recordar el tamaño que tenía la bolsa para los dulces que llevabas en Halloween. Los niños que no eran sensibles al azúcar llevaban unas pequeñas calabazas de plástico de color naranja. Otros llevábamos fundas de almohada. Los dulces de los primeros duraban hasta Pascua. Nosotros habíamos terminado los nuestros en tres días.

Más patatas y menos prozac

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