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En el interior del cascarón de la segunda planta, estaban dando forma a otro cascarón. Lo estaban construyendo con planchas de madera de pino nuevo de sesenta centímetros por metro veinte clavadas entre sí de manera convencional. Parecía una nueva habitación que iba tomando forma dentro de la antigua. Pero iba a ser unos treinta centímetros más pequeña que la antigua por todos los lados. Treinta centímetros menos de largo por ambos lados, treinta centímetros menos de ancho por ambos lados, treinta centímetros menos de alto y elevada otros treinta centímetros.

Las nuevas viguetas del suelo iban a estar levantadas treinta centímetros por encima de las antiguas con listones hechos con las planchas de pino nuevo. Los listones nuevos parecían un bosque de zancos cortos, listos para mantener elevado el nuevo suelo. Había más listones cortos preparados para sostener el nuevo armazón alejado siempre treinta centímetros del viejo. El armazón nuevo tenía esa tonalidad amarillenta de la madera nueva; brillaba, frente al color miel del armazón antiguo. El armazón antiguo parecía un esqueleto viejo en cuyo interior estuviera creciendo un esqueleto joven.

Tres hombres construían este nuevo cascarón. Pasaban entre las viguetas con gran habilidad. Parecían haber construido otras cosas antes. Y trabajaban rápido. El trato que habían hecho exigía que acabasen a tiempo. El empleador había sido muy claro a ese respecto. Era un encargo que requería rapidez. Los tres carpinteros no se quejaron. El empleador había aceptado lo que le habían pedido. Habían inflado el presupuesto ante la posibilidad de que hubiera un regateo feroz y se pillaran los dedos con el margen, pero el empleador no había negociado el precio. Se había limitado a asentir y a pedirles que se pusieran manos a la obra en cuanto acabase la cuadrilla de derribo. Era difícil encontrar trabajo, y mucho más difícil era encontrar empleadores que aceptaran el primer precio sin rechistar. Así que los tres estaban contentos, por mucho que estuvieran teniendo que trabajar duro, rápido y hasta tarde. También estaban nerviosos, porque querían causar buena impresión. Con echar una ojeada a su alrededor, quedaba claro que allí había mucho trabajo.

Así que lo estaban haciendo lo mejor que sabían. Subían y bajaban escaleras con herramientas y madera nueva. Trabajaban a ojo, marcando las líneas de corte con el pulgar y usando las pistolas de clavos y las sierras sin parar hasta que estas quemaban. Pero también se detenían a menudo para medir el hueco entre el cascarón antiguo y el nuevo. El empleador había dejado claro que las dimensiones eran importantísimas. El cascarón antiguo tenía una profundidad de quince centímetros. El nuevo, de diez. La distancia entre ambos tenía que ser de treinta.

—Quince, diez y treinta —dijo uno de ellos—. Cincuenta y cinco en total.

—¿Está bien? —preguntó el otro al que era el jefe de los tres.

—De maravilla —respondió este—. Justo lo que nos ha pedido.

Morir en el intento

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