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Los alimentos tienen aplicaciones terapéuticas

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Aquellos que se consideran ácidos o que generan acidosis metabólica, que produce un desequilibrio por exceso de ácido base, y los químicos como aditivos, medicamentos y mu­chos otros son extremadamente yin.

Cuando una persona consume un exceso de alimentos yin, estos generan una serie de síntomas también de tipo yin y que debemos contrarrestar con alimentos que aportarán de forma específica sustancias y energías de tipo yang para pro­ducir un equilibrio en todos los campos: físico, mental, emo­cional, electromagnético, vibracional, térmico, etc.

Si, por el contrario, se trata de exceso de yang, como en el caso de un consumo abusivo de fritos, salados, embutidos industriales o café tostado negro —aunque la planta no lo sea—, para equi­li­brarnos utilizaremos alimentos más ex­pan­sivos de tipo yin.

PERSONA YANG PERSONA YIN
Alto contenido en sodio Crece en climas fríos Crece despacio De tamaño pequeño De poca altura Pesado Seco Crece a ras de suelo Hojas pequeñas Alto contenido en potasio Crece en climas cálidos Crece deprisa De tamaño grande De buena altura Ligero Húmedo Crece hacia arriba Hojas grandes

Esta situación en teoría parece muy sencilla, pero en la prác­tica no lo es tanto porque ningún alimento es solo yang o yin, sino que todos tienen las dos energías a la vez y en di­ferentes proporciones. Además, actúan también en diferentes zonas del cuerpo; por esa razón, en la medida que vas ob­servando y estudiando esos procesos, se vuelve cada vez más difícil controlarlos.

La relación que hay entre el yin y el yang es muy diversa, partiendo de que existen los dos con simultaneidad y a la vez se «oponen», se repelen entre sí, tienen interdependencia el uno del otro y se utilizan mutuamente. Estos dos estados de energía y materia se consumen el uno al otro, existen y se sostienen mutuamente. Así, mientras uno «asciende», el otro «desciende», mientras uno «penetra», el otro «sale».

El exceso de yin revela enfermedad yang y el exceso de yang revela enfermedad yin.

Es importante entender que hay una relación directa entre los alimentos y todos los niveles de nuestro complejo siste­ma o «cuerpos» que poseemos, ya que todos ellos existen, se nu­tren o alimentan y se mantienen constantemente de di­fe­ren­tes formas de energía. Pero no hay que olvidar que la energía que consume nuestro organismo solo proviene o la produ­cen únicamente los alimentos que comemos, el agua que be­be­mos y el aire que respiramos. Los alimentos que co­memos deberían producir gran parte de la energía que con­su­me o ne­cesita nuestro organismo, pero, si comemos ali­mentos que no tienen energía, entonces generamos un dé­ficit energético. Algunas veces lo compensamos aumentan­do la cantidad de oxígeno con el ejercicio o la actividad física que nos obliga a respirar más de lo habitual, pero, si paramos esa actividad, entonces aflora ese déficit y nos sentimos en baja forma.

Por su parte, el agua tiene la posibilidad, si es la adecuada, de aportar unos nutrientes absorbidos de la tierra en la justa medida y que también pueden crear un balance energético favorable. Para que el agua pudiera compensar las deficien­cias nutricionales solo hasta cierto punto tendría que haber sido preparada por la propia naturaleza con una cadena de minerales trazada de forma equilibrada. Un agua a la que aña­damos minerales o demás no puede cumplir esas funciones electromagnéticas de la energía; son campos diferentes que, aunque pueden unirse, tienen moléculas muy diferentes.

Cada pensamiento o emoción que experimentamos existe gracias a que consumimos unos alimentos que le dan vida y literalmente lo nutren, ya que, si no fuera así, no existirían. Las culturas orientales taoísta, hindú, japonesa, tibetana, china, coreana… proponen la meditación, el nirvana y la ilumi­na­ción, estados que se caracterizan por la ausencia de pen­sa­mien­tos y emociones. Sabemos por las enseñanzas de Buda y otros maestros que estos estados se obtienen o se fundamen­tan en largos periodos de ayuno controlado. Si no se ali­men­tan, entonces no existen, pero sin alimentarnos no podemos sobrevivir mucho tiempo.

Como es lógico, cada alimento promueve un tipo carac­terístico de reacción que se traduce en una emoción, pensa­miento, actitud, movimiento, etc. Esto demuestra que sin alimentos no habría pensamientos ni emociones. Tampoco habría vida.

Son muchos los alimentos que generan reacciones negativas en nuestro cuerpo, aunque no lo sepamos, como las intolerancias a la lactosa, al gluten o a la fructosa, que in­fla­man las mucosas digestivas y bloquean el hígado o la vesícula, acidificando el intestino y la sangre. Como conse­cuencia de estas reacciones, se producen pensamientos y emociones ne­gativas, como la depresión, la violencia, la au­tocompasión…, y a la inversa, en positivo, como la alegría sin motivo aparen­te o la felicidad que experimentamos de forma permanente cuando llevamos una dieta equilibrada. Por ejemplo, el odio, la irritabilidad o la violencia se relacio­nan directamente con el hígado; la preocupación y las dudas influyen en el estado del estómago, el bazo y el páncreas; el miedo y la inseguridad conectan con los riñones y la ve­jiga; la ansiedad y el nervio­sismo se relacionan con el corazón, y la tristeza y melanco­lía, con los pulmones y los intestinos.

Cuando algunos de los órganos de nuestro cuerpo están afectados por alimentos «agresores», se producen deficien­cias y excesos en su funcionamiento. Por el contrario, si funcionan de manera positiva, producen reacciones armoniosas, como la alegría, la benevolencia, la creatividad, la atención, la concentración, el coraje, la acción, la comunica­ción, la imaginación…, y experimentamos la felicidad. El hígado se relaciona con la benevolencia y la amabilidad, el corazón con la alegría, y así sucesivamente.

Macrobiótica I

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