Читать книгу A ver qué se puede hacer - Lorrie Moore - Страница 16

SHADOW PLAY, DE CHARLES BAXTER

Оглавление

A veces, cuando los cuentistas se ponen a escribir novelas se vuelven desenfadados. Inspiran profundo y dejan de lado la vergüenza: algo parecido a lo que les pasa a los tímidos con el vino. Donald Barthelme se vuelve mítico y paródico, Alice Munro, una audaz costurera (que hilvana cuentos para hacer novelas). Andre Dubus nos pide que reconsideremos la nouvelle (como una forma equivalente). Quizás Grace Paley haya mostrado la mayor bravata de todas: simplemente no molestarse.

Charles Baxter, cuyas tres brillantes colecciones de relatos (Harmony of the World, A Relative Stranger y Viaje de invierno) lo ubican en el mismo nivel que los escritores antes mencionados, construyó su primera novela como una cronología inversa. Primera luz (1987), la detallada y conmovedora historia de un hermano y una hermana de Five Oaks, Michigan, es un intrincado deshacer, una progresión narrativa en reversa hacia el momento en que el muchacho, Hugh, toca por primera vez la mano de su hermana bebé. Es una estrategia que tiene dos fines: que Baxter se apropie del género y que demuestre lo indisoluble de los vínculos entre hermanos. En su segunda novela, Shadow Play, Baxter regresa a Five Oaks –una ciudad de mentiras “orgullosas”– y al tema de los hermanos y lo indisoluble.

Quizás porque ya ha estado antes allí, esta vez Baxter está más seguro. En Shadow Play, la novela ya no es una forma que hay que tomar y rehacer, sino un lugar amplio en el cual moverse libremente. Baxter está más suelto, es menos severo. La narración no ha sido domesticada; Baxter la consiente, le desordena afectuosamente el cabello, la deja ir a donde sea. Paradójicamente, el resultado es una novela construida de forma más convencional y, al mismo tiempo, un libro sorprendente y lleno de suspenso.

Shadow Play es en primer lugar la historia de Wyatt Palmer, un chico intensamente brillante y artístico que crece y se encuentra encerrado en la más pedestre de las existencias: de día es un burócrata municipal aburrido, de noche, un cansado esposo, padre y jefe de hogar. Cuando una compañía química llamada WaldChem se instala en la ciudad y presiona al gobierno (por el bien de la economía local, obviamente) para que ignore las violaciones de las leyes de salubridad, Wyatt es arrojado repentina y precariamente al centro de un drama en relación con el comportamiento ético en tiempos “poséticos”.

En el marco de una economía en contracción, hay demasiados ciudadanos en Five Oaks que desean hacer un pacto con el diablo: salud a cambio de dinero; vidas a cambio de puestos de trabajo. Como funcionario municipal, a Wyatt le gustaría “notificar al Estado que las normas y regulaciones de gestión de residuos in situ y las restricciones habilitantes están siendo violadas”.

Pero el director de WaldChem es un amigo de la escuela secundaria; Wyatt juega al golf con él; le ha dado a Cyril, su rebelde hermano adoptivo, un trabajo en la planta. Y como le dice el intendente: “Los tiempos están en tu contra”. Al permanecer callado, ser amable y ayudar a los que lo rodean, Wyatt hace un pacto nefasto: consigo mismo y con el mundo. Ha dejado de ser el cuidador de su problemático hermano adoptivo; ahora es un miembro más de la audiencia. Como escribió Baxter en Primera luz: “Nadie sabe cómo hacer eso en este país, cómo ser hermano”.

De manera similar al relato “La lotería” de Shirley Jackson, en Shadow Play Baxter toma los grandes temas del bien y el mal y los pactos primitivos y los sitúa en los términos de lo municipal y los rituales locales. Está interesado en esos rincones oscuros de la civilización donde la barbarie logra enclavarse y progresar. El Estados Unidos del que habla este libro se ha convertido en una especie de infierno. “Las casas emitían una luz sucia, la luz de ‘no lamento nada’, la luz de ‘escúchame’. De esa forma no se necesitaba el fuego eterno”.

Shadow Play es también un examen de cómo los valores del Medio Oeste, como la amabilidad, la pasividad y la voluntad de ayudar y adaptarse, pueden contribuir con la pudrición y la muerte de una comunidad. Cuando su hermano adoptivo desarrolla un cáncer de pulmón y deja su trabajo de custodio en la planta, Wyatt permanece impasible. “No tenían que hacer WaldChem tan peligrosa esos bastardos”, despotrica Cyril, agonizante. “Podrían haberla hecho más segura”.

“Fuiste fumador”, responde Wyatt en voz baja. “Fumaste cigarrillos durante toda tu vida”. Es una respuesta tan malvada en su neutralidad que más tarde “estaba parado en su propio living, reprimiendo el impulso de gritar”. “El veredicto sobre él, ahora lo sabía, es que era servicial y negligente, un accesorio”. Cuando Wyatt acepta ayudar a Cyril a suicidarse (aquí pensamos en otro oriundo de Michigan, el doctor Jack Kevorkian),4 no solamente ha representado la metáfora central del libro sino que se ha arriesgado a sufrir un ataque de nervios; un ataque repleto de tatuajes, adulterio, un incendio intencional y ¡una mudanza a Brooklyn!

Esto último no es un estímulo menor: en el paradigma geográfico del libro de Baxter, la ciudad de Nueva York es el Edén y el anti-Edén. Aquí la fruta del árbol del conocimiento no se está pudriendo en la entrada para el auto de cada casa; las casas no tienen entrada para el auto; los árboles fueron cortados hace años. Desde entonces, las buenas luchas fueron peleadas y perdidas, y aquí, si bien no se la puede llamar paz, se puede vivir en algo cercano a la calma que sigue al desastre. Wyatt conocía de memoria el mapa del subterráneo de Nueva York, y cuando era joven fue artista, un pintor de retratos. Ahora, con su familia en Nueva York, puede retomar donde dejó antes de que el interior y el centro del país lo interrumpieran de forma tan grosera. Puede intentar algo atípico del Medio Oeste, algo como una coda, una secuela crepuscular; en tiempos no ecológicos, una ecología de la esperanza y la pérdida.

Una de las grandes fortalezas de Charles Baxter como escritor siempre ha sido su capacidad para captar las vidas interiores encalladas de los excéntricos reprimidos del Medio Oeste. Y aquí, en su segunda novela, aprieta el acelerador. Del personaje de la madre de Wyatt se dice que está loca, pero (ya sea que responda al talento de Baxter o debería ser causa de preocupación para esta lectora) los pasajes que le dan voz a su locura son lúcidos, agradables, empáticos: “Ella sabía que los pájaros a veces estaban de acuerdo y otras no con sus nombres, pero mantuvo esa información para sí misma”. “Los ángeles”, piensa, “eran tan vanos, tan bonitos. Llevaban aros de coral y sombreros angustiosamente desarmados”. Cuando Wyatt lleva a su madre a Nueva York, y esta encuentra simpática la vida de una vagabunda, Baxter trata este hecho con una cierta dignidad alentadora, antes que con un sombrío desdén.

También le da un lugar importante en el libro a la voz y el punto de vista de Ellen, la brillante e ingeniosa tía de Wyatt, que funciona como una sabia observadora del mundo de la novela. La tía Ellen no cree en un Dios benevolente sino en un Dios lleno de pura curiosidad; es más, cree que ella está escribiendo la Biblia de ese Dios. “No hay nada de amor viniendo a nosotros desde ese reino”, dice sobre la deidad más tradicional. “Nada en absoluto. Bien puedes rezarle también a un poste de luz”.

La tía Ellen, más que Wyatt, es el centro moral del libro: la suya es la más cáustica de las soledades aquí elaboradas y registradas. Para la ficción contemporánea, no debería ser notable en sí mismo el hecho de que Baxter pueda atravesar el género y ofrecer una interpretación tan profunda y auténtica de las voces y los pensamientos de una mujer, y sin embargo lo es.

Porque su trabajo no se ofrece de formas estridentes para el consumo popular o el juego intelectual (los teóricos y críticos no han podido descender sobre él en masa con sus tenedores y tijeras), Baxter ha adquirido la reputación de ser esa cosa tan rara y placentera: un escritor de escritores. Ininterrumpidamente, ha utilizado un lenguaje bello y preciso para entrar en los lugares ordinarios y secretos de la gente: sus dilemas emocionales y morales, sus típicas circunstancias estadounidenses, sus inteligencias en llamas, sus negociaciones con lo bloqueado, lo violento, lo atrofiado, lo decente o milagroso en sus vidas. Al escribir sobre personas comunes, su autoridad narrativa deriva de haber imaginado más y con más profundidad que nosotros, y eso hace que su presencia narrativa sea necesaria e importante. Shadow Play es una novela grande, emocionante, llena de vida e historias: algo que va mucho más allá de las vacaciones que un escritor ansioso desea tomarse de las formas breves.

(1993)

4 Jacob Kevorkian fue un médico, político, músico y activista estadounidense que aplicó la eutanasia a 130 pacientes. En 1999 fue sentenciado por homicidio e indultado por razones de salud en 2007. [N. de la T.]

A ver qué se puede hacer

Подняться наверх