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STARR-CLINTON-LEWINSKY

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Oh, qué enfermedad autoinmune es el asunto Starr-Clinton-Lewinsky. Enemigos inadecuados –o de alguna forma, poco impresionantes– tienen a nuestro gobierno acelerado y atacándose a sí mismo. Estamos paralizados… y estremecidos de esa forma que da un poco de asco. Los terroristas, con sus bombas, no pueden hacer que el escándalo desaparezca; los aviones y los mercados no pueden derribarlo. JonBenét Ramsey y Neil LaBute no pueden asustarlo para que se vaya corriendo. Como dijimos en Chicago en 1968, “El mundo entero está mirando”, mientras nos desplomamos sobre nuestra silla de ruedas y tenemos un ataque de nervios.

No es confidencial: encuentro la posición moral de Linda Tripp intrigante y literaria. Creo que Paula Jones fue degradada por su jefe, y eso, seguramente, de forma ilegal. Y voté por Bill Clinton. (Aunque ahora lo siento por él, de la misma forma en que lo sentí por Pee-wee Herman cuando lo arrestaron en aquel cine de Florida). Voté en varias primarias y elecciones por Jesse Jackson, Jerry Brown y Ralph Nader. Clinton en el poder ha sido desalentador de formas predecibles: sus nombramientos en el poder judicial, su chapucero plan de salud nacional, su debacle de los gays en el ejército, su creación de políticas dubitativas, aparatosas, afectadas por intereses demasiado ambiguos. Lo que más he pensado es que era un tiburón encantador, un aprovechador, un yuppie, un mal actor y un tonto sexy y mentiroso. Esto último lo tiene en común con mucha gente (quizás incluso con el pobre Pee-wee Herman).

De todas formas, Bill Clinton no dijo en ningún momento de su vida: “No soy un adicto al sexo”. Aquellos que lo votaron conocían su desafortunada y compulsiva vida privada y decidieron que no les importaba. Ahora, de repente, ¿a los votantes les importa? (No creo). Ahora, de repente, ¿el Congreso está sorprendido? ¿Dónde están los verdaderos y los valientes? Ahora, los congresistas demócratas (y la misma primera dama) fingen estar sorprendidos, tristes o enojados, para lograr cierta distancia de este tipo y mantener sus patéticos trabajos improductivos. ¿De veras es tan bueno el sueldo?

Sin duda, son muchas las razones por las que el affair Lewinsky se ha apoderado de nuestra conversación a nivel nacional.

1. La vacuidad política de la Casa Blanca de Clinton. Tanto la naturaleza como el teatro político detestan el vacío: atrapada en una suerte de patrón de espera beckettiano, la presidencia de Clinton fue superada por una comedia sexual que la masa veraniega encuentra más entretenida.

2. El aspecto falso del matrimonio Clinton. Observamos la familia presidencial de la forma en que los niños lo harían: imaginándonos que somos parte de ella, poniéndonos siempre de lado de Chelsea y preguntándonos en qué diablos andan metidos papá y mamá. De todas formas, la extraña infelicidad de Hillary y Bill nos repele. La infelicidad rara nunca es tan atractiva como la diversión rara. Y lo que es todavía más interesante es la diversión rara financiada con el apoyo de los sindicatos, la confianza del gabinete, el testimonio del gran jurado, la humillación pública y los dichos sobre destitución.

3. Finalmente, está el extraño personaje de Ken Starr, que no debe ser boicoteado; futuro hombre del año según la revista Times. (¿Y dónde está el material sobre las transacciones inmobiliarias, señor Starr?) Que la falla poco caballeresca de nuestro presidente de jactarse de sus conquistas sea sometida a los legalismos de los procedimientos judiciales es, por supuesto, una locura total, una tortura y un regicidio, que solo podía haber sido realizado por Starr, el fanático alocado que la derecha ni siquiera sabía que tenía. Es, por supuesto, Javert de Victor Hugo. Pero Starr no ha perseguido a Jean Valjean. De hecho, en un momento de surrealismo intertextual financiado con fondos públicos (y ambición literaria reducida), ha dado un salto por completo fuera del libro y se ha puesto a perseguir a Candy de Terry Southern.

Para esto pagamos impuestos. ¿Vieron? Al final que el Congreso financiara el Fondo Nacional de la Artes no era algo tan terrible.

(1998)

A ver qué se puede hacer

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