Читать книгу A ver qué se puede hacer - Lorrie Moore - Страница 22
NEW AND SELECTED STORIES, DE ANN BEATTIE
ОглавлениеSiempre hay algo enervante en un libro de trabajos “nuevos y seleccionados”. Tiene un tufillo a homenaje, un uso fúnebre de las existencias, quizás la búsqueda ansiosa de un nuevo público, lo que puede indicar una ralentización del avance de la obra. Siempre hay algo de trabajo nuevo, pero eso no es lo que importa: los textos nuevos han llegado de forma errática, sin que se los solicite. No han sido seleccionados, son como vecinos que irrumpen en una reunión familiar.
Pero Park City: New and Selected Stories tiene algo de magnificencia. La colección está hecha de tres docenas de relatos escritos durante veinticinco años, y al leerlos, uno tras otro, sorprenden la confianza, la constancia y calidad del resultado. Sin duda, un libro como este señalará los hábitos y predilecciones de su autor, y eso hace que sea divertido y pedagógico para cualquier lector. Pero Park City es también un libro que debería ganarse la admiración de los escritores y lectores de cuentos de todas partes, pues nos recuerda de forma inequívoca la insuperable devoción, sólida, inteligente y amorosa, que tiene Beattie por la forma.
La primera colección de Ann Beattie, Distortions, fue publicada en 1976 y, rápidamente, la autora pareció un avatar de esa época en particular: sus secuelas y derivas históricas, su opulencia en aumento y su amigable narcisismo generacional. Ahora, por supuesto, se encuentra escribiendo en un tiempo que parece no tener avatares, y da la impresión que ni siquiera el final del milenio fuera un tiempo particular, entonces es interesante ver las maneras en que su trabajo se ha modificado y no se ha modificado a través de las décadas.
En Park City, Distorsions está representado por cuatro cuentos que hablan de matrimonios y divorcios. En “Vermont”, una pareja recibe en su casa al exesposo de la mujer, quien trae consigo no solo un poco de confusión leve, sino también una nueva y jovencísima novia. Todo el mundo es simpático. Todo el mundo se comporta. Y la nueva novia, de forma acertada, se pregunta si “cada vez que dormimos, morimos: si regresamos siendo otras personas a otra vida”. En “La casa de los enanos”, Tammy Wynette canta “D-I-V-O-R-C-I-O” en una rocola mientras un hombre casado bebe una cerveza con su secretaria. “¿Eres feliz?” comienza con un hombre diciendo: “Porque si eres feliz te dejaré en paz”. En “Sueños de lobos” una joven mujer se siente tan ansiosa la noche anterior a su tercer matrimonio que le escribe una enojada carta al presidente. “Comienza a pensar que es la culpa de Nixon… todo. Lo que sea que eso signifique”. En “Zapatos de serpiente”, como en “Vermont”, una mujer casada por segunda vez, llamada Alice, recibe la visita de su exmarido con quien tiene una hija. La razón del divorcio, según lo enuncia Alice, refleja la tendencia de Beattie por el evento sin declinar: “Él actúa como un loco con ese bote. Este año la dejó tres veces. Ha estado viendo a otra persona”. Al final del relato, la antigua familia, solo los tres miembros, da una caminata durante el atardecer, y Alice, insistiendo en su turno en un juego, dice “No me olvides”, y su exesposo le da un beso en el cuello.
En “Distorsiones” vemos los temas de casi todos los relatos de Beattie que seguirán: la infidelidad sexual como punto de partida de la trama, el divorcio como paisaje cultural, el deseo cómico de que lo personal sea de alguna forma político, y la gestión civilizada del pasado por medio de una creativa mezcla de olvido y recuerdo. Desde estas primeras historias hasta las más nuevas en el libro, incluidas en la sección titulada “Park City”, las parejas que se separaron y volvieron a enamorarse son asaltadas por un miedo constante a desaparecer. (“Pensó por un momento en personas que habían desaparecido: Judge Crater; Amelia Earhart; la señora Ramsay”. O: “Quería que ella supiera que él había estado allí, que era una persona real, alguien que ella necesitaba sumar al paisaje”). Como el mundo de estos personajes es blanco, culto, de clase media alta y tranquilo en base a fármacos (nadie luchó nunca con convicción en un trabajo, en muchas de las historias se mencionan herencias), la cosa que más pone en peligro su seguridad, el evento que precipita cualquier historia, es la perspectiva y la realidad de quedarse sin pareja. El “no me olvides” de Alice, que en “Zapatos de víbora” es expresado como un simple pedido de “ahora es mi turno”, se vuelve, por medio del arte sutil de Beattie, un llanto quejumbroso y lleno de dolor.
Es un llanto que, junto a las letras de Bob Dylan, resuena durante décadas en el trabajo de Beattie. En todas partes, sus personajes (padres e hijos) han sido confrontados con su propia insignificancia, no por alguna perspectiva cósmica sino a través del tosco lente espiritual del matrimonio roto. Hay que agregar que se trata de rupturas altamente literarias. Beattie no está interesada en ninguna disección real del divorcio. Los problemas habituales de las relaciones –asuntos de dinero, trabajo, energía y tiempo– no son examinados aquí. El divorcio se lleva a cabo raudamente –en gran parte a través de actos misteriosos, casi poéticos de egocentrismo e infidelidad–. En el mundo ficcional de Beattie, el divorcio es una crisis emocional transformada en herramienta narrativa, es el monstruo de la historia; el truco de sus personajes es desdramatizarlo, convivir con él a través del humor. Y es lo que hacen, con un sentimiento ambiguo, dulce y amargo al mismo tiempo. Estos personajes tienen buenos y entrañables amigos –la obra de Beattie es un incansable elogio de la amistad–, y eso ayuda.
En la década de 1970, cuando Beattie empezó a escribir y a publicar, el divorcio se volvió por primera vez epidémico. Al darles forma a narraciones sobre ese hecho social de manera insistente, Beattie, más que ningún otro escritor estadounidense, registró el evento. Lo hizo por medio de la aceptación: su reciente carácter de habitual, su naturaleza triste pero poco trágica, su capacidad para redefinir la forma y composición de las familias de maneras curiosas. También en los títulos de los libros de cuentos que escribió después (Secrets and Surprises, The Burning House, Where You’ll Find Me y What Was Mine), es posible escuchar las canciones y los suspiros de la silenciosa pero ineludible ruptura doméstica.
Decimos ineludible antes que inevitable, pues la acción de estas historias no se desarrolla desde ningún destino en particular, al que tampoco conduce. Un peñasco –generalmente, un secreto traicionero que involucra a un amante adicional– es puesto en medio del camino, la narración, como la construye Beattie, puede quedarse donde está o seguir adelante y dar con el peñasco. Como resultado, en un relato de Ann Beattie, hay muchas ruedas rodando, o mucha agua corriendo, y el tiempo presente, especialmente en los primeros libros, se usa para transmitir esa sensación de animación atrapada o suspendida. Una estrategia como esta resulta menos efectiva en una novela (por ejemplo en Postales de invierno de la misma Beattie), donde puede producir sentimientos de pánico en un lector atrapado en ese vítreo mar narrativo sin orilla. Pero es un dispositivo útil en los cuentos cortos de Beattie, donde hace las veces de una especie de papel matamoscas. Atrapa los pensamientos casuales y los detalles materiales que definen a la gente, los lugares y el tiempo, y lo hace sin frustrar el deseo del lector por compleción, el deseo de un arribo estético de algún tipo.
Beattie no tiene finales más bellos que los de los siete cuentos incluidos de The Burning House, la colección representada de forma más completa en Park City. “Lo que va a suceder no puede ser detenido. Busca la gracia”, así termina “Aprendiendo a caer”. Todo lo que Beattie hace bien está aquí exhibido en un escaparate lleno de luces: el teatro grupal de sus personajes; la parafernalia cultural como registro histórico; los adultos no del todo adultos jugando a la casita; los hombres encantadores y juveniles con sus expresiones hirientes. En “El vals de Cenicienta”, un hombre que finalmente deja a su esposa e hija por una relación gay se burla de su propia vida doméstica revolviendo los regalos de Navidad en busca de una tostadora gigante y canturreando: “¡Aparece, mi belleza de ocho tostadas!”. En “La casa en llamas”, cuando una esposa le dice a su marido infiel “Quiero saber si te quedas o te vas”, él le da un discurso:
–Todo lo que tú haces es encomiable… Pero toda tu vida has cometido un solo error: te has rodeado de hombres… Los hombres creen que son el Hombre Araña y Buck Rogers y Superman. ¿Sabes qué sentimos nosotros en nuestro interior que tú no sientes? Que estamos yendo a las estrellas… Estoy mirando todo esto desde el espacio –susurra–. Ya me he ido.
El talento de Beattie para los diálogos cáusticos rivaliza con algunos de nuestros más destacados dramaturgos vivos (especialmente Terrence McNally y Wendy Wasserstein). A pesar de que se suele hablar mucho de la mirada de Beattie –escribió una monografía sobre el trabajo del pintor Alex Katz, lo que ayuda al sentimiento general de que es una escritora “visual”–, es su oído lo que les da agudeza, fuerza y sorpresa a sus relatos. Las palabras y las voces de sus personajes son el tejido y la organización de su trabajo, y otorgan un gran placer, especialmente aquellas de los hombres juveniles bufonescos y con el corazón a medio partir que suele poner en el centro de escena. Se llame Jake, Nick, Frank, Freddy o Milo, este personaje masculino es invariablemente el espíritu y la fuerza de un relato que de otra forma permanecería inerte. El hombre juvenil de Beattie es como la Ada de Alex Katz (la esposa de Katz y un tema frecuente de su pintura): alguien cuya expresividad no puede ser reducida exitosamente a la ilustración plana que sería su destino y también el del cuadro. El afecto indulgente de Beattie por sus hombres encantadores y neuróticos anima su trabajo y sugiere una amplia simpatía autoral. Si están esperando que les curen una picadura de abeja corriendo por la playa mientras gritan “atrápame”, o haciéndose borrar finalmente un tatuaje que dice MAMI, estos exasperados objetos de amor son la inteligencia inesperada de cada uno de los relatos en los que aparecen. Son el compañero perfecto en la comedia (como lo son Arlequín y Polichinela) de las mujeres narradoras y protagonistas de Beattie que, en cierta condición purgatoria, son aptas para ser custodias de la historia antes que parte real de la acción.
En las colecciones que siguieron a The Burning House, notamos que Beattie experimenta: con la forma, con el ritmo, con el tema. Especialmente en What Was Mine, donde logra un escenario europeo, una metaficción, dos narraciones realizadas por voces masculinas, y una conmovedora nouvelle: “Un día ventoso en el embalse”. El maravilloso relato que da título al libro, de su última colección, “Park City”, hace gala de viejas y nuevas fortalezas. Un don para las escenas hilarantes, además de una voluntad de permitir que los personajes femeninos centrales luchen más contra sus propias poses de disponibilidad y pasividad (fortalezas evidenciadas también en las novelas más recientes de Beattie Nadie como tú y My Life, Starring Dara Falcon, ambas injustamente subestimadas). En “Park City”, una joven recolecta secretos de otras personas y se prepara para hacer algo con ellos, cuida a Lyric, la hija de catorce años del novio de su hermana que tiene que asistir a un congreso de escritura de guiones. Mientras descansa en la piscina del hotel, Lyric es la voz de la clarividencia aburrida, una versión adolescente de un típico hombre de Beattie, que dice cosas como la siguiente de Utah: “Beber está en contra de sus creencias religiosas, pero, al mismo tiempo, piensan cosas que piensa la gente con delirium tremens”.
Esto es lo que Beattie mejor sabe: cuando juntas a distintas personas en un mismo espacio, siempre serán divertidas. Un cuento típico de Beattie tiene como consciencia controladora a una joven apagada, con algo de estrés postraumático, en compañía de personas más animadas que ella; pero su sensibilidad, aunque tiene una parte de romanticismo magullado, también funciona como una suerte de equipo de grabación. La joven lo está registrando todo.
En manos de otro escritor, esta situación podría volverse una historia fría y poco natural: un estilo de prosa sobrio que en otros escritores puede falsificar y achatar la naturaleza humana al simplificarla; esa naturaleza que Beattie siempre ha utilizado para complejizar más las cosas. Ningún otro escritor logra esa calidez y frialdad simultáneas. En su obra no hay ruidos estridentes ni colores fuertes; hay poco sobre el duelo, la ira, la pesadumbre y el aturdimiento. La suya es una paleta de colores pastel usados con compasión, y sus relatos son acuarelas de la más alta calidad. ¿A veces hay personajes parecidos en relatos distintos? Lo mismo puede decirse de cualquier escritor de cuentos que haya vivido sobre esta tierra. ¿El rango imaginativo parece limitado? Es el mismo rango limitado que a los estadounidenses les encanta llamar chéjoviano.
¿Cada nuevo relato de este libro pasará a la historia?
Con un libro tan generoso de una escritora tan talentosa preguntárselo sería algo vulgar.
(1998)