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LA MEJOR CANCIÓN DE AMOR DEL MILENIO

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Las opiniones sobre música pueden ser tercas y solitarias. Yo pienso, por ejemplo, que el vals más tóxico del siglo XX es “Let’s Go Fly a Kite” de Mary Poppins. Pero no me pidan de ninguna forma vigorosa que lo justifique, pues me morderé el puño y miraré tristemente por la ventana. Sin embargo, una certeza calma puede hacerse presente al considerar la mejor canción de amor del milenio. Esa canción no es tanto un asunto opinable como un hecho claro, y para determinarlo es posible seguir el siguiente método científico.

Un milenio es un largo tiempo. Hay muy pocas canciones de amor escritas en los primeros tres cuartos de las que siquiera hayamos escuchado hablar. Esas, por lo tanto, quedan eliminadas automáticamente. Las pocas que conocemos son creaciones dudosas, condimentadas con Hey nonnies,6 o Ho nonnies, o con extrañas muertes que les suceden a los amantes, y rosas salvajes y arbustos espinosos brotando de los cadáveres. El asesinato y la transformación en una planta de las personas es un veneno para el mensaje amoroso de una canción. Es una forma de corrupción, demasiada antítesis para la tesis. Si la muerte es inminente, siempre le sacará protagonismo al amor. Y luego tendremos una canción de muerte más que una de amor. Una canción de amor sin muerte en ella, de un amor que no sea una ganga fatal o una adicción: es decir una canción de amor para la eternidad.

Entonces, si continuamos en esta línea y dejamos fuera de consideración todas las canciones del siglo XIX y del siglo XX en las que la muerte le acaece al amante que canta, podremos hacer realmente algún progreso. Todas las Liebestods, y las posibles Liebestods afuera: la mayor parte de Puccini, todo Wagner, incluso “As Long as He Needs Me” de Oliver. (¿Olvidé mencionar que nos referimos solamente a la música occidental y, a pesar de la maravillosa “You’re a Hard Dog to Keep Under the Porch”, no incluimos ningún tipo de música country-western? De hecho, casi no vamos a aventurarnos fuera de la categoría de canción de musical. La ciencia tiene sus requisitos).

Esto nos acerca a la canción popular más liviana del siglo XX, e incluso aquí hay mucha poda por hacer. “You Belong to Me” es demasiado posesiva, incluso materialista. “You Were Meant for Me” es dulce pero está cargada con la añoranza vana de los solteros secretamente enamorados de la soledad. “On the Street Where You Live” es el tema musical de un acosador. “They Can’t Take That Away from Me” es una fantástica lista de lavandería de las cosas que hay que llevar en la mochila del corazón cuando el destino ejecuta la hipoteca del amor; su genialidad es la de hacer rimar los souvenirs emocionales “the way you hold your knife” y “the way you changed my life”. Pero puede ser cantada pésimamente, y con demasiada frecuencia eso es lo que sucede. Luego tenemos los blues, que a pesar de estar llenos del lenguaje de las negociaciones fallidas pueden ser amigables y deliciosos. Pero los blues, en realidad, hablan de la larga y lenta muerte del que canta y no son canciones puramente de amor.

Lo que nos lleva, finalmente, a la única elección lógica de la canción de amor más grandiosa del milenio: el trío final de Der Rosenkavalier de Richard Strauss, obviamente. Esta es una de las cosas más hermosas jamás escritas; si puede cantarse, jamás será mal cantada. Tiene lugar en el penúltimo momento de la ópera, cuando la mujer mayor (La Mariscala) abandona elegantemente a su joven amante (Octavian) después de descubrirlo enamorado de alguien de su misma edad (Sophie). En la historia de Hugo von Hofmannsthal, el amor es abrazado y al mismo tiempo altruistamente depuesto: ¿y para qué son los tríos si no? Ligera e inteligente, la canción tiene la melodía y la profundidad de Wagner, pero el libreto y el espíritu de Mozart. Es, como suelen ser las creaciones musicales superlativas, una aglomeración, una sumatoria histórica, un tomar prestado de genio a genio. Y en sus imponentes notas sin duda contiene la música de las esferas; si los ángeles tienen teteras, seguramente silban como esta canción. “Elijo amarlo de la forma correcta”, canta la Mariscala, “¡así puedo amar incluso su amor por otra!... Casi todas las cosas de este mundo son increíbles cuando las escuchas nombrar. Pero cuando te suceden, las crees y no sabes por qué… entonces que así sea”. El reloj se ha detenido en la vida romántica de La Mariscala. Tuvo su oportunidad, su momento, y ahora debe retirarse: completamente apropiado para el cierre de estos últimos mil años. Es una canción deliberadamente majestuosa en su dulzura y generosidad exquisitas, no muy distinta a la sublime despedida de Dolly Parton “I Will Always Love You”.

Y aquí debo detenerme; acabo de aterrizar en la música country-western otra vez, sin dudas lo contrario a la ciencia.

(1999)

6 Expresión sin sentido utilizada en antiguas baladas inglesas. [N. de la T.]

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