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BROKE HEART BLUES, DE JOYCE CAROL OATES

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Nuestra manufactura voraz y nuestra fácil investidura de fama (con sus ilusiones gemelas de accesibilidad e inaccesibilidad) es una suerte de comunión: acerca a los dioses y los hace comestibles. En palabras de mi hijo de cuatro años: “Las estrellas están más allá del espacio exterior. Están más allá de América del Sur. Están en Rusia”. Un comentario que, a pesar del decrescendo y la falta de certeza sobre geografía, expresa de forma efectiva la idea de que el glamour y el misterio son tan elusivos, rápidos, arbitrarios y sorprendentes, que también pueden encontrarse más cerca de lo que se pensaría (aunque cerca, por otro lado, podría terminar siendo lejos).

Nadie sabe eso mejor que el novelista estadounidense, desde Henry James, pasando por Scott Fitzgerald, hasta Joyce Carol Oates. El efecto dramático del (con frecuencia nuevo) chico glamoroso o la chica glamorosa de la casa de al lado sobre la vida de los ciudadanos comunes –y viceversa– es una historia a la que los escritores estadounidenses han regresado una y otra vez, peregrinos hacia algo parecido a un santuario. Esta puede ser la historia de una desaparición (El gran Gatsby o Agua negra de Oates) o una semi desaparición (El retrato de una dama), o puede tener un rayo amenazante de sátira volviendo a encender los eventos, como en la increíble nueva novela de Oates, Broke Heart Blues. En una novela como esta, lo extraordinario y lo ordinario intercambian destinos, negocian secretos y –en Oates– combinaciones de lockers. El mundo febril y jerárquico de la adolescencia (Puro fuego. Confesiones de una banda de chicas, You Must Remember This, Because It Is Bitter and Because It Is My Heart, así como su relato más famoso “¿Dónde estás yendo, de dónde vienes?”) es la gran musa de Oates.

Broke Heart Blues es sobre la maquinaria de la fama, local y de otro tipo. Especialmente la máquina fabricante de fama que es la escuela secundaria estadounidense. (Toda estrella necesita una audiencia atrapada e inclinada hacia la intoxicación). Dentro de ese escenario, se despliega la historia de un adolescente llamado John Reddy Heart, quien de niño se muda a “Willowsville”, un suburbio de la próspera ciudad de Buffalo en el estado de Nueva York, con su hermana, su hermano, su abuelo y su madre, Dahlia, una trabajadora del Black Jack de Las Vegas que ha heredado de alguna forma (¿los vecinos se atreven a preguntar cómo?) la mansión de un coronel viudo que se volvió un apostador patológico. Es la década de 1960 (en Willowsville, una continuación de los años cincuenta), y los Heart llegan a esta ciudad de estampado escocés, con tiendas tradicionales como Pendleton y Jonhathan Logan, como personajes de una película de David Lynch: figuras de glamour demente, desadaptación y sexo. Con el pelo platinado siguiendo a Lana Turner, Dahlia Heart (apodada la “blanca Dahlia”) solo se viste de blanco, usa anteojos de sol incluso al atardecer y es objeto de especulaciones y rumores procaces. En menos de tres años, logra crear un escándalo estilo Lana Turner: su hijo es arrestado y juzgado por el asesinato de un prominente hombre de negocios local, un bruto llamado Melvin Riggs, que era el amante (casado) de Dahlia. La defensa de los hijos de Dahlia es que su hermano estaba protegiendo a su madre de los puños asesinos de Rigg.

En este punto, o quizás antes, el apuesto John Reddy Heart se transforma en un héroe pop de secundaria y en una mascota psicosexual. Se habla de él en los medios a nivel local y nacional, y una banda de rock de nombre Made in USA graba un hit llamado “La balada de John Reddy Heart”, que afianza y mercantiliza su poder de seducción. (Oates utiliza fragmentos de esta “canción” para los epígrafes de sus capítulos). Por un breve lapso, John Reddy escapa de la justicia y es arrestado en “Nazarene”, Nueva York. Se reza por él, se escribe sobre él y es mitificado y comercializado. Cuando es absuelto por un jurado de gente muy distinta a él (no es solo un marginado sino también un menor tratado como un adulto), termina la secundaria mientras vive sobre un restaurante chino en el centro. Es amable y sexy; además, parece, puede hacer que los cojos caminen (una compañera se cura de esclerosis múltiple poco después de un dulce encuentro con él).

Los chicos de la escuela secundaria, enfermos por la devoción al ídolo, hablan de que él los ignora, de su aroma único, de su mística idiosincrática, así como de su Mercury lleno de manchas de óxido. Las chicas de Willowsville gimen y pierden la virginidad en su nombre. Al conseguir una lata de Coca-Cola en la basura usada por él, al rescatarla “del olvido”, se sienten extasiadas y se hiperventilan: “¡Su boca! ¡Su boca real!... La boca real de John Reddy Heart tocó esto”. En el desarrollo de la novela, es incierto si las fantasías eróticas de estas chicas de hacer el amor en grupo con él se hacen o no realidad. Pero en la narración surrealista e ingeniosamente recalentada de Oates, la fantasía de estos estudiantes de escuela secundaria es una realidad independiente de los hechos. La narración está demasiado ocupada para discusiones mezquinas.

Efectivamente, la estrategia narrativa es lo que hace de Broke Heart Blues un libro maravilloso y fuera de lo común. Mientras que la breve sección del medio es una suerte de interludio convencionalmente construido desde el punto de vista de John Reddy Heart adulto (ahora un “Señor reparaciones” para viudas sexys o ricas que necesitan arreglos en sus hogares), las secciones principales, que empiezan y terminan el libro, están escritas en una especie de primera persona coral: soliloquios múltiples que se superponen y periódicamente se funden dando lugar a una primera persona plural que es la más predominante. Se trata de una narración social, incluso si esta sociedad es solamente (¡solamente!) una escuela secundaria. (Después de la escuela secundaria, en Estados Unidos todo es póstumo). La narración es también profundamente musical, rítmica y alucinatoria en sus efectos: ¿qué novela sobre la escuela secundaria no lo sería?

Sin embargo, es difícil pensar que exista alguna novela similar a Broke Heart Blues. El editor de Oates afirma que está escrita en la “misma tradición” de Qué fue de los Mulvaney de la misma Oates, pero la narración de esta es más controlada, está escrita, de forma más segura y convencional, en primera persona. En los tiempos de la Reina de Persia de Joan Chase viene a la mente, pues está narrada en la primera persona del plural. Aunque la narración de Oates es muy diferente. En su circularidad (su movimiento tambaleante y su fusión de voces que vuelven a relatar la misma historia), se asemeja a una ronda. En su voz elaborada voz comunitaria, se asemeja a un coro, aunque es superior a un coro griego.

Francamente, es completamente mentira que John Reddy haya jamás pronunciado las palabras Ese será el día de mi muerte. Cualquiera que conociera a John sabía que era un individuo de pocas palabras, y nunca decía nada sofisticado. Cuando el resto de nosotros parloteaba y bobeaba continuamente como monos en una casa de monos, John Reedy tenía dignidad.

Aquí, el coro no entra y hace un comentario sobre la acción o aconseja al protagonista. El coro es la acción, es la única voz que cuenta, y se derrama hacia delante como un líquido (aquí están ausentes los párrafos prolijos y sólidos de los ensayos y la ficción más convencional de Oates), incluso si muta, incluso cuando repite y reexamina la misma información con una suerte de efecto extático y combinatorio. Por su tono y su suspenso, el coro es urgente y vibrante como el dramático final de Carmina Burana, pero con un poco de música pop de los cincuenta que añade sabiduría callejera y vigor.

Es una técnica que conjura y luego consume a su héroe, John Reddy Heart, lo rodea y lo exalta, y al mismo tiempo vuelve imposible cualquier retrato real de él. Ese es su punto. Ciertas formas oscuras de adoración. Un aparato de creación de fama local de escuela secundaria es, finalmente, temido y rechazado. (La celebridad inventada, alimentada por la energía erótica al mismo tiempo que la energía religiosa, según la describe Oates, no es por completo una histeria benigna). Este aparato devora lo humano en pos de un dios fantasmal; el coro de la comunidad de Oates prefiere una creación de su propia y grandiosa mente coral a cualquier cosa real. John Reddy Heart es acogido por la ciudad y por los medios: pero acogido como una idea oscura, un objeto mágico, un juguete poderoso, y de esa forma, finalmente, es también dejado de lado. La narración de Oates imita la foto que un compañero de clase intenta tomar de John Reddy Heart conduciendo por la ciudad: un “movimiento borroso por una ruta conocida… como el fondo en una foto en la que el primer plano, el tema, está ausente”.

El “tema” también está ausente, porque a pesar de toda su estridencia y diversión –una miríada de fragmentos sobre personas que no pueden dejar atrás a John Reddy Heart–, Broke Heart Blues es una historia sobre la segregación económica y las clases sociales en Estados Unidos. Esto se vuelve más explícito en la sección final del libro, donde no hay capítulos: los compañeros de la clase de la escuela secundaria de Willowsville a la que iba John Reddy Heart se reúnen para realizar un inventario de los logros de cada uno y volver a entrar en contacto con el adolescente que llevan dentro:

Fue un tiempo delirante. Fue un tiempo profundo. Un tiempo para celebrar y pensar: “Es como si en lo profundo de mi corazón todos ustedes fueran yo”. Un tiempo para la risa y la gratitud. Un tiempo divertido… pero también trágico. Un tiempo que ninguno de nosotros olvidará.

E históricamente, algo que sucede una sola vez en la vida: nuestra trigésima reunión de la clase de la secundaria de Willowsville.

–¿Quién crees que faltará este año?

–¿Quién faltará o quién estará muerto?

–Muerto y faltar son lo mismo.

Así comienza Oates pícaramente, con un tono de burla dickensiano, el recuento de “un récord de ochenta y siete de nosotros de una clase en la que se graduaron ciento treinta y cuatro”, que convergen “el primer fin de semana de julio en el pueblo de Willowsville. Llegamos por avión, en auto, casi a pie”. Quizás el estilo de la prosa la incitó a recordar los propósitos de Dickens como un retratista de la clase social, pero aquí los impulsos satíricos de Oates ya no son amables. Clase es una especie de juego de palabra, aunque reunión no lo sea. Y lo que Oates nos entrega es una espantosa colección de niños pudientes que crecieron para ocupar su lugar en el orden establecido. Los pájaros que volaron de vuelta hacia sus mimosos nidos son “triunfadores de alto perfil”: un magnate del software, un renombrado criminólogo y asesor del fiscal general, una estrella de cine, el presidente de una universidad, un famoso escritor, un poeta exitoso, un humorista gráfico para el Washington Post, etcétera.

Las chicas en su gran mayoría han regresado como “valientes y sonrientes mujeres rubias con piernas fibrosas por el golf y antebrazos fláccidos, cuellos que en unos años más necesitarán habilidosos arreglos de bufandas”. Los chicos regresan, quizás, con “cabezas como bulbos sonrojados y lisos, ojos de ostra, abrigos sport color guinda y suéteres blancos de red”. Son “rostros como almas perdidas que son tu propia alma… ¿sabes?”. Oates se divierte con todos ellos, especialmente con el poeta Richard Eickhorn, autor del poema “Felicidad: una elegía” (“Aplaudimos a Ritchie, estábamos orgullosos de Ritchie… ¡Estados Unidos necesita poetas!”) y la novelista Evangeline Fesnacht, autora de Crónicas de la muerte y ganadora de un premio nacional de literatura, cada uno de sus libros encuadernados “en rústica, por Dios”.

En la fiesta también se busca la distinción y se entregan premios (el cabello y la figura mejor conservados); el premio más controvertido es para “el individuo que hizo el uso más astuto de la ley de bancarrota desde la última reunión”. Solo una persona se queja por no haber sido invitada al asado del cerdo: “Es exactamente lo que los forasteros solían decir de Willowsville: ¡es una comunidad cerrada y privada! ¡Una comunidad de privilegios!”. El resto se involucra en un catálogo incesante de logros, hablando de forma vaga y despiadada sobre las difíciles vidas de los menos afortunados. La copresidente de la reunión dice, hablando con la misma voz que en su juventud: “Soy copresidente de este fin de semana y no voy a dejar que nada lo arruine. ¡Es nuestra vez número treinta, amigos!”.

Los festejos hacen que un deck de secuoya roja colapse, poco después de la medianoche y, por un breve lapso, se esperan verdaderos daños. Pero lo más probable es que solo haya un divorcio.

Mack Pifer se consideraba hacía mucho tiempo un “jugador duro” en el competitivo mundo de las aseguradoras médicas de alto riesgo, y él y Millie habían soportado las adolescencias extendidas de tres niños típicamente estadounidenses, pero sus nervios estuvieron cerca de rompérsele en esta fiesta.

–Incluso si el deck no hubiera colapsado, era muy probable que los Pifer se separaran pronto. La forma en que Millie bailaba con algunos de los tipos… en la secundaria nunca se había comportado así. No era solamente que hubiera estado bebiendo, nuestra Millie era sexy.

A las cuatro de la mañana, llega el pedido de media docena de pizzas. Lo entrega “un chico de ojos negros y grandes con una camiseta de Cornell que pasó entre nosotros con una precaución cómica, como Odiseo descendiendo al país de los muertos”.

¿John Reddy Heart fue a la reunión? La novela se niega a decirlo con exactitud. Lo que el lector sí sabe es que él está presente porque ha sido invocado espiritualmente: todo Willowsville ha salido a cenar en su memoria, lo ha transformado en alguna forma de pornografía, incluso los distinguidos escritores: quizás especialmente los distinguidos escritores. Sus compañeros han hecho peregrinajes a sus antiguas casas y lugares favoritos, incluso a los lugares donde estacionaba su auto. Se han permitido estremecimientos grupales y suspiros de pena. Pero aunque efectivamente ha vuelto, nadie logra reconocerlo (ah, alegoría) y se va. Más tarde, se escucha el sonido de un golpe en la puerta sin contestar, el rugido de una motocicleta, y solo entonces algunos gritos desesperados de mujer. De forma más prosaica, hay un hombre de edad mediana con un traje de baño rojo sentado al borde de una piscina. Nadie puede identificarlo y no le cae bien a nadie.

En su catálogo de la parafernalia cultural, Broke Heart Blues tiene un toque de John Updike (el Updike de la saga de los conejos), y de hecho, Oates le ha dedicado a él este libro. Con su fantasía infernal y sus tonos contradictorios, tiene también un toque de Bertolt Brecht. Por cierto, hay bastante de Brecht en el llamado final de la novela a las personas que no vinieron a la reunión (chicos sin importancia, chicos invisibles, chicos más difíciles con vidas más difíciles), y el teatral grito final de “los extrañamos, pensamos en ustedes, queremos verlos otra vez, los amamos” es conmovedor por su bulliciosa insinceridad típicamente estadounidense. El cierre es Oates en llamas y es posible que al terminar este libro complejamente ingenioso y desesperante, uno recuerde las más entrañables letras de Anderson y Kurt Weill que reflexionan sobre el abandono del hombre por parte de Dios: “Y estamos perdidos aquí en las estrellas…”. Joyce Carol Oates ha establecido el cosmos en Buffalo y le ha escrito su himno escolar.

(1999)

A ver qué se puede hacer

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