Читать книгу A ver qué se puede hacer - Lorrie Moore - Страница 8
CORTES, DE MALCOLM BRADBURY
ОглавлениеHenry Babbacombe, el protagonista escritor de la nueva novela de Malcolm Bradbury, Cortes, no tiene necesidad de ir en busca de Eldorado, pues Eldorado ha aparecido buscándolo a él. Eldorado es una compañía británica de televisión que intenta asegurar su futuro y su solvencia con una taquillera “miniserie” (acentuada, quizás, en la segunda sílaba para rimar con miseria). En “Gladstone, Man of Empire”, su emprendimiento anterior, Eldorado perdió a su hombre principal, un viejo actor, famoso y venerado, cuando se le requirió que apareciera desnudo y tocando el ukelele ante el personaje de la reina Victoria. Era “veracidad ficcionalizada”, explicó el director de obras y series dramáticas de Eldorado. “Tomas personas y eventos reales, pero no estás esclavizado a seguir los hechos verdaderos”.
En tiempos de ajuste fiscal, Eldorado no puede costearse más ukeleles. Quiere un drama con “amor y poder, y ternura y gloria, y muchas montañas de fondo”. Quiere “amor y poder. Pasado y presente. Lágrimas y risas”. Quiere “amor y sentimiento, edificios antiguos y problemas contemporáneos”. Quiere “una realidad contemporánea, un héroe, fuerte, locaciones elegantes”. Quiere “algo que sea arte, pero también vida en su aspecto más profundo y elocuente”. Quiere “una locación exuberante y extranjera donde se pueda pedir whisky de malta”. Quiere “épica”. Quiere “tragedia”. Quiere “barato”.
En un momento pintoresco y decoroso, Eldorado decide que también quiere un escritor: alguien brillante y posmoderno, con “una luz modesta y oculta”. Alguien a quien le haga ruido el estómago. Esa semana, da la casualidad que la agente de Henry Babbacombe está durmiendo con un ejecutivo de Eldorado, y la empresa decide darle una oportunidad al escritor.
En lo que respecta a Babbacombe, esa oportunidad no está dentro de su deseo. Él vive solo y satisfecho en un pueblito montañés del norte, donde enseña una clase nocturna llamada “Sexo y madurez en la novela inglesa” y otra, con más popularidad: “La ficción y la granja”. Durante el día, escribe novelas oscuras y beckettianas en el cobertizo de su patio trasero. Su rutina laboral diaria incluye el consumo de cereales altos en fibras, la escritura de sus sueños y “la preparación de una ensalada simple”, a las seis de la tarde. Si se siente aislado y necesitado de diversión cultural suele silbar algo clásico. Cuando lo convocan al rascacielos de vidrio de Eldorado Television, se siente desconcertado pero de todas formas asiste; en el tren lleva una pila de ensayos de sus alumnos sobre Middlemarch. Un estudio de la vida de provincias.
Después, las circunstancias conspiran para empujar a Babbacombe a aceptar la oferta de Eldorado. Lo invitan a un largo almuerzo, en el que bebe más de lo que come. Cada plato es servido con kiwi, incluyendo un costilla de cordero color escarlata y “paté de gorgonzola… colocado de forma tan hermosa que era una pena molestarlo, como efectivamente terminé no haciendo”. Cuando regresa a su universidad de provincia para hablar con el director sobre la posibilidad de una licencia, Babbacombe recibe un desalentador discurso acerca de los problemas financieros de la universidad. La institución ya ha tenido que solicitar préstamos privados de forma nunca antes vista, como sucedió en el caso de la “Cátedra de estudios de la mujer Kingsley Amis”. El director, cuyos problemas antes de los recortes habían estado siempre relacionados con la fornicación o el plagio, está obligado, ahora, a deshacerse de dos miembros del staff. Ya ha intentado con el recurso de enviar a colegas a realizar trámites peligrosos con la esperanza de que los atropellen autobuses. Un hombre dedicado, el especialista en estructuralismo francés que bautizó a sus hijas Langue y Parole, ya se ha ido. Otro profesor especialista en Shakespeare ha cambiado de profesión y se ha formado como piloto de aerolínea.
Henry Babbacombe le ha dado a su director la oportunidad perfecta. El director debe considerar el impacto del vulgar trabajo televisivo sobre la reputación de su claustro. El director mismo “no pensaría jamás en alquilar su mente para el vulgar lucro”. De hecho, por lo general, su departamento ha rechazado incluso la publicación de libros, “prefiriendo naturalmente transferir sus pensamientos de forma oral a las dos o tres personas que están capacitadas para entenderlos”. La envidia y los recortes de presupuesto se conjugan, y Babbacombe es despedido de su edén académico: su vida de silenciosa excentricidad y valiente indiferencia a lo real, su mundo de edificios góticos manchados de hollín y empapelados de afiches que anuncian concursos de ensayos sobre “si debería haber un tercer sexo”. Ahora, debe sumergirse en la oscura farsa de una carrera de guionista.
Lo que sigue es la desventura alborotada y predecible. En el mundo del guion, Babbacombe es el escritor ingenuo prototípico: un primo del campo sin suerte, sin esperanza, sin una mierda. Sin que él lo sepa o dé su autorización, el escenario de la serie cambia semanalmente de continente. El personal de Eldorado comienza con la reescritura de los guiones antes de que Babbacombe haya siquiera terminado de “escribirlos”. Eldorado titula su guion “Un daño grave”, y realmente eso es lo que es. Con su ambición literaria en suspenso, Babbacombe, enamorado del kiwi, se vuelve una suerte de emisario de su propio yo incapacitado, un emprendedor o aventurero que va directo hacia la irracionalidad descorazonada de la televisión comercial. Es un mundo que cree que todos los problemas son problemas de “casting hipotético”. Es un mundo en el que a un oscuro novelista beckettiano se le pide que trabaje en una escena de muerte completamente espuria, estableciendo un nuevo “estándar en rigor mortis”.
Para colmar más los males, el paisaje urbano que Babbacombe encuentra está forjado por la privación, la privatización, la calamidad moral. El amor es “staccato y breve… Era sabio no tocar a alguien que podría haber sido tocado por otro, que, a su vez, había sido tocado por otro… El sexo estaba siendo reemplazado por el género”. Y la ternura se reduce a rodajas finas de ternura de la depreciada tarta nacional. Dice el narrador omnisciente de Cortes: “El único placer que quedaba para que la vida valiera la pena de ser vivida era el dinero, pobres billetitos, que tenían que hacer todo el trabajo”.
Malcolm Bradbury es el autor de una impresionante variedad de trabajos críticos (que incluyen libros sobre Evelyn Waugh y Saul Bellow) y de las novelas Instalado en la cresta de la ola y Tráfico de lenguas. Lo que nos entrega en Cortes es, nuevamente, una representación del hombre como actor histórico, esta vez en forma de excursión satírica por la Inglaterra de Thatcher. “Era momento de deshacerse de las ilusiones blandas y reemplazarlas con las nuevas ilusiones duras”.
Bradbury ha exprimido su título al máximo. Si al final nos deja sintiéndonos un poco amputados, quizás haya sido a causa de un corte de más, pero entendemos el chiste autoral. Hay tanta diversión, furia e inteligencia en esta pequeña novela que podemos perdonarle su insistencia con la caricatura, o esos raros momentos en que el ingenio se parece más a una cuchara que a una espada. Por su naturaleza, el insidioso mundo de la televisión como tema literario o contexto sociológico logra impedir la escritura de gran literatura: ese podría ser el modesto punto de este libro. Bradbury ha logrado realizar lo que todo autor de sátiras sociales debe hacer: divertir mordazmente, dejando en la garganta “un extraño sabor similar a un kiwi rancio”.
(1987)