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AMOS OZ

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Amos Oz no podría haber elegido un nombre más poético: Amos, el primer profeta judío literario; Oz tierra del mago (y “determinación” en hebreo). En su mezcla de regaño y patraña, su unión de dios y la falta de divinidad, el nombre de Oz expresa perfectamente las paradojas de su país nativo. Hijo de un sionista, Oz nació en Israel y frecuentemente ha sido considerado como una de las pocas voces literarias estrictamente israelíes. Un sabra nacido y arraigado en el país: como tal, ha sido leído por sus compatriotas es busca de las ideas de nacionalidad literaria que puedan surgir de sus palabras. Se puede ser profeta en su tierra si se juegan las cartas correctas. Pero un profeta no escucha todas esas preguntas insistentes a su alrededor: ¿Qué hemos hecho? ¿Quiénes somos en realidad? ¿Qué es lo siguiente que este tipo va a decir de nosotros?

La undécima novela de Oz, No digas noche, está llena de personas que beben té helado; la bebida reaparece una y otra vez. La acción transcurre en Tel Kedar, una ciudad en el desierto, el libro es un intento modesto de revelar las vidas de Theo, un ingeniero civil de sesenta años y su amante No’a, una maestra de escuela, los dos cercados por su compromiso y el aislamiento. El desierto –“ ya no eran sierras, se parecía, más bien, a las notas de una canción amortiguada”– los ha secado. Su romance ya no está en la flor de la edad. Pero el libro de Oz está interesado en las formas en que estas dos personas luchan, sobre todo a través de sus rituales domésticos (los cafés, los tés, los baños y las cenas), y revela una creencia resignada pero romántica en que esos rituales no solo están llenos de belleza sino que también constituyen todo lo placentero que tiene la vida. Sin duda, en la prosa cuidadosa y lírica de Oz, estos rituales poseen encanto y verdad, y es posible que sean la sustancia primaria del libro. “Cualquiera que tenga algo de bien encontrará el bien en todas partes”, dice un viajero irlandés, y la frase se vuelve uno de los estribillos del libro.

La trama está hecha principalmente de una colección de circunstancias, pequeños retraimientos y retiradas. Es esencialmente una historia de buenas intenciones mal orquestadas. Un antiguo estudiante de No’a acaba de morir por sobredosis de drogas y el padre del muchacho, que está sospechado de ser un traficante de armas, se acerca a ella con la idea de formar un centro de rehabilitación dedicado a la memoria de su hijo. El padre donará la mayor parte del dinero necesario para fundarlo. No’a, sorprendida y halagada de que le hayan pedido ser la directora del lugar, avanza con el proyecto. Organiza un pequeño grupo para que la ayuden a planificar la clínica y su programa, y a juntar dinero. La idea de la clínica le da al novelista la oportunidad de mirar las angustias y los dramas mezquinos de la comunidad. Oz tiene un afecto particular por los excéntricos locales y escribe desde varios puntos de vista. Incluso elimina las comillas como diciendo: esta es toda una comunidad; no hay ninguna diferencia importante entre un miembro y otro, entre vida interior y exterior, entre voz y descripción, entre personas y terreno: todo es lo mismo.

Sin embargo, lo más interesante para el lector serán las partes de la historia que se centran en No’a. Ella es un personaje fantástico. Cuando la conocemos por primera vez, su voz es “joven y brillante, y abandona el final de sus oraciones”. La envuelve “un rastro de olor a madreselva” que dispersa por el departamento. Recientemente, la idea de la clínica la ha animado, a pesar de que el proyecto la ha alejado del viejo Theo, que observa sus idas y venidas y sus explosiones de entusiasmo con cierto escepticismo paciente. Después de todos sus años juntos, Theo sigue sintiéndose lleno de ardor por ella, aunque para describir su condición lo más acertado sería hablar de un deseo de bajo grado. Ella se ha alejado un poco de él (duermen en cuartos separados; el beso de él se parece cada vez más al de “un primo”), y él pasa su tiempo esperando que regrese. Cuando él intenta ayudarla (como planificador urbano está más conectado con los poderes municipales, especialmente con el alcalde de Tel Kadar, y la ayuda a No’a con el trabajo preparatorio para establecer algunas relaciones públicas centrales para la clínica), No’a también se aleja del proyecto, parece haber perdido la concentración. Como si Theo hubiera arruinado todo el asunto con su interés y su participación.

La verdad es que No’a se siente atormentada por las noticias que ha recibido de una joven mujer llamada Tali, quien le ha contado que el joven muerto estaba enamorado de No’a. Tali le dice también que el uso de drogas no está tan difundido y no es un problema tan serio. Esto hace que No’a pierda concentración y empiece a pasar demasiado tiempo yendo de compras o al cine con la joven. ¿Es Tali una hija sustituta, o la preocupación que No’a siente por ella es simplemente una negación de su propia edad, que se acerca a los cuarenta? Tal vez no importe. “No’a es humo sin fuego”, dice alguien sobre el repentino déficit de atención, y se nos pide que veamos que esta fue una vulnerabilidad que siempre tuvo, que siempre compartió la falta de calma y el carácter soñador con Theo.

Theo mismo es un personaje que es posible reconocer en otras novelas de Oz. Es posible que se asemeje a Fima, de la novela de 1993 con el mismo nombre. Los dos hombres sufren de cierta clase de insomnio, beben mucho café o té, hacen calistenia y les gustan las noticias de la BBC. Los dos tienen historias complicadas con las mujeres, llenas de detalles de huida e impulsividad que ellos sin embargo ven con cierta ceguera como generosidad y decencia. Los dos están casi completamente absortos en sí mismos, aunque con cierta suavidad. Su propia dulzura los esconde de sí mismos. Comparten también, con su autor, y el uno con el otro, un amor por el detalle absurdo y sobreestudiado, como este dato aritmético de Fima: “Dicen que al principio de esta pasión Fima pesaba 72 kilos y en septiembre, en el hospital de la prisión, pesaba menos de 59”. O la siguiente anécdota de No digas noche:

La esposa de Bozo y su hijo bebé fueron asesinados en un trágico evento hace cuatro años, cuando un joven soldado atravesado por el amor se atrincheró en una zapatería y empezó a disparar con una ametralladora y mató a nueve personas. Bozo se salvó solo porque de casualidad esa mañana tenía que ir a la oficina de seguridad social para apelar su evaluación. Para conmemorar la muerte de su esposa e hijo ha donado un arca hecha de madera escandinava a la sinagoga, y pronto entregará, en su memoria, un aire acondicionado en el vestuario de la cancha de fútbol para que los jugadores puedan tener un poco de aire en el entretiempo.

¿Dios está en los detalles? Definitivamente Dios –o el ingenio imprudente y la pluma pictórica de Dios– está en los detalles de Amos Oz. Como muchas de sus novelas, No digas noche –publicada en Israel en 1994 y traducida al inglés por Nicholas de Lange– se preocupa por los pequeños y extraordinarios asuntos de la vida cotidiana en Israel. Una narración como esta es invaluable, y en las manos de Oz es también vívida, convincente y emocionante. Aunque uno imagina que en un país tan nuevo y complicado como Israel, un escritor más indeciso a nivel político no escribiría un libro tan doméstico y pacífico. (Piensen en las brillantes y furiosas novelas del escritor sudafricano J. M. Coetzee, cuyas narraciones recientes son tan minuciosas y mordaces y, al mismo tiempo, antirrevolucionarias y antigobierno). A pesar de que entre sus personajes hay un posible traficante de armas, a pesar de la referencia a “un amplio valle lleno de instalaciones secretas”, y a pesar de las discusiones casuales de varias victorias y derrotas militares israelíes, No digas noche es en realidad una novela sobre “buganvilias mal cuidadas”. Es sobre tener la edad suficiente para vislumbrar la propia muerte, para ver el escenario de los años finales de la propia persona, y aceptar este hecho con la menor cantidad de peleas posibles, y con las peleas más breves y amables que se pueda. Esta novela es una pieza de música de cámara dulce pero melancólica; ligera pero no necesariamente insustancial. Pertenece a un género de novela sosegada que está gobernada por una estética de paz y un anhelo de paz. Si lo que se busca es política, también hay de eso, claramente, aunque en voz baja.

(1996)

A ver qué se puede hacer

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