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Miércoles 30 de noviembre

Haidi tuvo que quedarse en casa y guardar cama; la fiebre había vuelto y le dolía horrores la cabeza y el costado izquierdo, así que llamó a Family Aid para avisar que estaba indispuesta. Se tomó un antitérmico y un antiinflamatorio y decidió que cuando se le aclarara la cabeza respondería a las cartas de sus amigas de Estels, que llevaban dos días descansando en su escritorio.

A pesar de que los pensamientos positivos no solían llamar a su puerta, tumbada en la cama mientras ojeaba una guía de turismo de Escocia, se consideraba afortunada por que la hubieran cogido en aquella tienda. Colaboraba casi todas las mañanas y, aunque no le pagaban en metálico, a cambio recibiría un vale mensual por valor de treinta libras para que lo gastara en el mismo establecimiento. De hecho, solicitando permiso de antemano, ya se había agenciado un par de vestidos preciosos, aquel verde que había llevado a la fiesta del sábado y otro negro de tela bordada.

Algo le rondaba la cabeza acerca de la tienda...

¿Cómo sabía Alistair Ashley que trabajaba allí? ¿Tendría un lado acosador? Se sentía acobardada con respecto a la inminente cita del viernes. ¿Cómo se le había ocurrido aceptar? Y de forma tan fácil, además… Ese tipo duro y petulante pensaría que lo estaba deseando… Madre mía, nada más lejos de la realidad. Ella no necesitaba un hombre, cuanto menos de aquella índole. Y era demasiado mayor para ella… Le había visto bien y a la luz del día se apreciaba que ya tenía los treinta cumplidos. A pesar de sus prematuras arrugas, ella sólo tenía veintiuno…

Estas reflexiones hacían que le doliera aún más la cabeza, así que dejó la guía de lado, cerró los ojos y se permitió fluir en una meditación relajante que le aportaría reposo a su abrumada mente.

***

Alistair, sentado alrededor de una mesa en una densa reunión con otros tantos ejecutivos, garabateaba al azar en el margen de la hoja que tenía ante sí, levantando la cabeza cada vez que lograba desembarazarse de la embrujadora imagen de la española; tal era la avidez que sentía por ella que, de modo inexorable e inadvertido, el ansia se estaba convirtiendo en una misteriosa obsesión.

Deseaba besarla y acariciarla, hacerla suya con pasión una y otra vez. Pelirroja y mediterránea, no le cabía la menor duda de que era una mujer ardiente e impúdica en la cama, aunque no era ésa la imagen que proyectaba; más bien parecía… candorosa pero, por su vasta experiencia, intuía que su comportamiento no era más que una estrategia diferente para atraer al macho.

Con todo, no podía evitar sentirse confuso ante aquella mujer, por un lado tan sensual que le incitaba a los pensamientos más tórridos, por otro tan frágil que se obligaba a sí mismo a actuar con moderación.

No deseaba espantarla.

De algún modo, sabía que, si cometía un error, perdería toda oportunidad de poseerla. No hacía falta tener astucia de lince para adivinar lo que la española sentía hacia él. Indiferencia. Trazó mentalmente los planes para el viernes. Tendría que ser meticuloso y esmerarse con ella; la llevaría al Happy Inn, un hotel de Ryton cuya coctelería era reconocida en todo Newcastle. Explotaría su vertiente más seductora para que no se opusiera a acompañarle a una de las suites. Una vez allí, hundiría por fin sus dedos en su hermosa cabellera pelirroja, y su lengua en su boca, que estaba seguro de que…

¡Plaf!

Alzó la vista sobresaltado. El estampido de un dossier que cayó inesperadamente al suelo le hizo volver al presente. Debía prestar atención a los caballeros allí congregados, pues de esa sesión saldría el informe que defendería en su próxima visita al Palacio de Westminster para reunirse con los demás Lores.

No podía distraerse de este modo.

Gozaba de buena reputación y del respeto de sus colegas de la Cámara por su impecable labor, y no deseaba alterar esa opinión para nada. Aún siendo un galán irresistible, Lord Alistair Ashley no era un simple pisaverde.

Con una sobresaliente inteligencia desde niño, se licenció en Derecho cum laude en la Universidad de Newcastle. Pese a la influencia que su familia podía ejercer en el Parlamento, desarrolló por méritos propios la carrera de fiscal del Estado. No obstante, al no poder aplicar plenamente sus principios morales en el ejercicio de esta profesión, decidió seguir los pasos de su padre y abrirse camino en la esfera política. Allí, en el Parlamento, coincidieron padre e hijo durante unos años hasta que Reginald Ashley se retiró y Alistair, ahora ya nombrado Lord, le sustituyó en sus funciones políticas.

Éstas incluían la revisión de los proyectos de ley, comisiones de investigación del gobierno, asambleas del consejo, reuniones preparatorias, entre otras; todo ello acompañado de las idas y venidas semanales a Londres.

Por lo general, su trabajo le aportaba gran satisfacción pero hoy se le estaba antojando desmesuradamente aburrido y burocrático. Estos días su nivel de concentración era nulo. Hacía rato que los diligentes directivos convocados en la sala habían advertido la ausencia mental de Lord Ashley, pero nadie osaba aludir a ello.

Cuando, a pesar de la limitada participación por su parte, consiguieron debatir el último punto de la agenda, para el alivio de todos los participantes, la reunión se dio por fin terminada.

El viaje de Haidi

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