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Jueves 1 de diciembre

Aunque aún debilitada por la infección, Haidi despertó mejor en contraste con el día anterior, así que decidió vestirse y acercarse a Family Aid. «Otro día lluvioso», pensó mientras desplegaba el paraguas; toda aquella humedad no le favorecía, ni mucho menos. Intentaba protegerse con las botas de agua y el chubasquero, pero aún así sentía cómo la atmósfera fría de diciembre se calaba en sus huesos sin clemencia.

«Qué desastre… con esta humedad no duraré ni dos meses más».

La mañana transcurrió con normalidad, si bien se alteraba cada vez que oía el carillón de la puerta, pues le recordaba la intrusión del diplomático dos días atrás. Si tuviera la posibilidad de contactarle, cancelaría la cita que le aguardaba con él y que tanto desasosiego le producía, pero no disponía de su teléfono ni dirección.

No obstante, a ratos sentía una punzante curiosidad por aquel político casanova, pretendido por tantas otras; era increíblemente apuesto, perfecto como un maniquí del mejor comercio de Londres.

Al terminar su jornada a la una, Haidi, que esa semana era la encargada de rellenar la nevera, se encaminó al supermercado para comprar algo especial para la cena. Cualquier pretexto era suficiente para que las cuatro inquilinas organizaran un festín y hoy una de ellas tenía una buena noticia que compartir.

***

Los espaguetis a la carbonara que había preparado Martina, la joven napolitana, estaban de rechupete; aquella chica era una cocinera sublime. Físicamente era típica italiana, con el pelo castaño, ojos marrones, mediana altura y esbelta, bastante mona. Sin embargo, no tenía la sociabilidad fácil del carácter mediterráneo y era poco habladora, aunque en su interior albergaba un buen corazón. En Ryton cooperaba temporalmente como becaria en la biblioteca pública, tarea que le iba como anillo al dedo por su disposición reservada.

La cuarta inquilina, así como la homenajeada durante la velada, era Clarissa, una morenaza argentina de muy buen cuerpo, aunque quizá no tan agraciada como las otras tres. Una juerguista nata, dicharachera y risueña, a quien ni la persistente lluvia la enclaustraba en casa; necesitaba la caricia del aire en la piel aunque éste fuera frío y húmedo.

No solían coincidir las cuatro para cenar, pero esa noche se reunieron para celebrar que esta muchacha sudamericana, profesora de vocación, pronto se uniría a una de las escuelas de secundaria de Newcastle para impartir clases de español. Sentada con las piernas estiradas debajo de la mesa y saboreando el vino blanco que le quedaba en la copa, sonrió gozosa a sus amigas.

—Gracias a las tres, chicas. Estaba todo muy sabroso, ¡sois fantásticas!

Se había puesto como el Quico, tanto con los espaguetis como con la ensalada de salmón y nueces que había preparado Haidi. Expresiva que era, se la veía radiante de alegría ante la muestra de afecto de sus compañeras.

Con la cena habían vaciado casi dos botellas de Lambrusco entre las cuatro, y el ambiente era, digamos, distendido.

Martina estaba al lado de la ventana, el brazo con el que sostenía el cigarrillo extendido hacia fuera; todas eran conscientes de las dolencias de Haidi y simpatizaban con ella, sabedoras de que en cualquier momento podría empeorar irremediablemente. Exhalando el humo hacia el exterior, se giró hacia las tres compañeras que seguían sentadas a la mesa para ofrecerse servicial.

—Yo recogeré la mesa, ¿de acuerdo?

—¡Claro que no! —dijo Aika—. Lo haré yo, que no me habéis dejado hacer nada en la cocina.

—Sí, sí, pero luego —objetó Clarissa—, aún queda vino…

A Haidi le remordía la conciencia no haber confiado a Aika la visita de Lord Ashley a Family Aid. Ni la cita del día siguiente. Estos dos últimos días, apenas se habían cruzado, la japonesa había estado ocupadísima escribiendo un artículo para el periódico donde trabajaba hasta altas horas de la noche y Haidi, por su parte, había estado en cama.

—Tendría que contaros algo…

—Por favor, no digas que estás peor —imploró Martina.

—No, no es eso, qué va.

Miró a sus amigas con una sonrisa pero, al llegar a Aika, la sonrisa se desvaneció. Ésta iba conociendo a fondo a la española y, a pesar de que no tenían mucho en común, las dos muchachas se entendían con una facilidad asombrosa. La expresión contrita de Haidi la inquietó.

—¿Qué ocurre?

—Te lo debería haber contado antes ya que tú le conoces, pero…

—¿El qué? ¿Quién? ¿Te refieres a Mark?

—No…

Ante la mirada estupefacta de sus compañeras, relató con todo detalle lo sucedido el martes en la tienda.

—¡Sabía que le gustabas! ¡Le has calado! —exclamó Aika, dándose un golpe con el puño en la mano y complacida de que por una vez Haidi pudiera hablar de algo que no estuviera relacionado con su quebrantada salud; la chica se merecía algo más, caramba. Por otro lado, no estaba segura de si aquel hombre frío y jactancioso era la mejor solución para ella…

—¿Es ese tío forrado que decíais de la fiesta? —indagó Martina, quien acababa de cerrar la ventana y estaba volviendo a la mesa.

—El mismo —y añadió sin ningún entusiasmo—: sí, es alto, guapo y rico.

—Pero ¿cuál es el inconveniente? —preguntó Clarissa—. No pareces satisfecha de tu hazaña; si no lo quieres, pásamelo a mí, que yo estoy libre… Mmmm, adoro a los hombres atractivos… —dijo, desperezándose risueña cual cachorro en su cesto.

—A mí me asustan cuando son tan perfectos —objetó Martina—. Seguro que tiene trampa. O son maltratadores o son pervertidos o vete tú a saber.

«No sabes tú bien la trampa que tiene», se dijo Haidi al pensar en su altivez y su arrolladora decisión. Suspiró profundamente antes de aclararles lo que le reconcomía.

—Veréis. En la fiesta, una de sus ex habló con Aika. —La muchacha oriental asintió—. Es un tipo… disoluto, busca lo que busca, sexo y punto. Ya sabéis como soy yo, tímida… recatada… No quiero acostarme con él, aunque sea un adonis. Me moriría de la vergüenza…

—¿Tan guapo es?

—Es una pasada, Martina… —le corroboró Aika.

—Pero ¿ése es el problema? ¿Que un tío bueno te quiere follar?

Las otras tres amigas estallaron en risas ante el desparpajo de la argentina, que miraba a Haidi alzando las cejas con extrañeza.

—No… Es que es demasiado… lanzado, parece un animal salvaje a punto de atacar... ¿Y si quiere hacerme cosas raras? ¿Y si…? ¿Y si me pasa algo estando con él? Qué bochorno… —Hizo una breve pausa para toser—. Pero no me preocupa sólo que pueda ser un vicioso…

—¿Bochorno? —la amonestó Aika—. Te lo he repetido cien veces, tú no tienes la culpa de estar enferma.

—¿Qué puede haber peor que un hombre sexualmente desenfrenado?

—Ay, Clarissa… Que hablo en serio.

—Perdona, mujer, es broma… A ver, ¿qué más problemas hay con ese tío?

—Sí, eso, ¿qué más? Me pica la curiosidad… —admitió Aika.

—Pues… es muy intimidante, domina con su presencia, tan alto, tan fuerte… Claro, yo soy tan canija que la diferencia aún se nota más. Tiene una mirada penetrante… No sé si me explico… Y sus gestos son… autoritarios. Me sentí acorralada y… he quedado con él mañana.

—Bueno, es un político ¿no? —arguyó Martina.

—¡¿Has quedado con Lord Ashley mañana?!

Alucinada, Aika se incorporó de repente en la silla, con los ojos como platos.

—Sí… y no puedo cancelarlo. No tengo su dirección ni su teléfono ni nada. —Apoyó la frente en las manos abrumada ante tal dilema. —Y no quiero ir. Estoy cagada de miedo…

—Vamos, un manipulador —explicó Clarissa.

—Puede, tiene pinta.

—¿Qué quieres decir con que te acorraló? ¿Te obligó? —preguntó Aika, incrédula.

—No, no, no, nada de eso. Es sutil, no violento... aunque no me gustaría verle enfadado… os digo que para conseguir lo que quería se bastó con esa mirada intimidatoria... No caí en la cuenta de que había aceptado hasta que estuve otra vez sola.

Aika se quedó sinceramente preocupada por su amiga. Desde fuera, discernía con claridad un hombre poderoso y envanecido, por un lado, y una joven débil e insegura, por otro. «Se la zampará de un bocado», pensó pesarosa.

Con los codos sobre la mesa Haidi entrecruzó los dedos y apoyó la barbilla en las manos, pensativa. Se achantaba ante la idea de complicar su desdichada vida todavía más. ¿Cómo se había metido en aquel lío? Si hubiera modo alguno de cancelar la cita… «¿Por qué demonios me persigue? Salta a la vista que pertenecemos a mundos opuestos…».

Sus compañeras eran todas algo mayores que ella y también más experimentadas pues, al no haberse visto constreñidas por una enfermedad, habían vivido más la vida y conocido más hombres; se habían topado con tímidos, caraduras, vagos, románticos, adictos al sexo, obsesos del trabajo, hasta con algún acosador que otro, pero ninguna de las tres había dado nunca con un tipo con un perfil así, manipulador e irresistible a la vez.

Todas estaban de acuerdo en que parecía un tanto oscuro, incluso peligroso, cuanto más tratándose de ella, tan apocada y enfermiza. Aika intentó disuadirla vehementemente. Hasta Clarissa, siempre partidaria de darle un gusto al cuerpo, lo veía dudoso. La tímida Martina, quien jamás se enredaría con un chico de tal índole, le sugirió que simplemente le diera plantón, así entendería que ella no deseaba que el flirteo prosperase.

Pero Haidi sabía que era más acertado acudir a la cita e intentar aclararlo todo de un modo amistoso; si por el contrario, no se presentaba, intuía que él volvería a por ella, insistiría de nuevo y la persuadiría como ya había hecho antes. La mirada azul marino de Alistair Ashley indicaba que no era un hombre que se diera fácilmente por vencido.

No solía ser una muchacha muy perspicaz pero en esto acertó de pleno.

El viaje de Haidi

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