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1. La idea de capitalismo en Keynes

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El conocimiento económico de Keynes, como advierte Skidelsky, le viene fundamentalmente del periodo en que estuvo preparando los exámenes para licenciarse en economía, bajo la supervisión de Alfred Marshall. Aunque dicho periodo fue breve, tuvo la profundidad necesaria para grabar en Keynes los principios, criterios y elementos de la teoría clásica, en particular y, a efectos de esta investigación, la noción de estabilidad del sistema capitalista116.

En los años posteriores a sus estudios, Keynes, como funcionario civil del Indian Office, no tuvo ocasión de contrastar, ni menos aún de pronunciarse sobre este aspecto del modelo económico. En este sentido, su informe sobre el sistema monetario de la India, titulado Indian Currency and Finance, de 1913, más que incluir modificaciones en la estructura del modelo económico capitalista, lo que hizo fue recomendar «mejora[s en] el nivel de eficacia de esas instituciones (…) [, ya que, estaba] convencido de que se obtend[ría] una ventaja general [si se] realiza[ban] reformas que eliminen las disfunciones dañinas»117 de dicho sistema.

Este desinterés por la citada característica, sin embargo, cobró relevancia para Keynes al analizar, en Las consecuencias económicas de la paz, los presupuestos del crecimiento económico europeo en los años previos a la Primera Guerra Mundial. Ciertamente, advirtió Keynes en la citada obra, que el desarrollo económico europeo, desde 1870 hasta agosto de 1914 se debió, principalmente, a un incremento sin precedentes de los factores de producción. Esta acumulación de capital, sin embargo, no se hubiera gestado, ni menos aún se hubiese mantenido, complementa el economista, si no fuera «acompañado(..) por un cierto modo de sentir de la gente, o bien por lo que Keynes llama “psicología de la sociedad”»118, esto es, una forma de concebir y funcionar de la sociedad en que «la mayor parte del aumento de los ingresos iba a parar a disposición de la clase menos dispuesta (…) a gastar»119 y, cuyo fundamento último, supone, en voz de Keynes un «doble engaño», a saber, por «un lado, las clases trabajadoras aceptaban por ignorancia o impotencia, o se obligan a aceptar, persuadidas o engañadas por la costumbre, los convencionalismos, la autoridad y el orden bien sentado de la sociedad, una situación en la que sólo podían llamar suyo una parte muy escasa del bizcocho que ellos, la Naturaleza y los capitalistas contribuían a producir. Y [por otra], se permitía a las clases capitalistas llevarse la mejor parte del bizcocho y, además, en principio, eran libres para consumirlo, con la tácita condición, establecida, de que en la práctica consumían muy poco con él. El deber de ahorrar constituyó las nueve décimas partes de la virtud, y el aumento del bizcocho fue objeto de verdadera religión. De la privación del pastel surgieron todos aquellos instintos de puritanismo que en otras edades se apartan del mundo y abandonaban las artes de la producción y las del goce. Y así creció el pastel; pero sin que se apreciará claramente con qué fin. Se exhortó al individuo no tanto a abstenerse en absoluto como a aplazar y a cultivar los placeres de la seguridad y la previsión. [En definitiva,] se ahorraba para la vejez o para los hijos; pero sólo en teoría, [ya que] la virtud del pastel consistía en que no sería consumido nunca, ni por vosotros, ni por vuestros hijos después de vosotros»120. El advenimiento de la guerra, mencionó Keynes, revelaría en toda su magnitud este doble engaño, así como el carácter voluble del mismo, permitiendo, ahora, que las «clases trabajadoras puedan no querer seguir más tiempo en tan amplia renuncia [y, que] las clases capitalistas, perdida la confianza en el porvenir, pueden tener la pretensión de gozar más plenamente de sus facilidades para consumir mientras ellas duren, y de este modo precipitar la hora de su confiscación»121. En suma, estas ideas, le permitieron a Keynes «descubr[ir, que no solo] en la precariedad de las relaciones sociales»122 se encuentra el auge del capitalismo, sino que, por el lugar en que estos vínculos ocupan en el «proceso de acumulación, dichas relaciones (…) son el principal factor de inestabilidad del capitalismo»123.

Esta visión del capitalismo, que sutilmente propuso Keynes en Las consecuencias económicas de la paz, en los años posteriores será desarrollada y perfeccionada por el citado autor, teniendo como origen y centro del análisis, los problemas que padece la economía. Sin embargo, de los innumerables textos que Keynes escribió y, siguiendo en esto a Viscarelli, son fundamentalmente tres las obras en las que el autor pone de manifiesto su noción del capitalismo y, su particular circunstancia de inestabilidad.

El primero de ellos, escrito en 1923, se tituló Breve tratado sobre la reforma monetaria. Si bien el objetivo de la citada obra fue intentar persuadir a los economistas, políticos y público en general de lo inadecuado que sería para Inglaterra volver al patrón oro124, en ella se observa una evolución en su visión del capitalismo y, más específicamente, en su carácter inestable. Para Keynes, en este texto, la inestabilidad del capitalismo no solo se encuentra en unos supuestos sociales que no tienen más asidero que la mera costumbre, sino que, ahora, dicho desequilibrio tiene como origen la «inflación, o más en general, en la inestabilidad del poder adquisitivo del dinero, una causa relevante de crisis para el mecanismo de acumulación capitalista»125. Ahora bien, como mencionó Viscarelli, Keynes «tiende a atribuir por ahora a factores exógenos [, la inestabilidad de la moneda y, por ende, del capitalismo. De ahí que se] concentr[e], por tanto, sobre la consideración de los canales a través de los cuales la inflación y la deflación manifiestan sus efectos deletéreos sobre las decisiones de ahorro e inversión y, por tanto, sobre la ocupación y el desarrollo»126.

Con El fin del laissez-faire, la segunda obra en importancia desde nuestra perspectiva, Keynes se proponía dar cuenta de un fenómeno nuevo, a saber, el debilitamiento del laissez-faire como elemento esencial del sistema capitalista. Para ello, analizó y desarrolló el contenido, la evolución, el funcionamiento y las críticas que se habían formulado al citado principio, teniendo como eje central una visión del capitalismo que poco tiene en común con los desarrollos anteriores. De hecho, en El fin del laissez-faire, el capitalismo no presentó un único sentido, sino que se analizó desde una doble perspectiva, esto es, como «un sistema eficiente para alcanzar determinados objetivos socialmente apreciables»127 y como un conjunto de valores «que en sí mismo es en muchos sentidos extremadamente cuestionable»128. En este doble contexto, sugirió Keynes, lo que hace inestable al capitalismo es el sistema de valores que lo sustenta más que su estructura y funcionamiento. Con todo, afirmó Keynes, el curso hacia la inestabilidad del sistema capitalista que supone el seguimiento irrestricto de los valores del modelo de mercado puede ser enmendado si «el capitalismo [se] dirig[e] con sensatez, [llegando] probablemente a [ser] más eficiente para alcanzar fines económicos que cualquier sistema alternativo a la vista»129. En este sentido, el rol del Estado para Keynes «no es hacer cosas que ya están haciendo los individuos, y hacerlas un poco mejor o un poco peor, sino hacer aquellas cosas que en la actualidad no se hacen en absoluto»130.

Por último, un tercer escrito, en el que Keynes se refirió a la inestabilidad del capitalismo, es la conferencia que impartió a los miembros del partido liberal inglés titulada, ¿Soy un liberal?, en 1925. Si bien el objetivo de la ponencia fue exponer una suerte de programa político para el partido liberal, lo cierto es que, en dicho texto, específicamente al analizar las cuestiones económicas, Keynes sugirió no solo un nuevo enfoque a partir del cual analizar la evolución del capitalismo, sino, más relevante aún, una nueva idea de éste. Con respecto al nuevo encuadre, Keynes hizo suya la concepción que sobre las fases del capitalismo había desarrollado el economista americano John Rogers Commons131. Luego, incluyó la idea, también presente en el citado autor, de que el tiempo presente refleja la «transición económica (…) que estamos viviendo»132. Es decir, el cambio desde una era de la abundancia a una época de estabilización. Seguidamente, definió las citadas épocas, como lo hizo el economista americano. Respecto de la primera señaló que se caracteriza por la «extrema abundancia, existe el máximo de libertad individual, el mínimo de control coercitivo a través del gobierno, y la negociación individual toma el lugar del racionamiento»133. En cuanto a la era de la estabilización, la refiere como una época en donde existe «una disminución de la libertad individual, impuesta en parte por sanciones gubernamentales, pero principalmente por sanciones económicas a través de acciones concertadas, ya sean secretas, semiabiertas, abiertas o de arbitraje, de asociaciones, corporaciones, sindicatos y otros movimientos colectivos de fabricantes, comerciantes, trabajadores, agricultores y banqueros»134.

En cuanto a la idea de capitalismo que subyace en el texto citado, estos planteamientos ponen en evidencia, según afirmó Keynes, en primer lugar, que «el supuesto de la libre competencia [,] la movilidad del capital y la mano de obra, en realidad no ocurren en la vida económica de hoy»135. Es decir, que el capitalismo no es estable debido a su incapacidad de dirigir el cambio de era que se respira. Y, en segundo lugar, la necesidad, en estas circunstancias, de que el Estado –en este caso, el Partido Liberal– dirija «la transición de la anarquía económica a un régimen que apunta deliberadamente a controlar y dirigir las fuerzas económicas en interés de la justicia y la estabilidad social»136.

En suma, como se advierte en el desarrollo de este apartado, la visión de Keynes sobre el capitalismo sufrió un vuelco, tras la Primera Guerra Mundial, que la década siguiente solo confirmará. En este contexto, Keynes afirmó que, no solo basta caracterizar el capitalismo de inestable y luego sucumbir «a un afán anacrónico de controversia»137, sino que es necesario «una nueva serie de convicciones que broten naturalmente de un sincero examen de nuestros propios sentimientos íntimos en relación con los hechos exteriores»138. En otras palabras, Keynes declaró que, «si queremos hacer algo bueno, parecer poco ortodoxos, problemáticos, peligrosos y desobedientes a los que nos engendraron[, lo que debemos hacer en] el campo económico (…) [es] encontrar nuevas políticas e instrumentos para adaptar y controlar el funcionamiento de las fuerzas económicas, de modo que no interfieran intolerablemente con las ideas contemporáneas en cuanto a lo que es apropiado y oportuno a los intereses de la estabilidad y la justicia social»139.

La estabilidad económica en la Constitución Española

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