Читать книгу La nada oscura - Meg Gardiner - Страница 14
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Los oficiales de la unidad K-9 hicieron retroceder a las perras. Bruscamente, el detective Berg dijo a un policía uniformado que estableciera un perímetro que controlase el acceso a aquella ladera de la colina. El sol había caído entre las ramas de los árboles hacia el oeste, y las sombras volvían gris el paisaje. De pie por el momento, para no contaminar la escena y pisar posibles pruebas, Caitlin y su equipo supervisaban la escena desde el borde del arroyo.
—Tuvo mucho cuidado a la hora de colocarla —dijo Rainey. Su voz era serena, pero, cuando se quitó un poco de polvo de la cara, tenía la mano apretada formando un puño—. No la tiró sin más.
Los brazos de Emmerich colgaban a sus costados.
—Colocar un cuerpo como si estuviera descansando normalmente significa deshacer. Pero no creo que sea eso lo que estamos viendo aquí.
«Deshacer» significa intentar invertir simbólicamente un crimen. Un asesino puede tapar la cara de la víctima. Lavar el cuerpo. Envolver a la víctima con una manta. A menudo indica remordimientos.
—No, esto no es remordimiento —dijo Caitlin.
—Es una exhibición. Una exhibición cariñosa —aclaró Emmerich.
Berg cogió un par de guantes de látex, bajó a la orilla del arroyo y se arrodilló al lado de Shana Kerber para examinar su cuerpo. Le levantó la mano derecha del pecho.
—El rigor mortis ya ha pasado. —Le volvió a colocar la mano en el mismo sitio, con suavidad—. Lleva muerta más de veinticuatro horas. Yo diría que al menos dos días. Quizá más, si ha estado todo este tiempo aquí fuera, con este frío.
Caitlin se sentía desanimada. Shana había muerto antes incluso de que el FBI llegara a Texas.
Emmerich se unió a Berg junto al cuerpo.
—Esa herida del cuello le seccionó la carótida y la faringe. Quedó inconsciente en cuestión de segundos.
El agua susurraba a lo largo del arroyo. Berg echó hacia atrás con mucho cuidado el pelo de la mujer, apelmazado por la sangre. Dijo:
—No soy patólogo forense, pero a mí me parece que también tiene una fractura deprimida en el cráneo.
Rainey examinó la orilla del arroyo. Su mirada se agudizó.
—Emmerich. Detective.
A dos metros corriente arriba del cuerpo de la víctima se veía una foto colocada en vertical metida en la blanda tierra de la orilla.
Era una polaroid. Rainey y Caitlin bajaron de la colina para verla mejor.
Era una foto de la víctima, un primer plano de su cara muerta. La habían hecho mientras estaba echada en la orilla. La foto estaba colocada en línea con el cuerpo, como si fuera la estampa de un santo truculento, que la estuviera protegiendo.
Por encima de ellos sonó un ruido por la ladera de la colina. Un oficial gritó, lejos:
—¡Alto!
Un hombre joven bajaba corriendo la colina. Tenía los ojos desorbitados y la boca abierta.
—¡Shana!
Berg se puso de pie de golpe.
—Brandon, no...
Corrió hacia el joven con los brazos abiertos, como si quisiera acorralar a un caballo.
Brandon Kerber se lanzó hacia delante.
—¡Shana...!
Emmerich corrió detrás de Berg hacia el joven. Emmerich era engañosamente delgado: tenía las hechuras de un luchador, con músculos tensos como alambres. Juntos, Berg y él consiguieron detener a Brandon.
El joven se debatía. Vio la orilla del arroyo y se puso rígido.
—No. No, no.
Berg lo apartó del cuerpo de Shana.
—Lo siento, chico.
Hizo señas a Brandon de que volviera a subir por la colina, empujándolo hacia la pantalla de árboles, donde el cadáver de su esposa no sería visible. Caitlin apretó la mandíbula.
Berg puso una mano en el hombro de Brandon y habló en tono bajo:
—¿Cómo has sabido dónde encontrarnos?
—Brittany Leakins me ha llamado. No podía creer que fuera cierto.
Sus hombros se agitaban, le costaba respirar. La garganta de Caitlin se tensó.
Emmerich, de pie a un palmo del joven, le observaba sin expresión. Pero Caitlin sabía que Emmerich estaba cerrando los postigos emocionales ante el dolor de Brandon. Su falta de sentimientos no era exactamente una máscara, pero sí era protectora y marcaba distancias para poder seguir haciendo su trabajo con la mirada despejada. Una habilidad que ella estaba empezando a intentar dominar.
Brandon negó con la cabeza.
—No es ella.
Berg apretó con una mano el pecho del joven.
—Chico, lo siento, es ella. La he reconocido.
—¡No! —Brandon intentó hacer una finta y esquivar a Berg.
Emmerich lo bloqueó.
—Bajo una tensión extrema, nuestra percepción puede hacer cosas raras. Nuestra mente nos protege de lo que estamos viendo. Señor Kerber. Señor. Lo siento.
El rostro y el cuello de Brandon se habían puesto de un rojo escarlata.
—Esa no es mi mujer. Veo esa cosa de ahí. Y lleva un camisón blanco.
Berg levantó una mano intentando apaciguarlo.
—Brandon...
—Ella lleva pijamas de franela rosa —dijo Brandon—. Ni siquiera tiene un camisón blanco. —Señaló hacia el cuerpo—. No es ella.