Читать книгу La nada oscura - Meg Gardiner - Страница 15

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Durante un momento desesperado y suplicante, Brandon Kerber señaló el cuerpo.

—Esa no es Shana.

—¿Está seguro? —preguntó Berg.

—Al mil por ciento.

Berg se volvió hacia el arroyo, consternado. Caitlin se agachó para ver mejor el cuerpo.

No estaba habituada a la muerte violenta. Como la mayoría de los estadounidenses, había llegado a la edad adulta sin haber visto jamás un cadáver. Pero en su primera semana como ayudante del sheriff de Alameda presenció un accidente de tráfico, se dispuso a ayudar al conductor herido y lo encontró incrustado en el parabrisas.

«Este es el aspecto que tiene la muerte», le susurró entonces una voz fantasmal. Ella llamó a la ambulancia, encendió unas bengalas, trabajó en la escena, se fue a casa y lloró bajo la ducha. Después aprendió a separarse de los muertos. Así que no volvió a llorar.

Pero no estaba endurecida. Mirando el cadáver de una persona joven siempre sentía una puñalada en el corazón. Y en ese trabajo el dolor no quedaba latente..., iba en aumento. Intentó soslayar ese dolor creciente y analizar la escena con la mirada despejada.

En la orilla del arroyo, la cara de la mujer muerta estaba apuntando hacia el cielo. Tenía los ojos cerrados. Los labios azules. Pero su pelo rubio, sus rasgos, su cuerpo y el hecho de que los perros hubieran seguido el olor de Shana directamente hacia aquel arroyo le dijo a Caitlin que Brandon estaba equivocado.

El hombre había dejado de intentar pasar a la fuerza junto a Berg y Emmerich. Esperaba que estuvieran de acuerdo con él. Mantenía la mirada fija en la orilla del arroyo. En el camisón. Empezó a parpadear. Quizá al ver el anillo de boda que llevaba la mujer o las uñas de sus pies pintadas de azul medianoche.

Su voz se elevó una octava.

—No. No parece ella. Y... no lleva su tatuaje. —Se tocó el pecho.

Emmerich volvió al cuerpo. Se inclinó y echó atrás delicadamente el tirante del camisón.

La piel era gris. Las sombras eran grises. La sucia cinta adhesiva de diez centímetros de ancho aplicada a su pecho era gris. Expuesta a los elementos y a los animales salvajes, se había deslizado. El tatuaje era visible. La tinta era negra. Por encima del corazón, la mujer llevaba escrito con letras celtas BRANDON.

El triunfo momentáneo de Brandon, la esperanza a la que se aferraba con uñas y dientes, murió entonces. Aullando, echó la cabeza atrás y cayó de rodillas.

Berg y un policía consiguieron ponerlo de pie y llevárselo colina arriba. Emmerich permaneció al lado de Shana.

Rainey dijo:

—¿La piel no está enrojecida donde le aplicaron la cinta?

Emmerich negó con la cabeza.

—Aplicación post mortem.

Su rostro era serio. Consideraba las implicaciones del hecho.

—Es suya, de él. El sospechoso desconocido quería dejarlo absolutamente claro. Él...

Se detuvo. Tocó la tela del camisón.

—Esperen...

Caitlin y Rainey se acercaron para echar un vistazo más de cerca.

Solo le costó unos segundos, ahora que Caitlin estaba centrada en ello. El camisón era muy fino y transparente, y envolvía a Shana desde los hombros hasta medio muslo. Era de un color blanco crema, y la tela era microfibra. «Mierda».

Se puso de pie.

—Es distinta de la tela que llevó el perro de Brittany Leakins a casa.

—Dos camisones —dijo Emmerich.

—Pero los perros nos han traído directamente hasta aquí.

Emmerich se quedó sumido en sus pensamientos, y luego se volvió de repente.

—El artículo que usaron los oficiales de la K-9 para el olor. Nos equivocamos.

—¿No han usado el trozo de tela desgarrado que el retriever llevó a la casa?

—Eso fue directo al laboratorio de criminalística. Es una prueba. Fueron lo bastante listos para no contaminarla más.

—Llegamos a casa de los Leakins después de que dieran a los sabuesos un artículo para el olor.

Emmerich gritó, colina arriba:

—¡Berg!

El detective no le oía. Emmerich le llamó por teléfono.

Un minuto después, con el móvil pegado al oído, vio a Caitlin y Rainey.

—Buscaban a Shana Kerber, así que usaron una sudadera que le pertenecía. La trajeron de su casa, esta tarde.

Caitlin dijo:

—Pero si el primer trozo de tela era de una prenda de ropa distinta...

Al teléfono, Emmerich dijo:

—Que la unidad K-9 vuelva a casa de los Leakins. —Su voz sonaba urgente—. Hay otra mujer por ahí.

La nada oscura

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