Читать книгу La nada oscura - Meg Gardiner - Страница 19

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La gente de los informativos de televisión se apretujaba en la acera, frente a la comisaría de policía. Venían desde Austin y San Antonio, junto con reporteros de la prensa escrita y fotógrafos, un corresponsal de la Associated Press, blogueros locales y dos docenas de ciudadanos de Solace. Muy serio y concentrado, el jefe Morales habló ante un ramillete de micrófonos. Confirmó las muertes de Shana Kerber y Phoebe Canova, y puso énfasis en que el departamento buscaba con urgencia al sospechoso, probablemente un hombre blanco de treinta y tantos años. Detrás de él, Caitlin estaba de pie junto a los agentes reunidos y el equipo del FBI.

Morales acabó su discurso.

—Voy a pasarle el micrófono a la agente especial Brianne Rainey del FBI, que tiene más información.

Entonces se acercó Rainey. Llevaba una chaqueta negra muy elegante, y las trenzas recogidas hacia atrás en un moño. Tenía un aspecto eficiente y serio.

—Creemos que el hombre que ha cometido estos crímenes vive a lo largo del corredor de la I-35, entre Austin y San Antonio. Forma parte de la comunidad. La gente le conoce. Trabajan con él. —Observó a los medios reunidos—. Habrá señales de que está cometiendo estos crímenes. Quizá salga inesperadamente los sábados por la noche. Quizá se vaya y vuelva sin dar explicaciones, o con una explicación poco creíble. Si reconocen a algún hombre que encaja en esta descripción, por favor, contacten con el Departamento de Policía.

Miró a los ojos a todos y cada uno de los periodistas, y luego miró a cámara.

—El criminal busca a sus víctimas con anticipación. Vigila a las mujeres en casa y en el trabajo, y luego elige el momento adecuado para atacar. Si han visto a alguien en su barrio o en la calle que parezca fuera de lugar, alguien que vigile una casa o un negocio, alguien que no sea de por allí..., por favor, contacten con la policía.

Los periodistas iban escribiendo. La gente de la tele levantó los micrófonos.

—Si le parece que es a usted a quien vigilan, o si se le ha acercado un hombre buscando ayuda o pidiéndole que le acompañe a alguna parte, llame a la comisaría de policía. Su vigilancia puede ayudar a coger a ese criminal.

Morales le tendió a Rainey varias fotos de veinte por veinticinco. Eran fotocopias de las polaroids encontradas en torno al cuerpo de Phoebe Canova en el bosque. Rainey las sujetó en alto.

—Solicitamos su ayuda también para identificar a estas tres mujeres.

Un agente pasó copias. Tras él, Caitlin y Emmerich estaban de pie en silencio, puro atrezo para la prensa.

—¿Alguna pregunta? —dijo Morales.

Caitlin, sin mover los labios, susurró:

—Allá vamos.

La morena de la televisión de Austin preguntó:

—El asesino del sábado por la noche. ¿Secuestra a mujeres y las viste con camisones blancos?

—Sí —contestó Morales.

«El asesino del sábado por la noche». Caitlin puso cara de póquer. La UAC nunca ponía sobrenombre a ningún sospechoso. Evitaban convertir a los asesinos en serie en mitos. Temía que con aquellas fotos a los tabloides se les pusiera dura y siguieran buscando nombres más expresivos para el asesino. Le vino a la mente «el asesino del camisón blanco».

—¿Instaurarán un toque de queda los sábados?

—¿Van a cerrar los colegios?

—¿Por qué han tardado tanto en traer al FBI?

Caitlin seguía allí de pie, escondida detrás de sus gafas de sol. Ella y Emmerich examinaron a la multitud, memorizando sus rostros, analizando su lenguaje corporal. Algunos criminales aparecían en la investigación de sus propios crímenes, aun sabiendo que los policías los buscaban. La cámara de la cadena de televisión captaba a todo el que estaba allí.

Morales dijo:

—Eso es todo. Muchas gracias.

Se dirigió a la comisaría mientras los periodistas le gritaban preguntas a su espalda. Rainey le siguió.

Al pasar, Caitlin dijo:

—Esperemos que esto funcione.

Rainey abrió la puerta.

—La esperanza, para la iglesia los domingos. Saquemos a esa serpiente de su madriguera.

La nada oscura

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