Читать книгу La nada oscura - Meg Gardiner - Страница 17
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Las hirientes luces fluorescentes zumbaban cuando Caitlin y Emmerich volvieron a la comisaría de Solace. Rainey se había quedado en la escena del crimen con el detective Berg. La comisaría, fuera de horas de trabajo, estaba casi vacía. Emmerich clavó nuevas fotos de la escena del crimen en los tableros.
Se aflojó la corbata.
—Vamos a elaborar el perfil.
Las fotos eran claras, precisas y terribles. El cuerpo marchito de Phoebe Canova, zarandeado por el jabalí, yacía tendido en el suelo. Bajo el flash de la cámara, el camisón corto tenía un blanco llamativo, sobrenatural. El camisón, la piel y el pelo de Phoebe estaban salpicados de tierra y sangre. Pero bajo la suciedad se veía que el pelo mal teñido de rubio de Phoebe había sido lavado y cepillado. Y le habían aplicado maquillaje a la piel ahora de un verde grisáceo. El pintalabios era rojo rubí.
El sospechoso desconocido (un depredador calculador y sin remordimientos) había hecho aquello. Y luego había dejado a Phoebe en el bosque para que la destrozaran los animales.
La visión del jabalí había invadido el recuerdo de Caitlin. Vio de nuevo sus ojos diminutos, relucientes, sus colmillos que desgarraban el cuerpo de Phoebe. ¿No había una historia de la Biblia en la cual Jesús convertía a unos demonios en una piara de cerdos?
Un dolor que le penetraba hasta los huesos la embargaba. Allí estaba actuando un asesino en serie devastador. ¿Qué tipo de hombre podía hacer aquello?
—Hendrix.
Miró a Emmerich.
—Sí, señor.
—No se corte.
Por un momento, ella pensó que se refería a algún cuchillo.
—Estas escenas del crimen nos dan muchísima información. Tenemos que extraerla toda —explicó él.
—La estoy asimilando.
Emmerich se quedó en silencio hasta que ella le concedió toda su atención.
—Está al otro lado de la habitación, lejos de donde están las pruebas.
Caitlin luchaba constantemente por mantener una distancia emocional respecto a los casos en los que trabajaba. Y Emmerich sabía muy bien por qué. Su padre, Mack, era detective de Homicidios... El investigador original de los asesinatos en serie cometidos por el Profeta. El caso se había ido infiltrando en sus horas libres, su vida familiar y su mente atormentada. Lo destrozó y destrozó a su familia.
Cuando era adolescente, aquello condujo a Caitlin a la desesperación y empezó a hacerse heridas a sí misma.
En la cartera llevaba un recorte de papel en el cual había escrito los objetivos que tenía antes de ponerse la estrella de sheriff. «Dedicación. Persistencia. El trabajo se queda en comisaría».
Y trabajaba, todos los días, para grabarse aquellas palabras en el corazón. Porque cuando las ignoraba pasaba de una persecución implacable a la obsesión peligrosa.
Asintió, rígida y quieta.
—La única manera de encontrar la línea es acercarse —dijo Emmerich—. Y tenemos que sumergirnos bien hondo, aquí.
Para encontrar la pista del sospechoso, ella tenía que introducirse dentro de su mente y comprender sus métodos. ¿Cómo seleccionaba y cazaba a aquellas mujeres? ¿Qué era lo que le impulsaba a matar?
Emmerich quería que ella se abriera. Que dejase entrar al sospechoso.
Ella casi suelta una risa histérica. Cuando se abría, ella lo sabía muy bien, sangraba.
La expresión de él era tranquila y paciente, pero cargada de expectativas.
Ella sabía muy poco de la vida personal de Emmerich. Estaba divorciado, tenía dos hijas adolescentes, cuyas fotos guardaba en su oficina. Disfrutaba de la pesca con mosca. Era un eagle scout, el rango más alto de los Boy Scouts. Cuando tenía veinte años hizo a pie toda la senda de los Apalaches. Llevaba dieciocho años trabajando para el FBI, sumergiéndose en los casos más desagradables y violentos del país.
Tenía la espalda recta y los hombros bien nivelados. La luz arrojaba su sombra en múltiples partes en el suelo. Caitlin a veces se preguntaba si Emmerich era el hombre que su padre podía haber llegado a ser. Investigar los crímenes del Profeta había envenenado a Mack Hendrix, literal y emocionalmente, y había roto su familia. Si no hubiera...
—Estas escenas del crimen revelan la firma del asesino, e indican cuál es su parafilia —dijo Emmerich—. Empezaremos con eso y trabajaremos hacia fuera, para conectarlo con su identidad.
Sus manos, como de costumbre, colgaban a sus costados, como si fuera un pistolero dispuesto para sacar el arma. Su rostro serio tenía un trasfondo de compasión. Su empatía era genuina, y a ella le aportaba calidez. Sabía que él esperaba que pusiese en juego también su propia empatía, para llegar a comprender y compartir los sentimientos del sospechoso.
Se acercó al tablero.
—Quiere decir que tenemos que buscar una homología.
En biología, «homología» significaba que distintas criaturas tienen estructuras similares a causa de unos antepasados compartidos. En arqueología se refiere a las creencias o prácticas que comparten similitudes debido a conexiones históricas o ancestrales.
En la elaboración de los perfiles criminales, es ese punto elusivo en el que se reúnen personaje y acción.
Con ese criminal, el carácter y la acción habían llegado a unirse al menos doce veces. Y los resultados estaban exhibidos en el bosque de cedros. Caitlin miró las fotos de las escenas del crimen de Shana Kerber y de Phoebe Canova, en blanco y negro, rodeadas de polaroids.
—La parafilia difícilmente cubre todo esto —dijo—. Está intentando perfeccionar una fantasía horrible.
Fue andando lentamente en torno al tablero, asimilando todo el flujo de información. Las fotos de las mujeres que faltaban. El mapa de Texas con la I-35 subrayada en rojo. Los lugares de los secuestros.
—Las escenas en el bosque son el clímax del psicodrama sexual del asesino. —«La guinda en el pastel del sospechoso»—. Antes de ver siquiera a una posible víctima, ya tiene todo el guion completamente elaborado.
—Es meticuloso —dijo Emmerich—. Y confiado.
—Mantiene el control en todos sus crímenes —«Cine. Main Street. Granja»—. No hay señales de lucha en ninguno de los lugares de los secuestros. Consigue que las víctimas bajen la guardia o se vayan con él de buen grado.
El asesino estaba empezando a tomar forma en su mente.
—Tiene una fachada de sinceridad muy estudiada y la habilidad de manipular a las mujeres. —Tocó una foto del coche de Phoebe Canova en el paso a nivel del ferrocarril—. La ventanilla abierta en el asiento del conductor sugiere que usa un engaño para conseguir la confianza de las víctimas, luego las aturde y se las lleva, a plena vista.
Emmerich se cruzó de brazos.
—De acuerdo. ¿Qué hace cuando no está cometiendo crímenes?
—No se mete en líos. Se le da bien evitar que lo cojan. —Pensó un segundo—. Seguro que no tiene expediente criminal.
—Por desgracia para nosotros.
—El hecho de que las muertes ocurran los fines de semana indica que tiene un trabajo habitual, adonde va cada día. —Le dio vueltas a la idea en la cabeza. «El coche vacío. El cine. Una casa alejada»—. Es persuasivo y gregario. El trabajo que hace puede que tenga relación con las ventas.
—Sabe compartimentar.
—Sí. Lleva una vida aparentemente normal. Seguro que tiene esposa o novia.
Sonó un zumbido en el vestíbulo y se abrió la puerta trasera de la comisaría. Entró Rainey.
Emmerich dijo:
—¿Situación?
—Ha llegado la unidad forense. Estarán trabajando en esas escenas al menos veinticuatro horas. —Se fijó en las nuevas fotos de las escenas del crimen—. Es su firma, está claro. Elaborada y específica.
Caitlin dijo:
—Una escena montada por un hombre que parece normal y corriente. Alguien que mantiene en una jaula mental al monstruo.
—Y, cuando lo suelta, mata —añadió Emmerich—. Con saña. Es un narcisista típico. Su rabia y su sensación de que tiene derecho a las cosas le llevan a destruir la felicidad de otros.
Caitlin se metió las manos en los bolsillos de atrás.
—Seguramente tiene recuerdos de rechazo muy agudos que le espolean. Que le convencen de que sus actos están justificados. Las mujeres le hicieron daño, de modo que hace daño a las mujeres.
Rainey sacudió la cabeza.
—¿Sugieres que es un violador revanchista, motivado por el deseo de humillar a la víctima? Pero estos crímenes van mucho más allá de la venganza. —Su fría fachada titubeó un poco, durante un segundo, y apareció momentáneamente el asco—. Es un violador y asesino impulsado por la ira.
Caitlin pensó un momento.
—Un sádico sexual. Afirmar su poder y causar terror es lo que le excita.
Emmerich se puso a andar.
—Los violadores impulsados por la ira acechan a las víctimas en coche, y siempre se alejan de sus propios barrios. Su vehículo tendrá seguramente unas herramientas para secuestrar. Cinta adhesiva, bridas de plástico, un cúter, una máscara de esquí o unas medias...
Caitlin examinó las fotos de las escenas del crimen. Las muñecas abiertas. Cosméticos exagerados, casi de máscaras de kabuki. Camisones inmaculados.
—Todas sus víctimas sangraron copiosamente, pero la mitad de los camisones no tienen ni una mancha de sangre. Los cosméticos están aplicados con generosidad. Las viste y las maquilla después de muertas. —Se volvió—. Las reduce a objetos de su fantasía retorcida. Nada más que muñecas para poseerlas, controlarlas y al final destruirlas.
Rainey se acercó más al tablero y examinó las fotos polaroid.
—Supongo que toma muchas fotos y se guarda algunas como trofeos. Estas que estaban en la escena son como tarjetas de visita. Al plantar las fotos, está afirmando que es el creador de esos objetos. Declara su propiedad, como autor de la fantasía.
Caitlin frunció el ceño ante las fotos.
—¿Qué pasa?
—Las heridas en las muñecas de Phoebe me molestan.
—Nos molestan a todos...
—El asesino prepara a esas mujeres como si fuera un sacrificio. Es una ideación suicida, forzada en las no dispuestas. —Hizo una pausa—. Phoebe Canova llevaba desaparecida casi tres semanas.
Emmerich siguió andando.
—Pero el forense estima que lleva dos semanas muerta.
—La ha mantenido viva. Tortura a sus víctimas tanto física como mentalmente.
—¿Qué reacción busca en ellas?
—El terror. La rendición. La desesperación. La sumisión. —Caitlin meneó la cabeza—. Destruirlas emocionalmente y quitarles el alma, así como el cuerpo.
—¿Y por qué ataca los sábados por la noche?
—¿Está ocupado durante el resto de la semana? —dijo Caitlin.
—Quizá. —Emmerich se cruzó de brazos—. La cosa empezó en agosto. ¿Qué fue lo que la desencadenó?
Rainey negó con la cabeza.
—No hay forma de saberlo todavía.
—¿Y por qué está acelerando el ritmo de las muertes?
Rainey se quedó pensativa. Caitlin irrumpió en el silencio.
—Porque le ha cogido el gusto.
Emmerich levantó una ceja.
—A juzgar por las polaroids que plantó en torno al cuerpo de Phoebe Canova, hace tiempo que le ha cogido el gusto.
Rainey dijo:
—Ya entiendo lo que quiere decir Caitlin. Se ha envalentonado.
—Está teniendo éxito en el secuestro y el asesinato de esas mujeres sin que lo cojan —añadió Caitlin—. Y el éxito engendra confianza.
Emmerich asintió.
—Tiene una compulsión. Y, en cuanto ha cedido a ella, no puede parar. Matar se ha convertido en algo más que una necesidad o un placer. Se ha convertido en una costumbre.
—Y con cada asesinato se aficiona más. Está más seguro de sí mismo. Y más convencido de ser... invisible.
Emmerich, ya serio, pareció retraerse en su interior.
—Encontrar los cuerpos esta noche le desmonta todo su juego.
—No —repuso Caitlin.
Se sonrojó, dándose cuenta de que estaba llevándole la contraria al jefe. Pero Emmerich simplemente la miró con curiosidad, y quizá con un punto de diversión, y dijo:
—Encontrar los cuerpos estropea el juego de muñecas del asesino con esas víctimas. Pero no le hará retirarse. Todavía no. Dado su ego, todavía piensa que, en lo que respecta a coger víctimas, es invulnerable.
—¿No cree que se vaya a retirar?
—Descubrir los cuerpos por sí solo no lo parará. Y el sábado por la noche llegará muy rápido. Debemos presumir que solo tenemos unos días para detenerlo.
Emmerich lo consideró.
—Escríbalo para su presentación.
—Sí, señor. —Ella esperó un momento—. Su narcisismo le convence de que es superior al resto del mundo. Si le decimos que estamos siguiéndole el rastro, podemos pinchar esa sensación de invencibilidad. Quizá eso sí que le asuste y retroceda.
Emmerich asintió.
—Y podremos encontrar algunas pistas. Es hora de tomar la iniciativa.