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[27 de abril]

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Ya estoy en Bruselas y como el viaje fue rápido, con una pequeña demora en Colonia, no tuve tiempo de tomar mis notas. Todavía, antes de salir de Berlín, vi cosas dignas de apuntarse, como el jardín zoológico que tiene unos tres mil ejemplares de animales raros, desde el oso blanco de los polos hasta el león africano. El acuario parece un cuento de hadas. Qué variedad de peces, que viven en vitrinas iluminadas, qué elegancia y qué lujo en esa instalación. En el centro del edificio se encuentra uno como caño o laguna artificial que tiene vegetación tropical y está calentado el ambiente a una temperatura como la del Magdalena. Allí viven a su gusto toda clase de caimanes y cocodrilos. Y en fin, cuanto Dios hizo en materia de lagartos y culebras.

Salí de Berlín a las 8:24, y a las cuatro distinguí a lo lejos la enormísima catedral de Colonia, después de haber recorrido una gran parte del hermoso río Weser. Allá se divisa el Rin, tranquilo y torcido en elegantes curvas. Se pasa por un fuerte gigante y se llega a la estación que está al pie de la gran catedral. Bajamos y allí son los trabajos. Veo un individuo con una gorra que dice: “Dom Hotel”; le hago señas, carga con las maletas, busca un auto y nos lleva, para descargarnos a una cuadra, al otro costado de la catedral. En la puerta, un criado de frac, hace una cortesía hasta el suelo. Entramos en un vestíbulo como una iglesia, lleno de tapices y de cuadros. El portero parece un mariscal y solo conozco que es portero porque en la gorra tiene la palabra. Veo que nos metimos en la grande y que además de lo caro que será el tal hotel, el diablo que sepa vivir allí. Pero como tenemos intenciones de partir al día siguiente, me resuelvo a que nos desplumen. En efecto: el cuarto vale veinte marcos (U$5) por noche, sin alimentación. En el ascensor nos hacen mil cortesías. El cuarto es a todo taladro, como decimos en Antioquia. Aquí se tiene un respeto por los profesores, extraordinario, y como escribí esa palabra en la tarjeta para la policía, ya todo se volvió hacerme cortesías todo mundo y decirme “Herr profesor”.

Memorias de viaje (1929)

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