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[1º de mayo]

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Mientras resolvemos si es el caso de hacerse operar aquí, O. Manuel y yo hemos estado matando el tiempo como buenamente podemos. Él se cansa y la pasa casi siempre en el cuarto. Yo vago constantemente por la ciudad. Hoy fuimos a consultar a un oculista muy recomendado y nos declaró que la catarata no está aún de operar. Por tanto, estamos confusos y sin saber a qué […] quedarnos. O. Manuel quiere hacerse ver en todas partes y al primero que diga sí echársele a que lo opere.

Decir que se conoce una ciudad de estas en cinco días es una petulancia imperdonable, pero yo sí puedo decir, si no que la conozco, por lo menos que he visto todo lo más notable que tiene: sus monumentos más interesantes, sus almacenes más lujosos, sus palacios, sus templos, sus parques, sin contar con que en mis horas de largo vagar sin rumbo, me he metido por todas las viejas callejuelas de la parte antigua, por donde difícilmente pueden encontrarse dos transeúntes y pasar el uno al lado del otro sin tornar un poco el cuerpo. No quiero describir, repito. Solo dos nombres y alguna idea al vuelo.

La parte antigua de la ciudad es casi redonda y está circundada por una ancha avenida que tiene a trozos diversos nombres: Waterloo, Bellas artes, Regente, Mediodía, Jardín botánico, etc. Está en una llanura que se recuesta a una pequeña eminencia, donde se hallan el palacio real, el de justicia, la bella catedral de Santa Gudula y S. Miguel y otros grandes edificios. Hacia el oriente, detrás de la citada eminencia, ya el terreno es muy quebrado y la continuación de la ciudad está llena de colinas y hondonadas. Por los otros lados es la llanura extensa. La parte bien poblada de la ciudad puede tener dos leguas tanto de largo como de ancho. Como sucede siempre, la parte bonita de esta capital es la de afuera. La del centro, más comercial, pero de calles irregulares y estrechas.

Entre las cosas que llaman la atención está la catedral ya citada, admirable si no hubiera visto ya la de Colonia; el palacio real, nuevo todavía y de lindo exterior; la llamada “grande plaza”, pequeña, pero importante por sus edificios: allí está la casa del rey, antiguo palacio real, construido por Carlos V durante la dominación española; el ayuntamiento, con una soberbia torre central en su majestuosa fachada; otra casa construida por Felipe II y otros edificios viejísimos, levantados por archiduques, condestables, etc. y que ostentan en lo alto feroces guerreros a caballo con férreas armaduras y altos plumajes que quieren dar idea de la grandeza de individuos que ya ni la historia los conoce. Digno de admiración es el monumento levantado con motivo del cincuentenario de la independencia belga. Es una puerta monumental de dos ojos que tiene encima una cuadriga que imita la de Brandeburgo en Berlín; al frente y atrás hay hermosos jardines y a los lados los extensos pabellones del museo de armas, todo lleno de uniformes, cascos, fusiles, cañones, granadas, aeroplanos destrozados, retratos de héroes, banderas propias y enemigas y todo cuanto puede dar de sí el orgullo bélico de una nación digna, como esta, de tenerlo.

Pero el monumento notable sobre todos en esta Bruselas, es el de “Manneken Pis”. Es una historia muy charra: en 1647, un burgomaestre (alcalde) de la villa, tenía un niñito a quien adoraba. Cierto día el niño se perdió, y naturalmente el alcalde puso todo en movimiento para hallar a su Manneken (así se llamaba el chico). Al cabo del tiempo (nadie sabe cuánto) dieron con él cerca de una fuentecita, en el momento en que estaba pissand (que lo traduzca quien lea esto).

La alegría del cacique ese fue tal, que le hizo levantar una estatuita en el mismo punto y en la misma actitud irreverente en que lo hallaron. Es, nos dice el guía, el primer ciudadano de Bruselas. La estatua arroja un chorrito de agua de manera que la historia quede clara; y no hay vitrina en toda la ciudad donde no se exhiba en postales, en bronce, en cobre, grabado en cucharas, navajas, vasos, etc. al muchachito mostrando satisfecho su indecencia. En las postales lo ponen vestido de general, de rey, de policía, de mujer, etc. Yo, claro está, me lo procuré en todas las formas que pude. No sé donde leí, estando niño, esta historieta que creí fantástica y solamente invención para reír. Cuál no sería mi agrado al cotejarla aquí, en el lugar del acontecimiento.

Memorias de viaje (1929)

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