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La niña Mó

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A la niña Mó le gustaba conversar con los árboles, nombrándolos uno a uno, mientras que él la seguía ensimismado. Vagaban de un lado a otro improvisando e inventando, mil maneras de pasarlo bien, debido a que las ruinas y la selva eran lugares que ofrecían multitud de posibilidades para el juego y el esparcimiento. Encontraron confidencialidad y refugio, y el mundo expandió sus fronteras, al conformar los cuatro, una sola familia en la casita del altozano. Fue un tiempo delicioso, retraídos en principio, hasta conseguir atreverse y entregarse, con una humildad y franqueza sin reservas.

Con ello llegó el atrevimiento, la exploración, los primeros escarceos y esas furtivas miradas, repletas de sensuales complicidades. Pero afuera, y sobre todo cuando las sombras ganaban terreno, comenzaron a producirse señales casi imperceptibles de que algo se agitaba. Una situación casi imposible de evidenciar para dos enamorados, que no se percataban del alcance que iba tomando la situación. Hasta que cierto día, entrado ya el otoño la cosa fue a más. Pues sucedió que mientras retozaban felices sobre la hierba, la niña Mó dio un brinco, sobresaltada. Mostrando un rostro transfigurado por el susto y el espanto. Desde lo recóndito del bosque, percibieron una figura negra, una bestia que los acechaba de manera amenazante. A su alrededor, se creaba un entorno confuso y diluido, perfilándose en el horizonte tan solo la figura del monstruo cancerbero. Rápidamente y sin pensarlo dos veces, montaron sobre Dulzura huyendo apresuradamente e irrumpiendo nerviosamente en el altozano.

Fue bajo el ciclo de la luna de Sangre[17] , a mediados de otoño. A partir de esa fatídica fecha se les prohibió bajar al bosque, sin dar más explicaciones de cuanto sucedía. El abuelo y Latia comenzaron los preparativos para marchar lejos del lugar que tanto bienestar les había ofrecido. Sin dar tiempo a nada, llegó una niebla que se instauró de manera permanente sobre Hersia, impidiendo ni tan siquiera, poder asomarse al bosque. Al atardecer, observaban confusos y sorprendidos, emerger la bruma desde lo profundo del bosque, rodeando la casa. Quedándose aislados como en una isla, en medio de un océano de niebla.

Latia anunció que la partida sería inmediata y que apenas disponían de tiempo, ni demora alguna, pues el invierno se acercaba y la oscuridad se establecería definitivamente sobre Hersia. En un principio nuestros jóvenes se regocijaron, ante la posibilidad de viajar lejos del altozano, abrazándonos jubilosamente ante tan sugerente noticia. Pero luego tomaron conciencia de cuanto significaba el éxodo y la partida, abatiéndoles cierta incertidumbre y tristeza. Madre Latia y el abuelo bajaron hasta la entrada del bosque a la mañana siguiente. Se engalanaron a conciencia y antes de que se levantase el velo de la niebla, se introdujeron entre las ruinas. Trazaron señales y simbólicos esbozos bajo los muros de Vania, intentando contener el avance de la bruma. Mientras nuestros jóvenes, se limitaban a observar tras los cristales. Viendo descender a la pareja con ansias y deseos de acompañarlos, y descubrir lo que realmente estaba sucediendo.

La niebla no cruzó el límite del bosque esa noche, pero irremediablemente se acercaba la hora de la partida, por lo que después de la cena, reunieron a nuestros jóvenes junto al fuego. Informándoles de los pormenores de la marcha y de los planes que habían concebido para ellos. A la mañana siguiente y sin demora alguna, habrían de partir en dirección al Valle y hacia el Powa[18] , que era el diminutivo con que se conocía al Bosque Padre.

Madre Latia manifestó el deseo de que la niña Mó, se entregara a la tutela de Casalún, y en cuanto escuchó las palabras de madre; Thyrsá se iluminó, sonrojándose como una rolliza manzana. Mientras el abuelo le explicaba a Ixhian la intención de acompañarlo hasta el País de la Roca, con el objeto de formarse como hombre y caballero. Celebraron y brindaron la buena nueva, más luego cuando fueron conscientes de una futura separación, les abatió la tristeza. El abuelo se sentó en medio de ambos, y percibiendo el maltrecho ánimo de nuestros jóvenes, se aferró a sus manos, cerró sus ojos y se quedó en silencio y recogimiento. Mientras Latia, algo más inquieta se adhería a la ceremonia, conformando los cuatro una especie de círculo. Sin dejar de observar tras la ventana.

Esa noche durmieron juntos, arropados el uno en el otro. Eran dos jóvenes inocentes que no entendían el alcance de cuanto sucedía, ni les aguardaba. Madre Latia lo hizo a sus pies, como una pantera que protege a sus cachorros. El viento susurró mucho en esa noche sin luna, mientras en la habitación de abajo, se oían los pasos impacientes del abuelo, delatando la inquietud que reinaba en la casa. El fuego no se apagó, al menos mientras persistió la oscuridad sobre la tierra.

A la mañana siguiente, sin mediar palabras y bajo una ligera llovizna, iniciaron la partida, evitando atravesar cualquier localidad y transitar por zonas boscosas y encubiertas. Haciendo un alto en la casita del cruce de caminos, con la intención de esperar a que la lluvia arreciara. Todo se hallaba como el día que partieron hacia Vania, sin embargo, habían sucedido tantas cosas desde entonces…

La lluvia no daba tregua, por lo que decidieron permanecer en la casa, hasta que el tiempo mejorase. Luego el abuelo les informó de que aguardarían hasta la llegada de alguien importante, que los conduciría y serviría de escolta durante el viaje. Así dejaron transcurrir los días bajo una persistente tormenta. El abuelo se deshizo de los animales vendiéndolos o intercambiándolos por alimentos en Astry, por lo que tan solo se quedaron con los caballos. En eso que llegaron los Nocturnos[19] y la temida noche del Both, era ya a mediados de otoño y el abuelo se hallaba especialmente nervioso esa mañana. Y aunque la amenazante niebla no había vuelto a hacer presencia, desde que se instauraron en la casa del cruce de caminos, continuaron demorando la partida, a la espera de la llegada del misterioso invitado. Se mantenían en alerta y abandonaban solo el tiempo imprescindible la casa, pretendiendo pasar desapercibidos el máximo tiempo posible.

Cartas a Thyrsá. La isla

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