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XI - Thyrsá Asia

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Ha llegado una pequeña revoltosa, la he visto venir. Se me ha aparecido en sueños, junto a ella he vislumbrado mi futuro y ella siempre estaba allí.

Es regordeta y de mofletes encendidos, se llama Anette y es hija de una familia del interior del bosque. Su padre es leñador y su madre costurera, se han despedido llorando y formando tal alboroto que ha llamado la atención de toda la comunidad. La florecita salvaje, le han apodado las más pequeñas, luego ha vuelto a liar tal algarabía en el dormitorio que nos ha sido imposible tranquilizarla. Teniendo que intervenir Arianna Clara que le ha cantado una nana, hasta conseguir que se durmiese entre mis brazos. A pesar de todo ha sido hermoso, muy hermoso. Mis sueños se consuman en este día que cumplo diecisiete años, la vida me sonríe y comienzo a respetarme.

La Sunma Ana me ha llamado para que la visite en la tarde; ha pasado casi un año desde que llegué y cuando ella me recibiera por última vez, en sus aposentos.

Ana es la madre de todas nosotras, ella es la regente de Casalún, por lo tanto se le ha de nombrar con el título de Sunma. Me ha pedido que le cuente como me encuentro tras los meses transcurridos en la comunidad. Y lo cierto es que me siento escudriñada tras su mirada complaciente, aunque a la vez tremendamente embaucadora, lo que hace sentirme molesta e inquieta a la vez. Parece que no ha cambiado nada en ella y eso que han pasado varios años, desde la muerte de la yaya. Apenas me ofrece tiempo para responder, es esquiva y no me deja enfrentar mi mirada con la de ella. Quiere saber de mí, mientras permanece callada como si estuviese ausente, jugando nerviosa con las tazas y cucharillas que se hallan sobre la mesa. Se limita a observarme y sonreírme suspicazmente. Supone este un primer encuentro bastante tenso por mi parte, hasta que al fin irrumpe en el aposento Asia, hermosamente ataviada con una única prenda amarilla salpicada de flores. Ojos oscuros y profundos, nariz menuda y rostro afable. Dotada de una mirada afilada capaz de despojar a una de secretos e intimidades. Se asegura que el encuentro transcurre correctamente; ella cuida y asiste celosamente de la Sunma. Le hace señas y esta, nos ofrece una bandeja plateada sobre la que descansan dos tazas de fina porcelana y una pequeña tetera humeante en su centro. Mientras me sirve, la Sunma Ana habla de las propiedades de las plantas, sus palabras componen un monólogo aprendido, recitándolas de memoria. Luego prosigue hablando de flores y más flores, imbuida en sí misma y como si yo no estuviese presente…

La Sunma es de piel muy clara y limpia, de cierto toque sonrosado sus mejillas y huele siempre a primavera. Su cabello pelirrojo y rizado, oculta parte de un rostro parecido a una luna llena, donde collares y cadenas de todo tipo, decoran un pecho engalanado, desde donde cuelgan campanillas y esferas de plata que constantemente se balancean y tintinean. Se levanta con esfuerzo, acompañada por la sutil melodía que producen sus graciosos andares y movimientos. Ella sabe que he crecido entre hierbas y raíces, aunque tengo la plena certeza de que su conocimiento excede con diferencia al mío; aun así no para de examinarme. Conforme avanza la conversación, delata su pasión por el mundo vegetal, solicitándome que descienda hasta los prados y busque entre las hierbas, una pequeña flor que tan solo se abre a últimas horas del día. Es una embaucadora, lo percibo. Hace un gesto con los dedos y la puerta del aposento se abre al instante, en eso que vuelve a entrar Asia y la Sunma le susurra al oído. Esta me mira muy seria mientras recibe el encargo, abandonando a continuación la estancia. Pasado un tiempo regresa con un gran cesto de mimbre del que me hace entrega, invitándome la Sunma para que lo llene con flores de Atardecida, haciendo especial hincapié, en que se las acerque con premura, una vez recolectadas. Me explica de sus propiedades y su manera correcta de recogerlas.

—Asia te enseñará a respetarlas y cómo debes caminar entre ellas. —Haciendo referencia a un arroyuelo que baja, protegido entre enormes pedruscos.

—El Ambrosía, es como se llama el arroyo que cruza los prados. Busca entre las hierbas aromáticas que crecen en la otra orilla del riachuelo. Ya es hora de que percibas el esplendor del Valle y sus praderas. Asia te acompañará y te enseñará el lugar, ella será tu guía y asistenta.

Cartas a Thyrsá. La isla

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