Читать книгу Cartas a Thyrsá. La isla - Ricardo Reina Martel - Страница 28
VIII - Thyrsá Camino al Valle de Tara
ОглавлениеUn apuesto caballero se ha unido a nosotros. Llevamos dos días de marcha y me quedaría aquí, en este momento de mi vida, para siempre. Si le diesen a elegir a una no avanzarían los años, y haría este camino junto al niño Ví, eternamente.
Montamos ambos sobre Dulzura, mientras los días pasan a ser predominio de las nubes y de un constante aguacero que no nos abandona. Más yo me aferro con verdadera efusión a la cintura de mi caballero y así me siento una sola con él, constituyendo ambos un solo cuerpo. Estoy enamorada, locamente enamorada.
El caballero Gris se une a nosotros, es un tipo simpático que va extrañamente vestido, aunque deje entrever alguna que otra sombra abatiéndole el rostro. Conversan nuestros preceptores cabalgando algo adelantados, mientras nosotros nos rezagamos a conciencia, no obstante el abuelo se vuelve de vez en cuando, asegurándose de que le seguimos la pista. Desde aquí observamos como frunce el entrecejo, mientras el caballero Gris no para de hablar, narrando las experiencias percibidas a través de sus variopintas travesías. Es fácil deducir por nuestra parte que un asunto trascendental y apremiante, ha despertado el recelo en nuestros mentores. Acelerando la partida y el abandono de nuestro apacible hogar en el altozano, sin ofrecernos la posibilidad de intervenir, ni opinar sobre una decisión de tan atrevida trascendencia. Ya en el camino, eso sí, nos dejan disfrutar del viaje a nuestras anchas, envueltos ambos por un halito rosado y sin más preocupación que cubrirnos de las rachas de lluvia y un gélido viento, que de vez en cuando nos sorprende.
Han pasado dos meses desde que iniciamos la partida y por nada del mundo cambiaría este presente, ni por todos aquellos momentos irrepetibles vividos en el altozano.
Allí quedaron subscritos mis primeros besos y mis primeros arrebatos apasionados, frutos del deseo y del entusiasmo de una joven enamorada. Con él he aprendido a fluir, aparcando el peso y la desolación que supuso, dejar partir a mi hermana.
Encontré al fin una familia donde refugiarme, aunque de vez en cuando se manifestase el fantasma de Mamá la yaya, deambulando entre las ruinas de Vania para recordarme que su alma, aún habitaba allí.
Supe al instante de verlos llegar, que este sería el núcleo familiar en el que me sustentaría durante el resto de mi vida. Quiero a madre Latia con locura, a pesar de sus delirios y lo difícil que a veces me resulta soportar su carácter dualista. Sin embargo y a pesar de ello; en el espejo de su alma me reflejo como mujer, ya que aún y a pesar de sus desmanes, conserva una permanente presunción femenina.
Evoco ese tránsito, ese camino con mi amado, los momentos más dichosos y afables donde ambos olvidamos todo tipo de temor y duda. Muy detrás queda la casita del altozano, sus ruinas y los bosques de Hersia, para ello ha sido necesario dar un largo rodeo, evitando los parajes brumosos y salvajes. Desde el cruce de caminos, hemos atravesado la triste tierra de los Marjales, un sendero evitado siempre debido a lo inhóspito y desapacibilidad del terreno. Nos dirigimos hacia el encuentro con el paso de Lara, una garganta sumergida entre las altas montañas que conforman la cordillera de las Díalas, sorteando así sus escarpadas cumbres y desfiladeros. Tras el largo recorrido por el corazón de las Díalas se alcanza una sorprendente pradera, en cuyas orillas se baña el primero de los siete lagos de Conanza.
El oscuro y frío invierno va dejando paso a un clima más suave, pues conforme avanzaba el ciclo lunar de los Fuertes Vientos[20] , más nos adentramos en la primavera. Él me rodea con sus brazos, mientras una corriente helada cruza el paso de Lara. Avanzamos y la superficie de la montaña se anega de un mar de campanillas blancas, inclinadas a merced de su peso y mesura. Desde la pradera se divisa un paisaje imposible de dibujar; mezcolanzas de contrastes y tonalidades se reflejan, originando que todas sus discordancias se perfilen y esbocen simultáneamente, brindándonos así un espectáculo visual irrepetible.
Nos han dejado a solas por un breve intervalo de tiempo, retozando sobre la frondosa ladera. Abajo, aquellos que necesitan de calor y comida, rodean una pequeña hoguera, desde aquí arriba se les ven dialogar acaloradamente entre sí.
¡A quién le puede importar cuánto suceda en el mundo! Me quedaría aquí abrazada a mi amor por toda la eternidad, poco me importan las flores, ni la necesidad de alimentarme, ni los lugares hermosos de la tierra, ni siquiera era esta luz mortecina y brillante que se refleja con impertinencia sobre el lago; tan solo Ixhian me importa, tan solo Ví, mi amor.
El Valle de Tara[21] debe hallarse cerca de nosotros, por lo que se decide pasar la noche y acampar a orillas de este hermoso lago, donde las cumbres nevadas de las Díalas se proyectan sobre sus aguas cristalinas. Y yo le besaré una y mil veces, hasta que mis cabellos aniden en los suyos y el sabor de sus labios no contenga diferencias con los míos.
—¿Visteis un espectáculo semejante, Ví? —le pregunto abrazada a él, mientras las luces anaranjadas del ocaso se filtran entre las montañas.
—No me preguntes eso Mó, tú sabes que viví desde pequeño entre luz y oscuridad, nunca estuvo al alcance de uno tanta abundancia y hermosura; ¿Y tú? —me devuelve la pregunta, mientras mantiene su mirada puesta en el ocaso.
—Lo mismo te digo amor, ya lo sabes todo de mí. Siempre viví al borde del altozano en Vania, sobre sus viejas ruinas. Y mi único camino frecuentado, fue aquel que transita desde Vania hacia Jissiel.
—¿No te preguntas quienes somos en realidad? ¿Por qué nos sucede todo esto? Jamás pensé que podría existir un lugar, donde uno mira al frente y no sabe el punto exacto donde poner su mirada.
—Pues ponla en mí amor, mientras puedas dirígela hacía mí. —Y haciéndole girar el rostro, le besé con una pasión incontenida…